Grandes civilizaciones se han desplomado cuando hay divisiones internas, incluso muchas de ellas desaparecieron por no saber qué hacer ante un enemigo externo. Cuando una gran cultura desaparece hay muchos factores que lo explican; algunos investigadores señalan los desastres naturales, el cambio climático, una invasión extranjera, pero, un elemento relevante es que su gente se encontraba profundamente dividida y no pudo hacer frente a una agresión externa.
Los seres humanos tenemos el resorte de la competencia y queremos ganar los primeros lugares; pero también tenemos el resorte de la solidaridad. No solo competimos, también compartimos, sobre todo cuando está en riesgo la supervivencia de nuestra comunidad. Las sociedades se unen ante un mal más grande, como se ha demostrado en distintos momentos de la historia, porque de no hacerlo, se corre el riesgo de comprometer el futuro.
Cuando viene un desastre provocado por la naturaleza como los terremotos y los huracanes, el gobierno se pone a prueba, se pone a prueba su capacidad de control, coordinación y rapidez en atender a la gente, se pone a prueba su capacidad de gestionar de forma correcta la emergencia. Pero, sobre todo, se pone a prueba el liderazgo de las personas que conforman las instituciones gubernamentales.
Ante un mal que nos supera, los líderes que son estadistas llaman a la unidad y dejan la confrontación para otro momento; porque lo que importa es la vida de las familias, rescatar a los que son nuestros hermanos. Es el momento del liderazgo empático y el trabajo en equipo. Llamar a la unidad, ante un agresor externo, y poner en marcha las acciones contenidas en los manuales de crisis que existen y se han hecho a lo largo del tiempo, para que se activen en forma precisa y ordenada.
Un político mediocre solo piensa en la siguiente elección, un estadista piensa en el largo plazo, en lo que es lo mejor para la siguiente generación. Las crisis muestran de lo que estamos hechos; por ejemplo, si el líder está obsesionado con su buena imagen, sólo se verá a sí mismo, pensará que cualquier señalamiento es un ataque a su imagen y perderá de vista cual es el objetivo para el cual fue electo. Este tipo de reinado queda claramente expresado en los cuentos de los hermanos Green, como sucede con la madrastra de Blanca Nieves que todos los días en su mañanera preguntaba: “espejito, espejito, quien es la más bonita del reino”.
De ahí la obsesión por las encuestas y por el aplauso. Y cuando se cuestiona su actuar, sobreviene el enojo, la amargura. El narcisismo, el ego, es tan grande, que prevalece aún en momentos de crisis, porque todo se centra en cuidar la imagen propia, sin ver lo que sucede a los demás. Y lo más grave, lejos de reconocer errores, apuesta por mantener el clima de la confrontación ante un momento crítico, porque no se ve el dolor de la gente, sino que las encuestas no vayan a cambiar.
Esto es lo peligroso ante la tragedia del huracán de Acapulco. No podemos detener la increíble fuerza de la naturaleza, pero tampoco la torpe fuerza interna del narcisismo y el resentimiento, que aun en las crisis más profundas, se sigue confrontando en lugar de llamar a la unidad nacional.
Los líderes verdaderos surgen con gran valor y grandeza en los desastres naturales y las crisis. Los gobernantes merolicos sólo se exhiben a sí mismos, mostrando sus miserias.
Se va a requerir un esfuerzo grandioso para, primero salvar la vida y el futuro de las familias que viven en Acapulco; se van a requerir de innumerables recursos para poner en pie uno de los sitios más bellos de México, que por cierto ya estaba siendo herido por el flagelo del crimen organizado. Y eso lo vamos a lograr con una actitud fuerte, generosa y unidos más allá de los colores de los partidos y sus mediocres gobiernos.
“Una gran civilización no es conquistada desde fuera
hasta que se destruye ella misma desde adentro.”
Rudy Youngblood
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