Elecciones 2018

¿Quién es quién en el 2018?: “Meade Ciudadano por México”

En esta serie de artículos analizaré quiénes son y qué representan los distintos candidatos y coaliciones que competirán en la elección del 2018. Hoy trataré la coalición formada por el PRI, el Partido Verde y el Partido Nueva Alianza cuyo nombre oficial es “Meade Ciudadano por México”.


 


Desde su nacimiento en 1929, el PRI se formó como una confederación de cacicazgos regionales. Cuando Cárdenas lo renovó para hacerlo un partido corporativo, esas corporaciones que fueron integrándose al partido se fueron volviendo también cacicazgos que controlaban algún área de la economía, de los servicios públicos o a determinados grupos sociales. La manera de controlar a estos grupos o, mejor dicho, a los caciques que controlaban estos grupos era otorgándoles una porción de las rentas del Estado, a veces de manera abierta, a veces de manera clandestina para que las repartieran a su criterio, siempre y cuando mantuvieran lealtad al sistema presidencialista y autoritario. 

En el sistema priísta, era la relación con el poder la que regía realmente la convivencia social y no la ley. Las leyes se aplicaban generalmente “a discreción”, las instituciones simulaban cumplir sus fines y realmente funcionaban como debían sólo cuando la conveniencia política así lo demandaba. Dado que la prioridad era el control, esos cacicazgos rentistas acabaron por convertirse en verdaderas mafias. Es lo que he llamado “la estructura mafiosa de las relaciones políticas y económicas de la sociedad con el gobierno” que impera en México desde hace décadas, que está profundamente arraigada en nuestra cultura y que la alternancia en el poder y las reformas económicas no han logrado desmantelar, más que en algunas partes. El regreso del PRI al gobierno federal volvió a alentar esta forma de funcionamiento mafioso, y el reparto de dinero público que le permitió al PRI sobrevivir en los Estados al salir de Los Pinos, ahora se reforzó a nivel nacional. Estas fugas presupuestarias son el lastre que impide que México crezca a más del 2% anual promedio desde hace más de 20 años, pese a las reformas estructurales. Lo que ha provocado que, pese a que los recursos fiscales crecen cada año, la inversión pública decaiga; y lo que ha hecho que los partidos, en lugar de ser realmente oposición, se hayan vuelto más bien privilegiados beneficiarios en esta repartición de las rentas públicas, a cambio de mantener la lealtad y la impunidad de este sistema. 

La estructura mafiosa de poder impide la competencia y la innovación. El PRI ha permitido reformas estructurales en áreas que son importantes para el desarrollo de la economía hacia afuera, que ha sido el motor económico del país desde hace dos décadas, pero en lo que se refiere a las relaciones económicas y sociales internas ha frenado importantes reformas institucionales y ha venido vulnerando a las instituciones autónomas que alguna vez fueron ejemplo de nuestro acceso a la democracia (INE,TRIFE, INAI, CNDH, SUPREMA CORTE, FEPADE etc.), porque esto altera sus relaciones de poder con esos grupos clientelares, y con su base electoral, a la que permanentemente otorga dádivas para comprar o coaccionar su voto. Las encuestas muestran claramente que la población más pobre y estancada del país vota mayoritariamente por el PRI. Por ello, como dijera Efraín González Luna en los años 50, “un partido cuyo capital electoral está en los más pobres, no puede estar verdaderamente interesado en eliminar la pobreza”.

Aunque la personalidad de José Antonio Meade puede ser atractiva para algunos sectores de las clases medias y conservadoras, éstos tienen que reflexionar que, pese a supuestas virtudes personales, él representa a toda esa estructura mafiosa de poder que en el ámbito público, social y empresarial sostiene al PRI. Meade es fiel a sus orígenes, pues su padre ha sido un leal funcionario y militante priísta de muchos años, y responde para los que siempre ha trabajado, la tecnocracia financiera formada por el ITAM y cuya identificación con el PRI es tradicional. Como secretario de Hacienda dos veces, incluso en un gobierno panista, hizo buenas relaciones con los gobernadores priístas porque les ayudó a tapar los hoyos financieros que dejaban, precisamente por financiar esa estructura mafioso-rentista en sus estados, así como la corrupción para el enriquecimiento de su clase política local. 

Un peligro añadido es que su triunfo podría implicar la reelección, de facto, de Luis Videgaray como eminencia gris y verdadero estratega de las políticas públicas en este gobierno. Su influencia en Meade sería aún mayor de la que ha tenido con Peña Nieto, pues prácticamente le debe su candidatura. Además, Meade no se ve un hombre de fuerte carácter que pueda llegar a sacudirse malas influencias o a desentenderse del pago obligado de deudas políticas con los sectores más obscuros de su partido, sino, por el contrario, podría acabar por convertirse en un cómodo instrumento de ellos.

Del partido Verde no hay mucho más que decir de lo que ya se sabe: un partido-negocio familiar que se vende al mejor postor y que cuida más sus utilidades financieras y su influencia con los grupos de poder, que el logro de sus ideales, de los que no se sabe mucho más que cerrar circos y zoológicos, prohibir corridas de toros y legalizar la pena de muerte. Su especialidad son sus campañas publicitarias en medios electrónicos, violando las leyes y el espíritu de las leyes electorales, en dónde saben que lo más que recibirán será una multa, que será poco en comparación con los cargos públicos y el presupuesto al que tendrá acceso.

El partido Nueva Alianza es la recuperación del PRI de la gran estructura territorial del magisterio con fines electorales, después de que Elba Esther Gordillo se la quitó para ofrecerla a otros partidos. Sin la controversial líder, el sindicato magisterial regresa a su querencia, es decir, a apoyar al PRI, pero ya con su propio partido, a cambio de puestos legislativos y cargos en el gobierno.

La Coalición Meade Ciudadano por México no representa un cambio, sino la continuidad de los que asumen que la corrupción es parte de nuestra cultura, que se ostentan como los que sí saben gobernar, y que los hechos los han desmentido.     

    

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

 

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