La Coalición Juntos haremos historia está conformada por el Partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro Social (PES). Morena es un partido creado por y para un solo personaje político, con el objeto de que éste alcance la Presidencia de la República: Andrés Manuel López Obrador. Se ostenta como partido de izquierda, pero en realidad es una mezcla de posiciones conservadoras y progresistas que muchas veces caen en abierta contradicción.
La visión de país de López Obrador proviene de la cultura priísta. Pertenece a un pasado idílico en donde él piensa que el régimen de partido de Estado fue favorable, hasta que lo invadieron las ideas de juniors que se fueron a estudiar a universidades americanas y trajeron un proyecto “neoliberal” para aplicarlo en el país. Parte importante de lo que él cree positivo del antiguo régimen, era su estructura de poder presidencialista que daba al jefe del Ejecutivo poderes constitucionales y extralegales amplísimos, lo que lo hacía en realidad un gobierno autoritario. Por ello, López Obrador no cree realmente en la democracia liberal, sino en la democracia dirigida, no cree en las instituciones, sino en la benevolencia personal del gobernante. Esa visión unipersonal del poder se le ha acentuado a lo largo del tiempo, pues después de 12 años de estar en campaña y de sufrir dos derrotas electorales, su temperamento se ha ido semejando más al de un pastor de secta, que predica juzgando a los demás sin ambages, ubicándose, sin ningún sustento, en las alturas de una superioridad moral incuestionable.
Aunque dice mantener las mismas posturas que cuando fue Jefe de Gobierno del DF, sus actitudes ahora son más las de un líder carismático al que no le apena caer en obvias contradicciones, sin ser ya las de un político de izquierda racionalista y secular. Se dice juarista y cada vez hace más citas bíblicas en sus discursos; se dice progresista en temas de género y se alía con el partido que más ha combatido esas políticas en las cámaras y en el Constituyente de la CDMX. Se dice demócrata y nunca ha reconocido el resultado de una elección cuando le es adverso; se dice nacionalista y se alía con un partido que tiene como modelo a seguir a la dictadura de Corea del Norte. En su primera candidatura explotaba un discurso claramente anti-empresarial, y ahora sus principales asesores son empresarios.
López Obrador no cree en la distribución de la riqueza por medio de políticas fiscales, sino más bien en un Estado que intervenga en varias áreas de la economía, como en Pemex, y con las rentas que reciba haga una repartición a la población, vía programas sociales y apertura de plazas, hasta lograr el pleno empleo, sin que la productividad sea un factor a tomar en cuenta. Su ignorancia en asuntos financieros y económicos es amplia, y su interés por la política internacional casi nulo. Ostenta con soberbia su honestidad, atribuyéndose una calidad humana excepcional. Es cierto que es una persona para quien el enriquecimiento personal no ha sido una prioridad, algo poco común actualmente en nuestra clase política. Sin embargo, eso no quiere decir que sea honesto. Su ambición de poder lo ha llevado a usar discrecionalmente el dinero público y a calumniar, engañar y traicionar en múltiples
López Obrador es una bomba de tiempo, está es su última llamada y hará lo imposible por lograr su objetivo de ser presidente de México. Y si es derrotado, hará lo imposible por no aceptar al ganador. Él no ha promovido abiertamente la violencia, pero tiene seguidores radicales que no dudarán en recurrir a ella si se sienten engañados o agredidos.
En caso de ganar Andrés Manuel la elección presidencial, entraríamos a un periodo de incertidumbre en donde la transición democrática que aún vivimos estaría en riesgo, y las instituciones que le dan sustento, con todos sus defectos, a esa vida democrática, correrían el peligro de desaparecer o de volverse meras simulaciones. López Obrador no ha logrado convencer a los que desconfiaron de él en 2006 y en 2012, de que ya estando en el poder respetará la separación de poderes y a las instancias que ponen límites y balances al poder presidencial. No ha convencido porque sigue mostrando, en sus actitudes y en su discurso, simpatía y atracción por el presidencialismo omnipotente que, a su entender, sólo con voluntad y buenas intenciones puede cambiar al país, en lugar de construir estructuras y procesos institucionales para fortalecer nuestros derechos y aminorar las desigualdades.
En cuanto al Partido Encuentro Social, es una organización conformada con base en la estructura y las redes de diversas Iglesias evangélicas o “cristianas”. En su origen, como agrupación política se ligó al PRI. Después, a partir de la candidatura presidencial de Felipe Calderón, se alió con el PAN. A principios de este sexenio se volvió a alinear con el gobierno priísta, dado que le “facilitó” su registro como partido. Sin embargo, ahora da un giro y decide apoyar a Morena, lo que no deja de llamar la atención, pese a que conocemos la incongruencia de nuestra clase política. Los legisladores del PES han sido los más combativos promotores en temas como el derecho a la vida y la defensa de la familia, tanto en el nivel local, como en el Congreso federal. Ahora se alían con un partido que apoya a grupos del feminismo radical, de la diversidad sexual y la ideología de género. Y deciden impulsar a un candidato presidencial que, de ganar, nombrará como titular de Gobernación a Olga Sánchez Cordero, la principal constructora del blindaje jurídico que permite el aborto.
El Partido del Trabajo tiene sus orígenes en las organizaciones de “línea de masas” que adoptaron la guerrilla, y que después de la guerra sucia con que respondió el Estado en los años 70´s, continuaron la lucha en la organización social y en los frentes urbano-populares. Su registro legal se remonta al salinismo, pero enarbolando una ideología en la que exalta a las naciones y a los líderes que han aplicado el comunismo real; desde Mao hasta el coreano Kim Jong Un. En los hechos es un partido clientelar que tiene grupos organizados en zonas localizadas del país. Donde sus bases son fuertes, presionan para extraer rentas del Estado, como lo fomenta nuestro “sistema mafioso de relaciones entre la sociedad y el gobierno”, que está enraizado en nuestra cultura política. Desde que López Obrador fue candidato presidencial, el PT se ha aliado a él para poder mantener su registro, pues cuando ha ido solo en elecciones recientes, estuvo a punto de perderlo. Ha terminado por convertirse también en un partido-negocio, del que un pequeño grupo encabezado por su dirigente Alberto Anaya se ha adueñado desde hace décadas.
La coalición “Juntos Haremos Historia” ofrece más dudas que certidumbres, pese a las transformaciones que ha tenido realmente y que también ha fingido López Obrador. Más allá del cliché, la personalidad del tabasqueño aún da la impresión a la mayoría del electorado, de que sigue siendo un peligro para México.
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