Discurso perfecto sin realidad

Ha triunfado la narrativa perfecta, una narrativa que hoy México conoce bien: es fuerte, clara y parece inquebrantable. Pero esa misma narrativa ha sido la que nos ha llevado al abismo, a enterrar la democracia, no con dolor ni protesta, sino con aplausos. 

Aplausos que han sellado la tumba de nuestras libertades, entregando el poder absoluto a quienes han construido una pantalla de humo, destruyendo poco a poco cada institución que protegía tus derechos, nuestros derechos.

Hoy, México nos llama a luchar, con el corazón en la mano, con amor por nuestra tierra. Hoy debemos ser realistas y valientes, porque lo que enfrentamos es devastador: muertos a nuestro alrededor, el crimen organizado que ha tomado el control, escasez que golpea a nuestras familias, mentiras que desgarran a la sociedad. Nos inunda el dolor. Y mientras la presidenta se jacta de “evaluar estos seis años con datos duros”, los verdaderos datos gritan: más de 200 mil homicidios, incontables feminicidios, 150 mil desaparecidos, y una inflación que destroza el peso mexicano, aunque quieran negarlo.

Los inversionistas internacionales ya no confían en México, un país que antes era orgullo y ahora se ve como burla. Hoy somos un país donde las soluciones son sustituidas por más problemas, donde las promesas vacías eclipsan las verdaderas ayudas que México necesita con urgencia.

México no merece ser engañado. México merece la verdad, merece el respeto de sus líderes, y sobre todo, merece que luchemos por él, con amor y convicción, por un futuro digno, libre de mentiras y populismo.

Incongruencia

Hoy, quienes están en el poder se autodenominan humanistas, afirman preocuparse por el pueblo mexicano, pero son los mismos que han provocado la peor escasez de medicamentos en la historia reciente, dejando a miles sin tratamiento. Son quienes permiten que los homicidios alcancen cifras devastadoras, y en lugar de asumir su responsabilidad, se esconden detrás de los errores de gobiernos pasados. Cuando se enfrentan a una crítica o disidencia, no responden con diálogo ni respeto, sino que minimizan a las personas, las descalifican, revelan sus datos personales, las exponen al odio público. Esto no es humanismo, es opresión disfrazada.

Aquellos que proclaman rechazar la discriminación son los primeros en dividir a la sociedad, señalando a quienes no los apoyan como enemigos, creando una narrativa de “buenos” y “malos” según sus propios intereses. Se presentan como los únicos poseedores de la verdad, cuando su verdad es una máscara que oculta la realidad. ¿No fue el mismo Fernández Noroña quien, en sesiones oficiales, usó el término “español” como descalificación? ¡Un acto inadmisible en quienes se jactan de ser inclusivos!

Los que juraron no usar la fuerza del Estado contra el pueblo son los mismos que militarizaron al país, sometiendo la Guardia Nacional al mando de la SEDENA, tras el evidente fracaso de su estrategia de seguridad. Las promesas de no militarizar, de garantizar paz y seguridad, se han convertido en una falacia más, enterradas bajo una ola de violencia que sigue creciendo.

Pero quizás lo más indignante es su negación del autoritarismo. Afirman que no existe, que quien lo mencione está mintiendo, pero ya lo vivimos. No es un peligro probable, es una realidad presente. Ya han capturado las instituciones electorales, legislativas y ejecutivas, y ahora están destruyendo el poder judicial. El autoritarismo no está por venir, ya está aquí, respirando en cada rincón de nuestra democracia asfixiada.

La presidenta en su discurso de toma de posesión omitió lo esencial, porque como ella dijo “lo que no se menciona no existe”. No mencionó a las víctimas de homicidio, ni a los desaparecidos, ni a los muertos por falta de medicamentos. No mencionó los acuerdos oscuros con el crimen organizado. Porque si no se habla de ellos, quieren que creamos que no existen, que son una ficción creada por “los malos”, los que no son pueblo. Pero el pueblo verdadero, el que sufre en las calles, el que llora a sus muertos, ese pueblo sí existe, y está sufriendo bajo esta narrativa surrealista de perfección que no tiene nada que ver con la realidad.

A los jóvenes nos toca levantar la voz. Somos la generación que ve cómo se derrumba su futuro, cómo las oportunidades se desvanecen entre la violencia, la corrupción y las mentiras. Vemos cómo las promesas se convierten en humo blanco, como el fondo de las mañaneras, que solo busca distraer, engañar y silenciar. Pero no nos vamos a rendir. Este país es nuestro, y lo vamos a rescatar. Nos comprometemos a luchar, no con discursos vacíos, sino con acciones, con la verdad, con valentía. Porque aunque intenten apagar nuestra esperanza, somos la fuerza que México necesita para levantarse y salir del abismo. Somos la generación que reconstruirá el país con las manos y el corazón lleno de amor por la verdad, por la justicia y por México.

Este es un grito de auxilio, pero también es un grito de lucha. México no está solo, porque nosotros, los jóvenes, estamos aquí para salvarlo.

Para los jóvenes

Los jóvenes somos quienes necesitamos mantener la esperanza viva, quienes debemos ser el pilar de la reconstrucción de este país. No podemos rendirnos, no podemos permitir que nos arrebaten el futuro sin dar la batalla. Somos los que tenemos que preservar el recuerdo de un poder judicial justo para reconstruirlo cuando llegue el momento, y somos quienes debemos mantener nuestra integridad intacta para lograr el cambio que siempre hemos anhelado. Sí podemos salir adelante, pero es necesario reconstruirnos a nosotros mismos, desde nuestra identidad como mexicanos, y asumir la responsabilidad de participar activamente en la política, en el sentido más amplio. No se trata solo de votar, sino de ser parte de nuestra comunidad, de involucrarnos en la vida pública, en el destino de nuestra sociedad.

A menudo, hablando con amigos, escucho decir: “Nunca entraría en la porquería de la política”. Y sí, tienen razón, hemos visto cómo los homicidios de candidatos quedan impunes, cómo las personas que buscan hacer el bien son alejadas y desperdiciadas, y cómo quienes llegan al poder se ven envueltos en una red de intereses que los asfixian. Pero no podemos darnos el lujo de ignorar la política, porque si lo hacemos, dejamos que otros decidan por nosotros, que otros destruyan lo que nos pertenece.

Parece que a los jóvenes nos han forzado a desinteresarnos de la política, porque nuestra realidad es incierta. A diferencia de las generaciones del siglo pasado, no tenemos un manual claro sobre cómo avanzar en la vida. Antes, la ruta estaba más definida: estudiar, trabajar, formar una familia, comprar una casa y ayudar a los tuyos a seguir ese mismo camino. Hoy, esa estabilidad parece un sueño lejano. Nada está asegurado, ni la educación, ni el trabajo, ni siquiera la posibilidad de tener una vida digna.
Lo que pasa con la juventud es: estudiamos primaria y secundaria aprendiendo lecciones incompletas, manipuladas por quienes están en el poder, que buscan dictar lo que debemos pensar sobre nuestra historia. Nos falta educación en habilidades fundamentales para ser adultos responsables, con tolerancia a la frustración, y llegamos a la preparatoria con la presión de elegir rápidamente lo que queremos hacer por el resto de nuestras vidas. Incluso aquellos que alcanzan una licenciatura muchas veces descubren que se equivocaron, que el campo laboral no los espera, que los estudios que con tanto esfuerzo lograron no les garantizan un futuro.

Vivimos en un país donde se nos exige seguir adelante, tener hijos, contribuir, pero ¿cómo hacerlo cuando apenas podemos mantenernos a nosotros mismos? La mayoría de nosotros sigue recibiendo el apoyo de nuestros padres hasta bien entrados los treinta, porque no logramos tener un sueldo suficiente que nos permita ser independientes. La vivienda es inalcanzable, los coches son un lujo, y la vida diaria se vuelve cada vez más cara.

Es inevitable que nos preocupen las realidades que enfrentamos en México. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras las oportunidades se evaporan. El futuro está en nuestras manos y sí hay esperanza, pero debemos asumir la responsabilidad de cambiarlo. Necesitamos un país donde no se regale el pescado, sino donde se enseñe a pescar, porque solo así podremos restaurar el valor del trabajo, de la dignidad que nos ha definido como mexicanos. 

Debemos exigir salarios justos, no solo porque trabajamos más horas que el promedio del mundo, sino también porque somos un pueblo de trabajadores incansables que da todo por su familia y su futuro. No podemos perder esa esencia. En cada rincón del mundo, los mexicanos somos reconocidos por nuestra dedicación, por nuestro esfuerzo, y es eso lo que debemos proteger y restaurar.

Nuestro México está herido, y los jóvenes debemos ser quienes lo rescaten. No podemos permitir que quienes han ostentado el poder por décadas sigan con el control, repitiendo las mismas prácticas que nos han hundido. Tú, joven mexicano, tienes el carácter, la fuerza y el potencial para ser parte de ese cambio. No te rindas. Somos el futuro de México, y tenemos el deber de demostrar quiénes somos, de levantar la voz y decirles a los de siempre que su tiempo ha terminado. México es para todos los mexicanos, no solo para unos cuantos, y es nuestra responsabilidad tomar el lugar que nos corresponde.

Sí podemos salir adelante. El cambio comienza con nosotros, con nuestra determinación de ser parte de la solución, de participar en lo social, de involucrarnos en la vida de nuestra comunidad. No podemos rendirnos, porque si lo hacemos, renunciamos a nuestro futuro.

Sección histórica

Amigos, el Día de la Raza es fundamental para entender la cultura latinoamericana. Es un día que reconoce la existencia del mestizaje, un proceso que, aunque a algunos les cueste admitir, se dio como en ninguna otra parte del mundo. Este mestizaje es la base de lo que hoy somos, no solo en México, sino en toda América Latina.

Durante la mal llamada “conquista”, hubo momentos clave que determinaron el futuro no solo de México, sino de todo el continente. Uno de ellos fue la famosa defensa de la dignidad de los indígenas  que Isabel la Católica encabezó. 

Es crucial aclarar algo que frecuentemente se olvida: cuando ocurrió la conquista, España como tal no existía. Era el Reino de Castilla, y por lo tanto, los conquistadores no eran españoles como los entendemos hoy. Además, de los 500 conquistadores europeos que llegaron, fueron acompañados por más de 10,000 tlaxcaltecas. Entonces, si revisamos los números, ¿quién realmente conquistó a quién? La mayoría de las fuerzas que derrocaron al Imperio Mexica eran indígenas, lo que nos lleva a una pregunta inevitable: si ni México ni España existían como los conocemos hoy, ¿quién le pide perdón a quién?

Antes de que existiera México, lo que había eran pueblos originarios, cada uno con sus propias culturas y realidades. No existían los “mexicanos”, porque los mexicanos son el fruto del mestizaje, una mezcla entre los pueblos indígenas y los europeos. Este mestizaje es lo que nos dio nuestra identidad actual.

A lo largo de la historia, se nos ha contado una versión de la conquista llena de violencia desmedida, abusos y sufrimiento. Y sí, hubo errores, enfrentamientos y malentendidos, naturales entre culturas que nunca antes se habían visto. Pero comparado con otras conquistas de la época, como la inglesa en Norteamérica, donde los pueblos indígenas fueron prácticamente exterminados, la realidad de la Nueva España fue muy diferente. Aquí hubo guerras, sí, pero también hubo integración y mestizaje. En lugar de exterminar, se creó una nueva civilización que incluía tanto a los europeos como a los indígenas. 

No podemos ignorar que la expansión de la Nueva España fue principalmente realizada por los mismos pueblos indígenas. Los conquistadores no hubieran logrado tal magnitud de dominio sin alianzas con los pueblos nativos. Y esa expansión no fue solo militar, fue cultural y social, con la creación de universidades, hospitales, catedrales, y un mestizaje que aún define lo que somos hoy. 

Este mestizaje no fue un proceso sencillo ni exento de problemas, pero fue lo que nos dio identidad. 
Somos la “raza cósmica”, una mezcla única de culturas que nos define y nos da nuestra fuerza. Cada persona en México y América Latina tiene en su sangre un rastro de esa fusión entre lo indígena y lo europeo, y eso no es algo que debamos rechazar, sino abrazar.

Es irónico ver a quienes hoy rechazan la influencia española en nuestra cultura, cuando sus mismos apellidos, e incluso su apariencia, son el resultado de ese mestizaje. Aquellos que proclaman pureza indígena muchas veces llevan en sí mismos rastros evidentes de esa mezcla. Y eso no debería ser motivo de vergüenza, sino de orgullo.

Insisto, no negamos que durante la conquista hubo abusos y malentendidos. Pero también hubo grandes avances: universidades, hospitales, arte y arquitectura que siguen siendo parte fundamental de nuestra identidad. Somos fruto de esa historia, y reconocerla es parte de entender quiénes somos hoy. 

Por eso, cuando celebramos el Día de la Raza, no conmemoramos una supuesta supremacía, sino la creación de una nueva identidad. Celebramos el mestizaje que dio lugar a lo que somos hoy: un pueblo diverso, fuerte y lleno de historia. No somos ni europeos ni indígenas puros, somos una mezcla poderosa, una fusión de culturas que nos hace únicos en el mundo.

Así que, al conmemorar este día, recordemos que no se trata de culpas ni de pedir perdón. Se trata de reconocer que ni España ni México existían como los conocemos, pero que de esa fusión de pueblos surgimos nosotros. Somos la raza cósmica, el resultado de una unión que nos ha dado nuestra identidad, nuestra cultura y nuestra fuerza. Eso es lo que debemos celebrar.

Lo que sigue

Ahora en México estamos a expectativa de lo que va a pasar en este nuevo sexenio entrante, vienen muchas cosas, ya hay hasta un calendario de nombramientos importantes que desde Yoinfluyo te estaremos informando, para que siempre estés al día con lo que pasa en todo México y el mudno
Ahora, tú que estás preparado e informado… a influir.

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