En medio de un gobierno claramente marcado por la corrupción, lo poco bueno del gobierno de Peña Nieto como la reforma educativa, energética y el aeropuerto en Texcoco, está amenazado por el próximo gobierno de López Obrador.
Desde aquel momento en que en la Feria del Libro de Guadalajara le preguntaron al candidato presidencial Enrique Peña Nieto, cuáles eran los tres libros qué más lo habían marcado; cuando su contestación mostró que no había leído tres libros, peor aún, cuando mostró que era incapaz de dar una respuesta coherente o entendible, ante una pregunta repentina e inesperada, desde entonces, fue claro para muchos que el regreso del PRI al poder no auguraba buenas épocas para el país. ¿Quién era Peña Nieto?, además de un rostro atractivo para algunos sectores del electorado. ¿De dónde venía?, ¿qué representaba? ¿Cuáles eran sus valores?, ¿cuál su verdadera formación? En realidad, nadie se preocupó por investigar seriamente eso, por el contrario, la aristocracia mediática mexicana no quiso escarbar mucho, estaba feliz por el regreso del PRI porque con ellos siempre se habían entendido bien. Con los panistas nunca se sintieron cómodos, aunque no vieron amenazados sus privilegios. Lo suyo, lo suyo, era el estilo priísta de trato con la prensa, con “los chicos de la fuente”, con los altos directivos de periódicos, estaciones y canales de radio y T.V. Los grupos de poder tenían cercado a Peña Nieto y los medios lo protegieron. Después del tropezón de Guadalajara ya no hubo lugar para preguntas espontáneas o auditorios no controlados, y así sería en sus 6 años de gobierno. Nunca una conferencia de prensa, o aceptación de cuestionamientos imprevistos, o entrevistas no preparadas. Peña Nieto no era confiable ni para dejarlo contestar una pregunta, a veces ni siquiera para leer un texto elaborado por asesores, que, se ve, no solía siquiera revisar previo a su lectura.
Que su matrimonio había sido arreglado, un show montado, como parte de una estrategia electoral. Que su fortuna personal no correspondía con su origen familiar y su trayectoria. Que provenía de un grupo dentro del PRI que era el más arcaico y premoderno en su visión de la política y en sus usos y costumbres, donde la colusión entre política y negocios era “cultural”. Todo ello no importó. Los votos alcanzaron y el PRI regresó. Y viendo los antecedentes de Peña, si se hubieran investigado éstos seriamente, y se les hubiera dado la importancia que merecían, se hubiera visto que actuó como era previsible. Un gobierno insensible, alejado de los problemas actuales del mundo, sin guía u orientación para desenvolverse en un México muy diferente al que el PRI gobernó durante 70 años. Un gobierno que hizo de la corrupción su modus operandi, empezando por el presidente. Creyeron que estaban en los años setenta, como en las épocas de Hank González, y que nada se iba a saber, que nada se iba a notar.
Como gobernador del Estado de México, Peña, como sus antecesores, con dinero arreglaba todos los problemas: compraba a la oposición, compraba a los consejeros del instituto electoral local, compraba a los jueces, y hasta a los delincuentes de media ralea se les daba dinero para “bajarle” y no pasarse en los asaltos. Ese asunto, el de la seguridad, la verdad es que se le salió de las manos, pero entonces ahí estaba la prensa y los medios locales, a los que se podía también comprar para que no hablaran del tema, para que hablaran de otra cosa. Pero gobernar un estado, aunque fuera uno tan grande como el Estado de México, no es gobernar el país. Y los tamaños de Peña no dieron para más, así fue, y así nos fue.
Desafortunadamente, la corrupción del “nuevo PRI” deja un daño que va más allá de este sexenio. A Peña le dieron un guion: tu misión es aprobar la “reformas estructurales”, si lo haces te cubrirás de gloria, y, por cierto, podrás robar lo que quieras, pero entonces, a nadie le importará. Los mandones del PRI corrompieron las “reformas estructurales” desde el momento en que no las quisieron aprobar en los gobiernos del PAN, cuando era el momento idóneo para el país, o, al menos, la última llamada para que éstas tuvieran beneficios tangibles más próximos. Pero esa negativa no sólo era mezquindad en cuanto a quién se cubría de gloria o pasaba a la historia, era el interés de hacer las reformas para poder ser parte de los nuevos negocios que esas reformas traían consigo. Así lo fue también el proyecto del aeropuerto.
La corrupción sigue causando daños. Lo poco rescatable del gobierno neopriísta de Peña Nieto como la reforma educativa, la reforma energética y la construcción del nuevo aeropuerto, están siendo amenazados seriamente, sino es que ya están sentenciados a muerte por los líderes de la “cuarta transtornación”, perdón, transformación. Y es penoso y hasta grotesco ver como nadie del gobierno levanta siquiera la mano para defender alguno de estos logros. Muchos, en los últimos días, se han preguntado ¿por qué?, por qué ese silencio, esa indolencia, esa invalidez de funcionarios, legisladores y políticos ¡actuales!, ¡en funciones! para defender lo que ellos construyeron. Y muchos no quieren ver o no quieren decir la respuesta: es el pacto de impunidad que ofreció López Obrador al gobierno saliente, y que ha permitido que tenga esta “transición de terciopelo”, en la que, con nada, se quiere incomodar al gobierno entrante. Porque es tanta la cola que hay que pisarles, que temen molestar al presidente electo, para que no haya riesgo de que se desdiga de la promesa de no investigar, de no perseguir legalmente a Peña Nieto y a sus cercanos. El pacto sigue vigente y si el costo es dejar morir la educación, incluso a la reforma estelar y más presumida por Peña, la energética, al aeropuerto, etc…, no importa, hay que salvar el cuello primero.
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