Conchita, Capítulo VII: Un noviazgo bajo diferentes perspectivas

Conchita se arreglaba específicamente para Pancho, y acudía a muchos eventos sociales sólo para cumplir con los compromisos sociales de la familia, porque ella prefería la vida tranquila y con tiempo para la meditación.


Imagen de Conchita


Un noviazgo que se inicia cuando el novio tiene 16 años y la novia tan sólo 13, se vislumbra para que sea muy largo y, desde luego y sobre todo en ese tiempo con gran influencia de los padres. Así que la primera condición que le pusieron sus papás a Conchita suena un tanto extraña y fue siempre muy molesta para Pancho; que en los bailes de la Lonja –que eran muchos– tendría que seguir bailando una pieza con los muchachos que se lo pidieran, cosa que a ninguno de los dos les gustó, a él porque como es lógico y fácil de entender esta situación le producía celos, y a ella porque en su alma sencilla este exceso de bailes y fiestas le parecían de una inútil vanidad, sin embargo, ella siempre obediente a sus padres y Pancho respetuoso de las decisiones de sus suegros tuvo que aceptar esto, que con el paso de los años le empezó hasta parecer un tanto normal.

Concha desde el primer momento, con toda naturalidad y cariño empezó a llevar a Pancho a una vida más espiritual, a frecuentar los sacramentas, a orar, a rezar el rosario, a tener lecturas piadosas. Un día llegó Pancho con un regalo, era una bonita edición del Kempis, lo que le produjo mucha emoción a Conchita porque en su familia todos estaban muy apegados a la Iglesia, en cambio en la de Pancho no se vivía una piedad muy profunda. Pancho se admiraba que una joven de esa edad tuviera una madurez tan grande lo que hacía que pareciera una señorita de mucha mayor edad.

Conchita se arreglaba específicamente para Pancho, y acudía a muchos eventos sociales sólo para cumplir con los compromisos sociales de la familia, porque ella prefería la vida tranquila y con tiempo para la meditación. Todos los días iba a comulgar, además tenía un amor muy grande a la Santísima Virgen y, por las noches cuando tenía muchas actividades sociales sentía que ninguna de ellas le llenaba y no tenía ya después más pensamientos que para Dios.

También sufrieron largas separaciones porque la familia Cabrera se iba por semanas y, a veces, hasta meses a las haciendas en las cuales don Octaviano tenía numerosos asuntos que atender relacionada con los ganados, el forraje, el secado de los chiles, la elaboración de los quesos y atender las necesidades de la población.

A Conchita le gustaba la vida del campo, sobre todo al atardecer y llegar la noche sentía que era una hora muy propicia para hablar con Dios y se sentía muy cercana a Él, y lo único que hacía que no fuera completamente feliz en las haciendas era la ausencia de Pancho.

Conchita iba creciendo también espiritualmente, una vez se confesó en Santa María del Río con un sacerdote que le dijo: “El alma de usted es tan dócil que necesita mucho cuidado para escoger el confesor”. Así avanzaba ese noviazgo que pese a todas las diferencias cada vez se consolidaba más, porque los dos desde el primer día sintieron que pasara lo que pasara, e independientemente del tiempo que durara terminaría en un feliz matrimonio.

 

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