México tiene una larga y agitada historia de revoluciones y levantamientos sociales originados por el descontento ante condiciones de profunda desigualdad y exclusión. Y pese a tanta lucha, las ruinas del viejo orden y las deudas generadas en el presente pronto serán deudas y ruinas del pasado que nunca acaban de saldarse ni desmoronarse del todo.
Así, hoy vemos intentos de concentrar un poder casi monárquico en la investidura presidencial, como si encarnara la salvación inapelable ante los severos males que aquejan al pueblo como grandes problemas nacionales. Sin embargo, la instauración de figuras mesiánicas situadas por encima de cualquier contrapeso institucional o marco regulatorio solo ha derivado en autoritarismos y nuevas frustraciones.
La madre de las revoluciones modernas dejó como gran lección la importancia de un diseño institucional que, a través de separación de poderes y medidas de control recíproco, lograra el ansiado equilibrio entre fuerzas de la sociedad. Solo así puede evitarse la imposición de una sola visión parcial sobre el bien común. Sin contrapesos efectivos, los avances se vuelven efímeros.
Actualmente se debe insistir en la separación de poderes y los contrapesos entre ellos como una necesidad vital para el equilibrio político y para evitar la imposición de visiones unilaterales.
Resulta pertinente recordar esta herencia en momentos cuando intentan socavarse instancias autónomas garantes de rendición de cuentas, acceso a información pública, libertades fundamentales o certidumbre jurídica para realizar inversiones productivas. Urgente establecer y fortalecer el Estado de Derecho y las libertades fundamentales.
Por otro lado, más allá de la retórica cambiante en turno, lo cierto es que el tejido social sigue profundamente lastimado por males que obstaculizan su desarrollo pleno. ¿De qué sirve hablar de transformaciones históricas ante una violenta realidad cotidiana salpicada de sangre en tantos hogares?
Los estragos del narcotráfico y la delincuencia organizada son una dura afrenta ante la cual los esfuerzos han sido claramente insuficientes. La población sigue vulnerable frente al crimen sin importar la región o condición de clase. ¿Los abrazos pueden detener las balas de criminales sin escrúpulos? ¡No!, Los abrazos son un bálsamo mediático que no detiene la sangre corriendo en las calles
Es evidente que las grandes promesas de cambio radical se estrellan frente a problemas multifactoriales que requieren soluciones integrales, graduales y sostenidas; no voluntarismos mal enfocados ni revisionismos históricos. Se requiere decisión para implementar las reformas postergadas que el país necesita para activar su potencial social y económico.
Frente a este contexto, México reclama una ciudadanía vigilante, informada y propositiva, que vaya más allá de acudir periódicamente a elecciones. Que no se deje seducir por demagogias ni falsos mesías revestidos de popularidad –o populismo–, sino que evalúe objetivamente cuáles son los avances o retrocesos reales que afectan su bienestar.
Solo con instituciones sólidas que trasciendan personalismos y una ciudadanía activa que demande resultados, podrá germinar un proyecto incluyente de nación. De nosotros depende evitar que los pendientes se acumulen nuevamente hasta estallar en otra revolución fallida, pero esta vez protagonizada por las siguientes generaciones. La historia nos observa, pensemos hoy en el mañana.
México nos necesita hoy más vivos y participativos que nunca. Es hora de alzar la voz y exigir soluciones tangibles, no adulaciones circunstanciales ni falsas promesas. Seamos parte de un cambio real que comience desde nuestras conciencias, bien informadas y comprometidas con la justicia social. No traguemos entero discursos grandilocuentes que se desvanecen ante nuestros ojos.
Exijamos hechos, certezas, resultados tangibles. Hagamos oír nuestras voces hasta en los rincones donde el poder se ejerce para recordar la agenda de transformación que aún sigue pendiente.
La historia observa si podemos romper inercias nocivas y decidir hoy, con responsabilidad democrática, el rumbo que le queremos legar a las siguientes generaciones. El futuro está literalmente en nuestras manos.
Que el destino de México se forje con los colores e intereses de toda su diversidad a través de un proceso electoral libre y razonado. Rompamos la inercia y seamos protagonistas del país que queremos legar a nuestros hijos. ¡Está en nuestras manos, aquí y ahora!
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