Sí, hay intensidades distintas y efectos perniciosos de calibres variados, pero no dejan de ser problemas complejos a resolver.
“Tengo una máquina del tiempo” suele afirmar de manera provocadora María Franzoni en las entrevistas que hace desde Reino Unido a distintos invitados de diferentes latitudes.
Después les lanza una pregunta de enorme profundidad reflexiva: “Sabiendo lo que sabes hoy y con la experiencia que tienes ahora, te pido que te enfoques en tu yo más joven y en el tipo de consejo que te darías alrededor del tema de resiliencia”. Inevitablemente sus invitados alzan la ceja o ríen con notoria sorpresa.
Y es que, de bote pronto, no es una pregunta fácil. Debes tener claridad del concepto, visualizarte en una línea de tiempo, recordar lo que pensabas en esa etapa de tu vida, ponderar lo que ahora puedes decir con mayor perspectiva y verbalizar el consejo. Decidí hacer el ejercicio.
En su definición más simple, la resiliencia es la capacidad de una persona para sobreponerse a resultados adversos, para plantarle cara a la adversidad y, desde luego, para seguir forjándose un mejor futuro.
Con esa definición en mente, ¿qué le diría al Mauricio Candiani en sus 20? Aquí los tres componentes de mi respuesta:
1) Acostúmbrate rápido a que las crisis son parte intrínseca de la vida.- Y una crisis no es sinónimo de tragedia, sino –como las define Gwenaëlle Gerard en su libro Minuto Cero– es “una situación extraordinaria que en un primer momento superó (tus) posibilidades de reacción”.
Sí, hay intensidades distintas y efectos perniciosos de calibres variados, pero no dejan de ser problemas complejos a resolver. Apréndete rápido lo que escribe John Maxwell en su libro El Lado Positivo del Fracaso, “un problema es algo que puede resolverse”. Si no tiene solución es “un hecho de la vida debe aceptarse”.
2) Acostúmbrate a estar pensando opciones todo el tiempo.- Un gran componente de los problemas agravados es que los responsables y dueños de esos problemas han dejado de buscar opciones. De pensarlas, de consultarlas, de retarlas o de probarlas.
Sobreponerse a un contexto complejo en la vida implica entender que has tenido la capacidad de añadir una capa de solución a una hilera de dificultades o inconvenientes. Las soluciones se construyen trabajando capa sobre capa. Y entre más opciones, mayor margen de maniobra para elegir capas útiles y funcionales.
3) Acostúmbrate a plantarle cara a las situaciones límite.- Sí, a confrontarlas profesional y constructivamente. Y ello implica que, a pesar de la presión, de la gravedad, de la complejidad o del miedo que pueda aflorar en tu persona, debes mantenerte claro en los resultados que estás procurando, tutelando o construyendo.
Y sí, actuar en situaciones límites se convierte en una prueba de carácter y en un examen de claridad mental. Pero tendrás que aprender a decidir y hacer, lo que tengas que decidir y hacer, cuando las circunstancias te indican que es momento de decidirlo y hacerlo. La antítesis de la resiliencia no es miedo, es la evasión de las situaciones límite.
El mundo –me repetiría a mismo cuantas veces resultara necesario– está lleno de personas que anhelan no tener crisis, no enfrentar problemas y no tener que decidir asuntos complicados. Cuando la vida misma es una suma de retos cotidianos y de complejidades crecientes con duraciones insospechadas que insistentemente ponen a prueba tus talentos y capacidades.
La resiliencia –concluiría– es una capacidad trabajada consciente e incrementalmente. Y parte de un compromiso individualísimo.
Sólo así, cuando te reviente un problema en las manos –mientras otros permanecen impávidos– te observarás actuando, gestionando y sobreponiendo con razonable dominio de circunstancia.
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