Vivir en una de las ciudades más importantes del país y además ser vecinos de la nación más poderosa del mundo, ha sido quizás uno de los factores principales que nos arrebató a los regiomontanos (o nos hizo arrinconar) buena parte de la fe y valores que nos distinguieron en el pasado.
La tremenda competencia material, el estar al pendiente de las redes sociales, lo último de la moda, o el afán desmedido por vivir más inmersos en lo que tenemos (o no tenemos) que en lo que somos (o necesitamos ser), nos esta convirtiendo a buena parte de los habitantes de Monterrey en una especie de robots programados para vivir más hacia lo inmediato, efímero y superficial.
Todo esto y más lo medité al final de una sorprendente homilía que escuché en mi ciudad hace un par de semanas.
El sacerdote inició su reflexión pidiendo a los presentes nacidos en Monterrey, levantar la mano. Acto seguido nos dio un dato que nos movió el interior: “¿Sabían ustedes que Monterrey tiene tres Basílicas?”, preguntó el padre.
Ante la mirada atónita de propios y extraños, continuó diciendo que a lo largo de su vida había visitado algunas ciudades de México y del mundo y en ninguna de ellas se había encontrado con ¡tres Basílicas en una sola ciudad o municipio!
La Basílica de Nuestra Señora del Roble, patrona de Monterrey; la Basílica de la Purísima Concepción, antes parroquia, y elevada a Basílica Menor por Juan Pablo II en 1989; y la Basílica de Guadalupe ubicada en la colonia Independencia.
Pero eso no es lo más sorprendente, explicó el prelado. “Lo que más llama la atención es que cuando acudes a una Basílica por lo general están abarrotadas de fieles, y aquí en Monterrey es una pena visitar estos sagrados recintos marianos, y encontrarlos casi vacíos. “Diez, quince personas a lo sumo, visitan a la Virgen entre semana,” nos comentó.
Al escuchar las palabras del sacerdote no pude evitar traer a la mente aquella emotiva imagen de la Basílica de Zapopan que apenas unos días atrás, en un viaje a Guadalajara, tuve la fortuna de visitar. Cómo olvidar los ríos de gente que entraban al Santuario en un jueves al mediodía y lo complicado para encontrar asiento minutos antes de la misa.
Meses atrás también acudí con mi familia a la Basílica de Guadalupe en México, y encontré fieles por doquier… ¡Ah! y como olvidar la Basílica de San Juan de los Lagos que visité hace 6 años, al día siguiente de una boda en Aguascalientes. Sin duda, ha sido una de las Basílica más concurridas que he conocido.
Vuelvo a la realidad y en mi mente siguen grabadas las palabras del sacerdote: “Monterrey: La ciudad de las tres Basílicas más ignoradas, al menos en México”.
Entonces pienso en el triste panorama de inseguridad, impunidad y crímenes que impera a lo largo y ancho de nuestra Patria. En la voraz y manipuladora campaña de la ideología de género.
Luego recuerdo las palabras de un intelectual que hace días escribió: “La sociedad mexicana está exageradamente agraviada por los abusos de una generación de políticos, que saquearon al país, que lo usaron de botín…”.
¿Qué fue lo que nos pasó?
No encuentro más respuesta que el haber dejado ir de nuestras manos lo más valioso que teníamos y sostuvo por tantas generaciones a capitales ejemplares como Monterrey: Nuestra fe y valores.
El caso es que si en verdad nos interesa recuperar el terreno perdido, no estaría mal empezar por reconstruir el tejido social formando a las nuevas generaciones.
Fomentarles los valores sustanciales como la sencillez, la generosidad, la solidaridad. Explicarles la importancia de la cultura de la vida, la familia y la legalidad.
Dar cátedra, a través del ejemplo, de lo que es y debe ser el trabajo honesto y la participación ciudadana.
Pero sobre todo, no olvidar mencionar a nuestros hijos que nada se puede alcanzar si quienes somos creyentes no nos damos un tiempo para orar. Elevar nuestras plegarias al cielo y pedir ¡de rodillas! a la Virgen que nos ayude, proteja y guíe en esta nada fácil etapa por la que atraviesa el país.
Ojalá despertemos y recapacitemos, y más aún, ojalá Monterrey, la ciudad de las tres Basílicas, se dé cuenta del gran tesoro que posee y lo valore a tiempo.
Que los regios nos olvidemos un poco de nuestra competencia social y material o de nuestra cercanía con los Estados Unidos, y nos concentremos más en esa “Cercanía” que sí puede reubicarnos e impulsarnos a ser ese pueblo noble, sencillo y “echado para adelante” que siempre fuimos y anhelamos volver a ser.
Así pues, sólo nos queda decir:
Virgen del Roble: “Cúbrenos con tu manto”.
Virgen de la Purísima: “Defiéndenos Señora”.
Virgen de Guadalupe: “Ruega por México”.
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