Ante el inminente cambio de gobierno federal, México tiene una nueva oportunidad para redefinir su rumbo político y afirmar los derechos que dignifican a todas las personas.
Uno de ellos, esencial para la sana convivencia, es la libertad religiosa que ha permitido desde siempre la coexistencia respetuosa entre diversas expresiones de fe. Es indispensable que el nuevo gobierno garantice que ninguna religión será favorecida ni discriminada por encima de otras.
Pero el pluralismo religioso debe complementarse con la plena vigencia de las libertades de conciencia, expresión y acceso a la información pública. Estas resultan imprescindibles para la participación informada de la ciudadanía y el debate robusto de ideas que requiere toda democracia.
Desafortunadamente, en años recientes dichas libertades se han visto socavadas mediante la estigmatización de voces críticas y limitaciones injustificadas al escrutinio de documentos gubernamentales. No obstante, esta coyuntura puede verse como un área de oportunidad.
El nuevo gobierno tiene la responsabilidad de marcar un rumbo que favorezca ambientes de paz y facilitadores del disenso constructivo. Esto se logra respetando por igual todas las posturas políticas e ideológicas, sin insinuaciones de autoritarismo.
Asimismo, la garantía de estas libertades crea condiciones propicias para la evaluación y mejora continua de las políticas públicas. Una ciudadanía crítica e informada puede señalar fallas y proponer soluciones que atiendan el bien común.
En este sentido, las libertades de conciencia, religión y expresión nos humanizan porque reconocen la dignidad inviolable de cada persona más allá de su adscripción religiosa o política.
Cuando el Estado protege dichos derechos, construye una sociedad más empática, inclusiva y respetuosa de las minorías. Por el contrario, sin estas garantías se abre la puerta al divisionismo, la confrontación estéril y el menoscabo de grupos históricamente vulnerables.
De cara a las próximas elecciones, resulta fundamental que especialmente los jóvenes participen de manera entusiasta y bien informada, ya que de su voto depende evitar regresiones autoritarias y avanzar como país. Tienen la oportunidad de incidir directamente en la defensa y profundización de sus derechos.
Por todo lo anterior, estamos ante un parteaguas histórico en el que la sociedad debe alzar la voz y exigir un pacto político sustentado en libertades que humanizan y dan cohesión social. Ése es el compromiso mínimo que los mexicanos debemos demandar de nuestros futuros gobernantes.
El futuro de México está literalmente en nuestras manos. ¿Qué país queremos construir? ¿Uno de libertades o autoritarismo? ¿De respeto al disenso o de censura? ¿De cohesión social o polarización? ¿Seremos una sociedad empática que rechaza toda forma de discriminación? Nuestro voto definirá el rumbo de los próximos años.
Como ciudadanos, tenemos una enorme capacidad de influencia si nos informamos, analizamos las propuestas y salimos a votar de manera consciente y masiva. Hagámonos estas preguntas con seriedad y actuemos en consecuencia. El ejercicio de nuestros derechos y libertades es la mejor garantía para dignificar nuestra democracia y avanzar como nación hacia una mayor justicia social. ¿Estamos preparados para ser los protagonistas de este momento definitorio? La respuesta está en nosotros, los mexicanos de a pie. Pensemos y decidamos con sabiduría el destino que queremos.
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