A partir de su registro ante el INE como precandidato independiente a la presidencia de México en 2024, se han publicado a cuentagotas artículos periodísticos, videos, programas televisivos sobre quién es y qué pretende Eduardo Verástegui.
En términos generales, podemos ubicar los posicionamientos en dos grandes bloques. Uno lo apoya a ultranza por lanzarse a “restaurar el reino de Dios y de María de Guadalupe en México”, por defender “la familia natural”, ir “en contra del aborto” y luchar “contra la cultura anticristiana”.
El bloque contrario es menos homogéneo: se compone, al parecer, de aquellos que rechazan la bandera de la ultraderecha enarbolada por Verástegui. Pero en este, también hay otros (más o menos identificados con el catolicismo) que sí coinciden con alguna de las consignas del productor de cine, como el no al aborto, pero consideran que el enemigo a vencer es Morena. De ahí que se inclinen por el Frente Amplio y por su candidata, Xóchitl, como “mal menor”.
Fuera de estos frentes antagónicos están quienes rechazan categóricamente a Eduardo Verástegui porque consideran sus posturas delirantes.
Por lo demás, existe también un amplio espectro de los que rara vez se pronuncian, pero que conforman el poder real detrás de Verástegui. Este grupo está compuesto por figuras de primer nivel y organizaciones que movilizan sus recursos. En el caso difícil, pero no imposible, de que el actor y productor de cine consiga el millón de firmas necesarias para aparecer en la boleta de 2024, ellos movilizarían a poco más del uno por ciento del padrón; dentro de ellos, una parte importante de cristianos evangélicos y católicos tradicionalistas, entre otras minorías de las llamadas “derechas”. Esto haría todavía más difícil el triunfo para el Frente Amplio y su candidata, por más competitiva que sea.
Es evidente que nadie gana una elección con el uno o dos por ciento del padrón. Por eso, los simpatizantes de esta opción que están más allá del blindaje fundamentalista habrían de preguntarse qué es lo que se negocia “en lo oscurito”; con quién y a cambio de qué sube Verástegui a la contienda, sobre todo cuando el fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en materia de aborto ya se ha producido.
Encuentro seis razones para reconsiderar esta opción.
1. México es un Estado laico. La proclama “Dios, Patria y familia” del Movimiento Viva México (plataforma social y política que respalda a Verástegui) va a contrapelo del marco constitucional, en el que se consagra la laicidad. Sin embargo, también infringe el Magisterio Social de la Iglesia católica, algo que muy posiblemente ni Verástegui ni sus promotores sepan o hayan tomado en cuenta.
En el documento del Concilio Vaticano II titulado Gaudium et Spes, ya la iglesia afirma explícitamente la necesidad de la separación Iglesia-Estado (GS 76). Llama a una colaboración entre ambas instituciones para el bien de las personas, pero siempre desde la laicidad. Así es que no hay tal cosa como el voto católico: los católicos votan o no lo hacen a partir de un discernimiento sobre la realidad, a la luz del Magisterio, las escrituras y en conciencia (o sin ella).
Este movimiento, además, avanza en dirección contraria a la historia del país. Así se percibe en las redes sociales, donde llaman a reeditar la Guerra cristera. Los historiadores de la Iglesia sabemos bien que la institución eclesiástica y sobre todo los creyentes perdieron mucho en ese suceso histórico. Toda idealización del pasado es fruto probablemente de la ignorancia. Pero eso es lo de menos. La instrumentalización del conflicto histórico con fines políticos es sumamente irresponsable en el México actual, que acumula divisiones de todo tipo.
2. De la doctrina, lo que conviene. No deja de sorprenderme que los católicos integristas y aquellos que se encuentran en la ultraderecha toman como principio de autoridad lo que dice la doctrina en relación con la defensa irrestricta de la vida: desde el momento de la concepción (el no nacido), pero omiten la conclusión de la misma oración: hasta la muerte natural.
La ideologización del Magisterio de la Iglesia en la que incurren estos grupos estriba en que hacen de la defensa de la vida del no nacido un imperativo moral, pero dejan fuera el mismo imperativo que obliga a los católicos a defender la vida de las personas hasta su muerte natural. Esto significa proteger la vida de las víctimas de feminicidio, los desaparecidos, los pobres, los vulnerables, los migrantes, los descartados de la sociedad contemporánea… y todos los que mueren antes de tiempo de alguna enfermedad curable, por políticas públicas deficientes o inexistentes, por acuerdos bilaterales para frenar la migración, por haber sido condenados a la pena de muerte.
Me disculpo si insisto en el Magisterio de la Iglesia: lo hago porque al parecer es el único fundamento de su fe. Y aquí no cabe la ingenuidad. Se trata de una agenda internacional de organizaciones y partidos políticos como el ultraderechista Vox en España, el ala radical del partido republicano en Estados Unidos, el soporte de Orban en Hungría hasta Giorgia Meloni en Italia, Bukele en El Salvador o el bolsonarismo, que goza de cabal salud en Brasil. Es la falsa defensa de la vida, que conserva las vidas que importan y desecha las que no.
3. Dime con quién andas… Para saber lo que hay detrás de esta precandidatura no hay más que echar un vistazo a las redes sociales del propio Eduardo Verástegui. Una extensa egoteca histórica –de por lo menos hace diez años– con las fotografías de sus contactos de primer nivel en la Iglesia jerárquica, de empresarios, de jefes de Estado y sus familiares.
Donald Trump, por supuesto, tiene un lugar destacado. El expresidente estadounidense afirmó que lo haría enlace de las relaciones de su gobierno con México si llega a reelegirse. Le abrió las puertas de su casa en Mar-a-Lago (Florida), para presentar la premiere de su película. Trump, sin empacho, dijo que era probablemente “the next president of Mexico”. Verástegui lo trató de “hermano” y dijo que era su “inspiración” para contender por la presidencia de México.
Siguiendo los hilos ideológicos del hoy aspirante a la candidatura a la presidencia de México, descubrimos que no son pocos los que desembocan en personajes ubicados en la oposición velada o explícita al papa Francisco y, también, en el sedevacantismo (que cree que el Papa actual no es válido y por ende hay sede vacante).
Como escribió Jorge Traslosheros en su cuenta de Facebook: “Ningún político nos representa como católicos y nunca lo hará”. Sin embargo, sí lo hace el Magisterio, la tradición apostólica, los evangelios y el Papa. El sentir con la Iglesia y la fidelidad al Papa son algunos de los verificativos de la fe católica. Pero ¿qué pasa con un personaje que se ostenta como el defensor de la pureza doctrinal, aunque se liga eclesial, social y políticamente con opositores públicos y notorios a Francisco y con organizaciones integristas?
La información contenida en sus redes sociales no deja casi nada a la imaginación y permite seguir la pista de sitios sedevacantistas, como la del indigesto Ejército Remanente. Abundan fotos con miembros de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (algunos de ellos severos críticos del Papa actual); con sacerdotes impresentables, como Frank Pavone, recientemente reducido al estado laical por Roma. También sale con el arzobispo Viganó, quien exigió la renuncia del papa Francisco, acusándolo de encubrimiento de abuso sexual sin ofrecer pruebas, por supuesto.
4. Libertad religiosa. Se habría esperado que la “transición democrática” impactara en la puesta en práctica de la libertad religiosa, pero no fue así: se usó y abusó de los símbolos religiosos del catolicismo. Algo semejante ha sucedido en el gobierno actual con el uso ideológico del cristianismo para moralizar las conciencias y las conductas.
La situación que vivimos en México es la de una libertad religiosa en ciernes. Después de treinta años del restablecimiento de relaciones entre el Estado y la Iglesia, se mantiene una visión tradicional de un Estado que relega lo religioso a esa esfera indeterminada que se llama “lo privado” y de una Iglesia que a menudo pretende monopolizar el debate público. Es cierto que el marco jurídico mexicano vigente impone restricciones a la participación de los creyentes –en cuanto tales– en la esfera pública.
No obstante, por razones de legitimidad y representatividad democrática, cohesión y solidaridad social, respeto a la pluralidad y la libertad religiosa, así como por la naturaleza de sus contenidos, no hay motivos para prescindir de los argumentos de los ciudadanos creyentes y de las comunidades creyentes en los debates de la esfera pública, siempre que estos individuos cumplan con siete condiciones, como plantea Hawey Suárez siguiendo la línea argumentativa de Habermas: (1) que respeten el carácter laico del Estado; (2) que adquieran una actitud crítica y reflexiva que vaya más allá del dogmatismo; (3) que dejen de lado cualquier pretensión monopolizadora del proceso de formación de la opinión pública y de la voluntad común; (4) que convivan razonablemente con las posturas de otras doctrinas comprehensivas religiosas o arreligiosas; (5) que respeten la autoridad de las ciencias institucionalizadas en cuestiones del saber mundano; (6) que hagan compatibles sus contenidos de fe con la moral universalista de los derechos humanos; y (7) que sean capaces de traducir sus argumentos a un lenguaje accesible a todos los miembros de una sociedad.
Es precisamente en el cumplimiento de estas siete condiciones de una auténtica libertad religiosa, en lo que los pronunciamientos de Eduardo Verástegui y de aquellos individuos y organizaciones que lo respaldan, fallan o, para decirlo con un eufemismo: cojean de forma peligrosa.
5. Hacia el 2024. En la elección del 2 de junio de 2024 se disputarán 20,263 cargos de elección popular. A nivel federal se votarán la presidencia de la República, 500 diputaciones y 128 senadurías. A nivel local son 19 mil 634 los cargos, que incluyen nueve gubernaturas: Ciudad de México, Jalisco, Guanajuato, Veracruz, Puebla, Tabasco, Yucatán, Morelos y Chiapas.
La elección de suyo compleja coincidirá con la elección presidencial en Estados Unidos, lo que hará que temas bilaterales tengan una resonancia mayor durante la contienda, en ambos lados del Río Bravo. Una sociedad polarizada con desigualdades sociales inmemoriales que persisten y con niveles de violencia inusitados, anuncia meses complicados. Distintas voces afirman que hay elementos suficientes para llamar al 2024 una elección de Estado. Las instituciones y los recursos públicos estarán operando a favor de la candidata del oficialismo, Claudia Sheinbaum. Me resisto a creer lo que voces autorizadas dentro y fuera de la iglesia afirman: bajo estas condiciones y con la infiltración de los cárteles del narcotráfico en buena parte del territorio nacional, el resultado está cantado.
A ocho meses de las elecciones, nada está escrito. Hace apenas tres meses, la expectativa de Xóchitl Gálvez estaba en obtener mediante un amparo el derecho de réplica en la “mañanera” por unas declaraciones inexactas del presidente sobre su persona; hoy es una candidata de oposición competitiva, que conecta con los jóvenes y que tiene con qué ganar una elección desigual: “el mal menor”, me decía un obispo no demasiado afecto a Gálvez.
6. Votar en conciencia. Nunca he militado en alguna agrupación política. Los actuales partidos me parecen facciosos y sus dirigentes impresentables, aunque aún encuentro honrosas excepciones y un soporte ciudadano importante en ellos. Coincido con quienes piensan que la opción de Verástegui dividiría el voto de católicos y “conservadores”. Para ellos es este el primer argumento para no ir con él, para mí es el último.
No creo en la teoría del “mal menor”, sino en la del “bien posible”. Y de acuerdo a ella ejerceré mi voto en el 2024.
Como católica y ciudadana votaré en conciencia por el restablecimiento de los contrapesos al poder creciente del Ejecutivo y contra el mayoriteo en el legislativo; por la desmilitarización paulatina del país, por una estrategia encaminada a poner fin a la violencia, los muertos y desparecidos que no pase por acuerdos en lo oscurito con los narcos; por un gobierno democrático de coalición, imperfecto pero posible que abra el cauce al respeto de los derechos humanos, el bien común y la libertad religiosa en un México en paz e irremisiblemente diverso y plural. ~
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