Los resortes básicos que se activan para que los seres humanos tomen decisiones y caminos a seguir son el miedo o el interés. Muy pocos caen en la cuenta, que la peor forma de tomar un rumbo es decidir desde el miedo, pero suele ocurrir más de lo que imaginamos.
Hay personas que llegan a tiempo a sus trabajos, no porque lo disfruten o les apasione lo que hacen, lo hacen por el miedo a ser despedidos y no contar con los recursos que necesitan para las necesidades primarias. Otros lo hacen por el interés, como ganar el bono, el premio, ser reconocidos, o por cualquier elemento que le haga sentir seguridad y orgullo. Y del trabajo podemos seguir con las decisiones que tomamos con nuestras relaciones personales, las amistades, los amores, etcétera, suelen ser gobernadas por interés o por miedo. Muy pocas superan esas dos aduanas.
Lo mismo pasa en la política, el maquiavelismo incluso proclama que, en esta área, más vale “ser temido que amado”, y de allí la consolidación de las conductas totalitarias y voluntaristas. Se hace lo que yo quiero, al costo que sea. Los gobernantes suelen recurrir a la zanahoria o el garrote, al interés o el miedo, para afianzarse en el poder. Nada nuevo bajo el sol.
En la época electoral las decisiones también tienen estos factores, lo peor es cuando ingresa un actor intimidante como es el crimen organizado. Lo que sucedió el miércoles 8 de agosto, cuando el candidato presidencial Fernando Villavicencio fue asesinado en Quito Ecuador, después de salir de un mitin político. Obviamente los que aperaron el magnicidio están sembrando miedo no sólo entre los políticos, sino entre los electores. Lo peor es que el mensaje no sólo vaya dirigido al pueblo de ecuador, sino que también sea un mensaje que llegue a nuestro país, que el próximo año elegirá al próximo presidente.
Lo grave de un hecho como el sucedido en Quito, es que puede volver a toda una sociedad, rehén del miedo, al momento de ir a las urnas. Un desafío de esta magnitud nos reta a todos y sobre todo a los líderes políticos y sociales, de las instituciones públicas y privadas. Es un desafío que debe ser bien resuelto.
Ya tenemos semanas enteras en que se habla en nuestro país sobre la atmósfera que se está creando, propicia para un magnicidio, tal como lo hemos comentado en colaboraciones anteriores.
La responsabilidad de los dirigentes políticos es que la sociedad mexicana vaya a las urnas sin miedo. Pero esa actitud no se nota ni en los encargados del arbitraje electoral; ni en los dirigentes partidistas. El clima de polarización se alimenta cada día.
Y ya vemos cómo algunos líderes de la oposición se mantienen inmóviles trabajando en sus intereses pequeños y de corto plazo, rehenes del miedo, para que no les pisen la cola. Otros líderes sociales y hasta empresariales, voltean para otro lado, ante discusiones trascendentes como la educación de las nuevas generaciones de mexicanos, a través de los libros de texto gratuito, que sin duda impactan a la configuración del futuro del alma nacional.
En distintos escenarios se genera la amenaza: si no votas por x o por z, ya no tendrás acceso a los apoyos sociales. La narrativa política dominante prioriza la oferta del miedo, más que la propuesta de un mejor futuro.
Y desde el miedo no se construye una mejor sociedad, se requiere salir de uno mismo y decidir con generosidad. Vale la pena recordar que la responsabilidad individual y social, entiende que los logros personales no saben a nada, si no van acompañados del mérito y de la capacidad de compartir el éxito con los demás.
“El miedo ahuyenta al amor… expulsa también la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y de verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”.
Aldous Huxley
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