En esta segunda parte de “La implacable lógica del odio”, analizaremos y compararemos las similitudes entre Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Díaz Ordaz; como las actitudes y decisiones que han tenido ante el pueblo mexicano.
Esa lógica del odio, la de “buenos contra malos” donde, –lógico, los “buenos” son los del bando propio–, fue la que empuñó y disparó las armas durante la masacre del 2 de octubre de hace casi cincuenta años.
En pleno Siglo XXI, adentrados de lleno en él, resulta absurdo que se continúe gobernando sobre la endeble base de las “creencias”, los “pálpitos”, las “corazonadas”, “caprichos” u “ocurrencias” del jefe de facto en turno –ésa es la lógica de las mafias– y es el camino del autoritarismo priista que lo mantuvo en el poder durante décadas; ésa, la simiente del declive de nuestra economía en perjuicio de las clases menos privilegiadas (merced al connubio entre capital y poder); y ésa, la vía para poder afirmar que “poco a poco la utopía se convirtió en razón de Estado”.
En 1968, previo a la matanza de la Plaza de las Tres Culturas –igual que AMLO hace unas pocas semanas–, Gustavo Díaz Ordaz se refería a los estudiantes en lo particular y a quienes no lo secundaban en su paranoia como “ellos”; es decir, terceros apátridas, antípodas, contrarios, opuestos; en síntesis, como si no se tratara también de mexicanos; como si no fuera preciso, necesario, indispensable, dialogar con todos para, reconociéndonos, empezar a construir desde la diversidad, la pluralidad e incluso la disidencia; pero no, Díaz Ordaz no pudo deshacerse de sus fobias, de sus odios, de sus taras, como tampoco puede Andrés Manuel.
Para el primero, “discrepar es traicionar; disentir, así sea de un modo legítimo, legal y público, es hacerse merecedor de todo el peso de la represión”; las cosas no han cambiado mucho de entonces a la fecha si se toman en cuenta los dichos actuales del segundo personaje; quien verbaliza a diestra y siniestra, con una sonoridad brutal, rayana en el fanatismo, adjetivo tras adjetivo en contra de quienes no piensan como él ni comparten sus dislates o prejuicios.
En su IV Informe de Gobierno (septiembre de 1968), Díaz Ordaz tejió una madeja de absurdos, de entelequias necesarias para explicar su visión de país; empero, como se ha escrito, Díaz Ordaz se lo debía todo a la “ilusión del poder absoluto”; para él, alguien acechaba en la oscuridad (ergo, él era la luz) y lo atacaba por envidia (ergo, él era envidiable): “Para la ilusión del poder absoluto toda oposición personaliza amarguras y frustraciones (si no están a gusto con mi gobierno se odian a sí mismos)”; el autoengaño degeneraría, pronto, en un baño de sangre.
Pues bien, retomando el hilo de estos párrafos, cuando AMLO se resiste a asistir a un acontecimiento luctuoso en principio –las connotaciones políticas deberían ser secundarias–, porque, según su propio dicho, existen personajes mezquinos, provocadores, conservadores, neofascistas y canallas, no hace sino polarizar, con su mensaje de odio, los ánimos de un país que literalmente se desangra en una lucha intestina la cual, en los últimos doce años, suma ya más de un cuarto de millón entre muertos y desaparecidos.
Esa omisión fue, pues, muy elocuente; de hecho, de aquí en delante lo único que cuenta es lo que AMLO haga o deje de hacer pues sus vaivenes retóricos parecen no tener fin; en un asunto emblemático, el del nuevo aeropuerto (NAIM), no se cansó de aludir a la corrupción de Gobierno y empresarios: “El presidente […] dijo este día que el gran negocio de los empresarios era quedarse, apropiarse, los terrenos del actual Aeropuerto […] AMLO le dio con todo a los empresarios ‘corruptos’ que se coludieron con funcionarios ‘corruptos’, y sentenció que esos tiempos se habían acabado”; menos de dos meses después, ya estaba haciendo tratos con ellos: “Andrés Manuel López Obrador aseguró que los empresarios que tienen contratos de construcción en el [NAIM] que ha sido cancelado, participarán en otras obras en el lago de Texcoco, así como en la construcción del Aeropuerto Internacional de Santa Lucía”. ¿En qué quedamos? ¿Eran corruptos o no?
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