“Ser mamá es dejar una huella en la historia, es plantar en la tierra la semilla de un árbol que dará frutos, evidenciando mi paso por el mundo”
En estas fechas abundan las publicaciones de poesías, historias y anécdotas llenas de sentimientos que enaltecen la figura muchas veces sufrida y abnegada de las madres.
La maternidad es una profesión nada sencilla, para la que no existe mayor preparación, ni título, ni reconocimiento; y en la que jamás puedes dar marcha atrás.
“-¿Y cómo son? ¿Qué hacen las madres?” Preguntó Marcelino a Jesús. “-Dar, Marcelino. Siempre dar. Dan todo, se dan a sí mismas, dan a los hijos sus vidas, la luz de sus ojos, hasta quedar viejas y arrugadas”.
Su Santidad Francisco la define así: “Sí, ser madre no significa sólo traer al mundo un hijo, sino es también una elección de vida: ¿qué elige una madre? ¿Cuál es la elección de vida de una madre? La elección de vida de una madre es la elección de dar vida. Y esto es grande, esto es bello” (Audiencia General, 7 de enero 2015).
En un mundo invadido por las ideologías que se empeñan en denostar la maternidad como un obstáculo para la “realización personal” de la mujer, es importante que quienes hemos tenido la dicha de ser mamás, levantemos la voz y demos testimonio del maravilloso Don de los hijos y el papel que juega la mujer–madre como pilar insustituible en la familia y en la sociedad.
Ser mamá es el mayor de los privilegios. Es descubrir dentro de ti el milagro de la vida. Es el misterio de participar con Dios en la creación de una persona que está en mí y su vida depende de mí, pero no soy yo, y que será además única en el universo y en el tiempo.
Ser mamá es dejar una huella en la historia, es plantar en la tierra la semilla de un árbol que dará frutos, evidenciando mi paso por el mundo. Es recibir la oportunidad de trascender en el tiempo a través de los hijos, los hijos de los hijos y los hijos de éstos.
Ser mamá obliga a crecer y a afrontar cualquier reto, no importa el tamaño, venciendo los obstáculos y las propias limitaciones. Ellos, los hijos, nos brindan la oportunidad de ser una mejor persona, de tener el deseo y ldeterminación de dar buen ejemplo; nos obliga a levantarnos una y otra vez de las caídas o derrotas, y también a sonreír cuando, en sus ojos, descubrimos la fe y la esperanza que solo inspira una mamá.
La llegada de un hijo desborda de amor a la madre, mostrándole que su capacidad de amar ha llegado al límite, pero con la llegada de más hijos, una mujer descubre que el amor no se reparte, el corazón se ensancha con cada uno, y de tal manera que hasta queda un hueco para acoger a alguien más que necesite una mamá. Pienso que el amor de una madre es lo que más se asemeja al amor de Dios, que nunca se cansa, que confía, que espera y que perdona.
Los hijos despiertan el verdadero potencial de una mujer, son el reto para superarse cada día, la razón para seguir soñado a lo largo de la vida, y para saber ser feliz, haciendo política o preparando una sopa.
Ser mamá nos brinda el privilegio de “servir” y de construir, desde la base de nuestra familia, la sociedad que queremos y el México que soñamos, formando hombres y mujeres íntegros, con valores y amor a su patria. ¡No queremos la imagen de una madres sufrida y abnegada! Se requiere un ejército de mujeres agradecidas por el privilegio de la maternidad y el compromiso de poner los cimientos del futuro.
Este día en que todos reconocen y agradecen los atributos de las madres de familia, es el mejor momento para agradecer a Dios, a mi esposo y a mis hijos la oportunidad de ejercer la más noble de las profesiones y en la única que soy insustituible y feliz : “ser mamá”.