Cuando se nos muere un ser cercano, damos un sentido pésame por el fallecimiento del ser querido. Todos sabemos por experiencia personal, lo que significa la muerte, es un trozo del corazón que se desgarra. El mismo Señor Jesús, lloró la muerte de su amigo, Lázaro.
Damos el pésame que pesa…Y, recordamos que, Dios, ha sido muy misericordioso con el que se nos muere.
Pero sabemos que la muerte no es el final; es tan sólo la conclusión de una etapa, y por eso no me extraña que exista un sacramente que la tenga presente. El hombre tiene principio, en su concepción, pero Dios le da el alma que ya no morirá y que se unirá a su cuerpo para resucitar realmente al final de del mundo actual.
El cielo: una relación viva y personal con la Santísima Trinidad.
En 1999, San Juan Pablo II dio tres catequesis sobre el cielo, el purgatorio y el infierno. En la primera de ellas, explicó: «En el marco de la Revelación, sabemos que el cielo o la bienaventuranza en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la Santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado, gracias a la comunión del Espíritu Santo». Y añadió que «esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo, mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente». El purgatorio es un “estado”, no un lugar físico.
Conocemos por el Catecismo de la Iglesia Católica que:
«El alma cristiana al salir de esta mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que la creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ella, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ella descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (146-147).
En general los cristianos tenemos devoción a, San José, padre de la buena muerte.
Mirad esto de San José: La santa muerte de José (el santo más grande después de la Virgen María) ha producido preciosos frutos sobre la tierra. Fue como aromatizada del suave perfume que deja tras de sí una santa vida y una santa muerte, y dio a los cristianos un potente protector en el cielo cerca de Dios, especialmente para los agonizantes.
Caigamos en la cuenta de que ahora nuestros seres queridos, cuando se salvan, sólo han dado un “salto cualitativo” están más cerca de nosotros por el Dogma de la Comunión de los santos (rezamos en el Credo). En verdad hoy día, especialmente cuando vamos a misa y comulgamos, nos unimos más al ser que se nos ha ido, que cuando estaba vivo. Y en todo el día, espiritualmente nos acompañan, hablamos con ellos. Hay que contarle nuestros problemas. Disfrutemos de ellos, ahora más que nunca, que crezca nuestra fe. Con su “muerte”, que sólo se nos ha adelantado, todos vamos al mismo camino.
Dios tiene un bellísimo plan que sea ha materializado en la muerte de nuestro ser querido. Quizá lo que Dios quiere para nosotros cuando se nos muere un ser querido, es que comprendamos que sólo es un tránsito, para que nos acerquemos más al Señor Jesús, en la Eucaristía. Y así esté más cerca de nosotros el ser querido que se nos adelantó.
No os hablo para consolarlos, si no para descubriros que, los planes de Dios existen desde la Eternidad (misterio para nosotros) Dios sabía toda la vida de nuestros difuntos desde la Eternidad y sabe todo lo que les va a suceder; y vino a la tierra por ellos, para abrirle las puertas del Cielo. Y los redimió dando en su pasión y muerte, hasta la última gota de su sangre. Y después resucitó.
Pues Cristo murió por nuestros seres queridos, para que consigamos a través de su muerte, los frutos de su Pasión y muerte: la resurrección, nos abrió las puertas del cielo. Ahora echando andar la imaginación: “el cielo es como en un Estadio de Fútbol”, en que nuestros difuntos tienen su sitio apartado desde la Eternidad (recordad que, es un eterno presente), ahora desde allí gozan del rostro de Dios Padre, de Dios Hijo, y de Dios Espíritu Santo; con muchísimos hombres y mujeres que ya han dado el salto cualitativo; no olvidemos que nosotros también lo daremos. Ojo: El Señor Jesús, nos dijo que velemos y oremos para no caer en tentación, porque el día y la hora no lo conocemos.
Y los que, que han dado el salto, ya no se preocupan, por los asuntos terrenales, no hay sudor, cansancio, lagrimas. Si no sólo gozo eterno. ¡Qué maravilloso es lo que está viviendo nuestros seres queridos! Yo los envidio, y quisiera ya estar con ellos. Pero si estoy aquí, tendré que seguir dando frutos.
Y ahora los que tenemos que hacer es rezar por su eterno descanso y para que intercedan por nosotros.
Son tantas las cosas que quisiera deciros sobre el tránsito de nuestros seres queridos, que sintetizaré:
San Pablo, nos dice en la Carta a los Romanos, el capítulo 8, 28: Y, sabemos que a los que aman a Dios: todo es para su bien. ¡Todo!. Yo lo digo en latín: “Omnia in bonum” = “todo para bien” También su muerte.
Y en la Carta a los Filipenses I, 21: dice San Pablo: Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia; sí la muerte es ganancia porque Cristo resucitó y nos abrió el Reino, y se acabo la función presente. Por eso San Pablo dice: “Muerte, dónde está tu aguijón”.
“Homines et jumenta salvarum Dominum” = “A los hombres y a los jumentos (burros) los salva Dios”. Todos somos salvos; desgraciadamente los ateos, y otros sujetos, no lo saben, pero Dios derramó su sangre por todos, aunque algunos la rechacen.
Nadie se escapa de la redención, sólo los que por el misterio de la libertad, algunos desprecian absolutamente la gracia de Dios y se van al infierno. La soberbia es uno de los pecados más graves y que más dificultan la salvación. San Pablo, en la Carta a los Filipenses nos insiste: “Estad alegres, os lo repito, estad alegres” añado yo: a pesar del fallecimiento de nuestros seres queridos.
Ahora sufrimos mucho, por nuestros ser querido. Pero estoy seguro que en el fondo nuestro corazón sentimos un gozo porque, ya están intercediendo por nosotros desde el Cielo. La “muerte” es el último enemigo” (consecuencia del pecado original que será derrotado al final de los tiempos). Pero ya os dije que es un tránsito, ciertamente doloroso, para los que nos quedamos.
Ánimo os lo digo, en nombre del Señor Jesús, y aprovechar esta oportunidad en las que se nos derraman una infinitud de gracias, que nos acercan más a Dios, a través de la misa. Es nuestro reto, acercarnos en este momento tan doloroso a la Eucaristía.
Amén.
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