“Las resistencias conservadoras hacia Amoris Laetitia y hacia el Papa se sitúan en las antípodas del Evangelio”
El filósofo mexicano Rodrigo Guerra es miembro del Consejo Pontificio para el Desarrollo Humano Integral, de la Academia Pontificia por la Vida y del Equipo Teológico del CELAM. El también fundador del Centro de Investigación Social Avanzada reivindica la Amoris Laetitia y la persona y el papado de Francisco, “un don, que algunos jerarcas no logran ver”.
Profesor, ¿por qué ha decidido participar en el curso online ‘Claves para interpretar la Amoris Laetitia’ organizado por el Boston College, la Universidad Gregoriana y otras instituciones?
Primero que nada, decidí participar como profesor como un gesto de agradecimiento elemental hacia el Papa Francisco por habernos regalado un documento tan extraordinario como “Amoris laetitia” y también por el agradecimiento que siento hacia diversos miembros de la Compañía de Jesús que me formaron de distintos modos a través de los años. La experiencia está siendo muy buena: 5500 alumnos, obispos, sacerdotes, consagrados y muchos laicos.
¿Cuál es, a su juicio, la razón última de las resistencias que la Amoris Laetitia está encontrando en los sectores eclesiásticos más conservadores?
Aparentemente las resistencias conservadoras hacia Amoris Laetitia y hacia el propio Papa Francisco son de orden doctrinal. Sin embargo, tengo la impresión que el verdadero núcleo profundo es más bien de naturaleza espiritual. El gnosticismo y el pelagianismo agudamente explicados en el más reciente documento de la Congregación para la Doctrina de la fe y en la Exhortación Gaudete et exsultate me parece que son la cuestión decisiva. Cuando uno mira con atención la kénosis de Cristo uno descubre en el fondo que todo es gracia, que todo viene “de arriba”, y que todos cabemos, en especial los más pecadores y los últimos de la historia. Los neopelagianos y los neognósticos siguen un camino inverso, ascensional y voluntarista, que tiene como fruto crear aristocracias espirituales, grupos de selectos, es decir, eclesiolas paralelas que se encuentran en las antípodas del evangelio aunque se revistan de discurso y parafernalia aparentemente tradicionales y ortodoxas.
Parece que tampoco acaban de asumir, apoyar y promover Amoris Laetitia una gran parte de la jerarquía norteamericana. ¿Por qué?
En Estados Unidos, en Polonia y en algunos otros lugares, algunos de nuestros pastores pareciera que no logran ver el gran don recibido en la persona de Francisco. Dios es providente y nos regala un Papa justo para nuestros tiempos. Algunos quisieran tener de nuevo como Papa a Juan Pablo II, quien fue sin dudas un gran santo, un gran sabio y un gran Pastor. Sin embargo, Dios es más inteligente que nosotros y nos lo quitó cuando El quiso. Luego nos dio a Benedicto XVI y ahora a Francisco. Cuando la “lógica del don” no se acoge en plenitud, los Papas siempre terminan resultando indigestos. Juan Pablo II hoy es santo pero no es Papa. Sólo existe un Papa, un Pastor Universal de la Iglesia. En la actualidad es Francisco. Ni más ni menos. El dirige la barca. Quiera Dios que todos los obispos vivan intensamente la comunión con él.
Como intelectual católico mexicano y laico comprometido ha participado usted en la V Conferencia General del Episcopado Latinoaricano (Aparecida), en el Sínodo extraordinario para la familia y en otros eventos análogos. ¿50 años después de la corresponsabilidad conciliar, los laicos siguen siendo en la Iglesia, en general, ‘clase de tropa’? ¿La correponsabilidad sigue siendo una asignatura pendiente en la Iglesia?
Todos hablamos bellamente sobre la identidad laical pero en la acción todavía el clericalismo sigue imperando. Por eso, me entusiasma entre otros motivos, la restauración de la sinodalidad. Una Iglesia verdaderamente sinodal es una Iglesia corresponsable en la que los fieles laicos recuperamos nuestra dignidad y nuestra misión conforme al plan de Dios. La gracia fundamental es la del bautismo, ese es el gran don.
¿Aparecida está marcando el pontificado de Francisco?
Aparecida ha marcado el pontificado de Francisco. Pero creo que de una manera más propia y más amplia hay que decir que la Iglesia de América Latina contribuye a la Iglesia universal a través de Francisco, del CELAM y de tantos testimonios muchas veces escondidos pero eficaces. Todos en la Iglesia estamos llamados a aportar: Italia, Polonia, Alemania han tenido su momento. Dios ha querido ahora regarlarnos un kairós situado en el occidente del occidente. La Iglesia latinoamericana no es una Iglesia de segundo nivel. Ya no somos más una “Iglesia espejo” de Europa sino una “Iglesia fuente” de la que esperemos que en Europa y en otras latitudes se aprenda algo, del mismo modo cómo nosotros nos hemos enriquecido con el aporte del legado cristiano europeo.
Usted también criticó duramente a los cardenales de las ‘dubia’. ¿Por qué?
Los textos que he escrito más que crítica son respuesta a las objeciones y preguntas que algunos obispos y cardenales han hecho a Francisco. Lo único que he hecho es mostrar cómo una comprensión filosófica y teológica especulativa y no meramente “repetitiva” o “mecánica” de Juan Pablo II permite responder las “dudas” de tirios y troyanos. Algunos cardenales querían respuestas. Rocco Buttiglione, Mons. Victor Manuel Fernández, el Card. Schönborn y su servidor las hemos dado. Ahí están sobre la mesa, con caridad y claridad.
¿La razón última de las resistencias de alguno obispos contra Francisco es que no están dispuestos a pasar de funcionarios de lo sagrado a servidores de los pobres?
El corazón humano es un misterio. Insisto que en mi opinión la cuestión es de orden espiritual, es decir, se refiere a cómo acogemos el don que Dios nos regala. En Ecclesia in America Juan Pablo II nos recordaba tres lugares teológicos esenciales para el cristiano: la Sagrada Escritura, la Liturgia – en especial la Eucaristía -, y los más pobres con los que Cristo se identifica.
Es un hecho que no sólo algunos obispos sino que muchos cristianos no identificamos claramente que la opción preferencial por los pobres es una dimensión constitutiva de la experiencia cristiana. Cuando la carne concreta de mi hermano que sufre se cancela o se pospone como parte de mi itinerario de fe, en el fondo, reaparece al menos de modo implícito una cristología docetista, es decir, un postura herética que no alcanza a reconocer la importancia y la radicalidad de la Encarnación. Jesucristo no es un espíritu que finge tener cuerpo, que finge cercanía con la condición humana humillada y aplastada. La Encarnación significa en buena medida que la segunda Persona de la Trinidad ha hecho propia toda nuestra humanidad, toda nuestra limitación y dolor, para siempre.
Como miembro ordinario de la Pontificia Academia para la vida, ¿no le da la sensación de que muchos católicos entienden la defensa de la vida centrada exclusivamente en dos o tres temas morales, como el aborto o la eutanasia? ¿Esa defensa debe ser mucho más amplia?
Construir la cultura de la vida no se puede restringir a responder a los desafíos contemporáneos de inicio y fin de vida. Esto ya lo visualizaba Juan Pablo II pero lo ha explicitado de manera extraordinaria Francisco en Laudato si. Todo está conectado.
Cuando uno parcializa la defensa de la vida, por ejemplo, a la vida humana naciente, nace una postura que no se abre a la totalidad de los factores de lo real, nace una posición ideológica. Ser “pro-vida” rápidamente se torna en un discurso moralista. Para defender apasionada y evangelicamente la sacralidad de la vida, tenemos que reconocer la agenda completa, pasando por las vidas de tantos hermanos nuestros que pasan hambre o que no gozan plenamente del reconocimiento de sus derechos humanos fundamentales. Más aún, creo que no sólo para la defensa de la vida sino en general para la vivencia de una fe no-ideológica, es preciso entrar en el camino pedagógico por el que Cristo mismo ingresó al nacer en un contexto de marginación y exclusión. Podría haber hecho otra cosa, pero optó. Y esa opción ya no nos es opcional.
¿Profesor, puede un católico defender la despenalización del aborto?
Desde mi punto de vista la palabra “despenalización” requiere de una comprensión analítica y diferenciada que tal vez no es fácil de exponer completamente en esta entrevista. Pongo un ejemplo de mi país (México), que puede abrir algún horizonte.
Cuando en el año 2006 y en los años subsiguientes algunos de nosotros hemos participado en la defensa de la dignidad de la vida desde la fecundación, no con argumentos de origen revelado, sino con ciencia cruda y dura, insistimos también que la mujer que aborta no merece la pena de cárcel y luchamos porque en los códigos civiles de los estados que integran nuestra República la inculpada pudiera solicitar la transmutación de la pena por acompañamiento médico y humano integral.
El aborto se sigue “penalizando” pero no con prisión o multa sino con un gesto de responsabilidad del Estado y de la sociedad que permite la reincorporación de la mujer a un camino de desarrollo. En el fondo, esta idea nos nació a algunos a partir de la constatación de que la enorme mayoría de las mujeres que abortan no lo hacen queriendo quitarle la vida a su hijo sino en medio de una situación de gran confusión, injusticia y soledad. En el fondo, es la sociedad insolidaria y violenta la que muchas veces orilla a las mujeres a la opción del aborto. Habría que explicar muchas cosas aquí. Desde mi punto de vista los católicos no podemos defender la despenalización del aborto pero sí podemos evitar una criminalización simplona de la mujer que aborta y ofrecer con creatividad soluciones que pretendan ser un poco mas justas.
¿Por qué es tan ‘mala’ la llamada ideología de género, que se está convirtiendo en la gran amenaza contra la que arremeten muchos obispos en todo el mundo?
La denominada “ideología de género” tiene dos raíces fundamentales: por una parte cierto uso ideológico-político de algunas teorías de género para defender que la dimensión socio-histórica, simbólica y erótico-afectiva de la sexualidad no debe tener como referente fundamental la identidad sexual particular de cada persona sino los deseos de la misma. Desde esta plataforma, por ejemplo, se defiende y se promueve la vida homosexual activa, la transexualidad y otros comportamientos análogos como si realmente fuera prescindible el referente ontológico que significa ser-persona-masculina o femenina.
Por otra parte, desde mi punto de vista, también es ideología de género toda distorsión parcial y tendenciosa de la sexualidad y de sus manifestaciones aunque sea realizada en clave conservadora. Este tema es complejo y requeriría de mayores ampliaciones.
No me deja de sorprender como algunos de los más importantes críticos conservadores de la ideología de género no estudian fuentes primarias sino secundarias o terciarias sobre teorías de género. De repente la gente sencilla puede quedar impresionada luego de una conferencia con dos o tres frasesitas supuestamente “científicas” pero en el fondo es una actitud chapucera y muy poco seria.
Hombres como Jacques Maritain o Karol Wojtyla hicieron importantes contribuciones sobre la relación entre naturaleza, persona y cultura. Siguiendo estas pistas, me parece, que hoy es necesario construir una teoría de género de corte personalista y comunional que permita integrar muchos aportes positivos de las teorías de género en una antropología más integral , como la que nos ofrece la teología del cuerpo y del amor humano de Juan Pablo II y de Francisco .
Rechazar todo de las teorías de género, o como a veces sucede en mi país, hasta la mismísima palabra “género”, es una actitud poco científica, poco rigurosa, que dista mucho de reconocer la verdad en todo y en todos. Siempre es posible aprender de los pensadores que animan a aquellos con los que discrepamos, como fue el caso del estudio que realizaron San Alberto y Santo Tomás de un “sospechoso filósofo” usado por los árabes de su tiempo: Aristóteles. El Angélico Doctor sabía que toda verdad viene de Dios independientemente de dónde se encuentre: “toda verdad, dígala quien la diga, procede del Espíritu Santo” (Sum. Theol., I-II, q.109, a.1, ad 1). Así, la ideología de género, sea liberal, sea conservadora, es mala porque deforma la verdad sobre el ser humano como persona.
¿Las reformas de Francisco son irreversibles en la Iglesia?
Los luteranos posteriores a Lutero acuñaron la expresión “Ecclesia semper reformanda!” que tanto gusta a Joseph Ratzinger. La reforma de la Iglesia es una exigencia de la vida cristiana porque la conversión personal, pastoral y estructural nunca termina. Pero como en el caso de la conversión personal, en el ámbito de la reforma eclesial pueden existir involuciones. La libertad es un misterio y la historia no es un camino rectilineo y uniforme que siempre y en todos los casos va hacia delante, hacia el plan de Dios. Habiendo dicho esto, confío en que las reformas que Francisco se encuentra implementando sean un paso sólido de cara a la necesaria purificación que todos necesitamos. Reformar la Iglesia es primero que todo reformarme a mí mismo. Y eso, créame, que al menos en mi caso, no es nada fácil. Pero con la ayuda de Dios, de María y de este Papa, hasta yo me descubro con esperanza.
Este artículo fue publicado originalmente en: Religión Digital
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