Morena no tiene estructura ni infraestructura partidaria, pues conserva y mantiene un liderazgo único, ubicuo, último: el cabeza de Pañal sin Usar y párele de contar.
En política, se entiende por “cuadros políticos” a “los miembros más entrenados y dedicados de un partido político, a partir de los cuales se desempeñan sus tareas básicas y puede expandirse su organización”.
Es decir, los cuadros políticos son las personas destacadas dentro de las estructuras de un partido político; y, por definición, quienes constituyen el núcleo ideológico, organizacional y directivo de la institución.
¿Dónde están los cuadros de Morena? Simplemente no existen. No hay cuadros en Morena.
Morena no tiene estructura ni infraestructura partidaria, pues conserva y mantiene un liderazgo único, ubicuo, último: el cabeza de Pañal sin Usar y párele de contar. Todo lo demás son excrecencias (excrecencias, ¿eh?, no excrementos); meros apéndices que van a terminar por hacer su real gana o, como seguramente lo ve él, su “santa voluntad”. Eso, por un lado.
Por el otro, absolutamente todos los morenistas de cierto relieve (ni modo de hablar de renombre, menos de prestigio), con el propio Andrej Manuel a la cabeza, provienen de otros partidos. La “cantera” del morenismo es el PRI, luego reciclado en PRD –con unas pinceladas de izquierdismo recalcitrante e imbécil (como cualquier izquierda furibunda)– y ya después con algunos panistas caídos de acá o acullá.
Por eso, en ese muro de las lamentaciones tropical, en esa tapia de silencios cómplices, en esa pared solitaria no caben, siquiera, naturalezas muertas, sólo existen cuadros vacíos. Marco tras marco de lienzos en blanco.
Será por eso, tal vez, que el prejidente es un hombre tan necesitado de imágenes, de íconos. Sin ideas, con los recuerdos desperdigados, con raquíticos conocimientos pepenados por aquí y por allá, con una barnizadita de dos o tres conceptos que adquirió luego de catorce años de universidad para obtener un título huérfano, con un costal de mañas que aprendió de su militancia priista y con una locura senil galopante, AMLO necesita como desesperado aferrarse a algo, a cualquier cosa, que sirva para encarnar los esfuerzos de su calamitoso y convulso gobierno.
Sólo así se explica que haya reprobado con tanta vehemencia la manifestación de los colectivos de feministas y familiares de víctimas en una de las oficinas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, cuando pintarrajearon una pintura de Francisco I. Madero.
Como el loco que es, ignorante e ignorando, el sentido y el alcance de las fundadas quejas de ese colectivo de mujeres, se atrevió a decir que: “El que afecta la imagen de Madero o no conoce la historia, lo hace de manera inconsistente o es un conservador, es un proporfirista”. En su estulticia, agregó: “tienen derecho a manifestarse, pero esa no es la mejor forma”.
Olvida su pasado rijoso, el presidente; cínicamente se desentiende de su carrera política pautada de exabruptos y desmanes peores: “Era lunes, 5 de febrero de 1996. El ‘líder moral’ de la izquierda mexicana, Andrés Manuel López Obrador, acababa de llegar. ‘Unos mil 500 chontales vitorearon a López Obrador cuando el dirigente perredista arribó a la plaza, tras los estallidos de cohetones’, leería la crónica de Filomeno Plata en la edición del diario El Sureste del día siguiente”. Publica el diario El País, para rememorar cómo, el “guía”, el “líder moral” de su partido, el PRD en ese entonces, en pocos días encabezó la toma de 51 pozos petroleros en seis municipios de la entidad.
Sin cuadros, MORENA va a la cola del loco cantando: “A la víbora, víbora de la mar…”.
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