Me escribió una señora algo muy fuerte: “Hace muchos años, cuando era joven, tenía ideas suicidas. Una vez incluso lo intenté. Pero mi lógica era que si uno estaba dispuesto a morir, eso de “empastillarse” o de pegarse un tiro no dejaba otra opción…, y que si en el último momento te arrepentías, no había forma de echar marcha atrás. Según mi teoría, la única forma “prudente” de suicidio era dejarse morir poco a poco. Es decir, abstenerse de comer o de tomar agua. Yo lo intenté durante 4 días. Ese ayuno me sirvió para redimensionar las cosas y darme cuenta que lo que me había orillado a rendirme era una estupidez. A pesar de que las generaciones cambian y viven de formas distintas, el común denominador de un suicida es el sentimiento de fracaso… “Me rindo”, dicen. ¡Ah, si enseñáramos a nuestros hijos a no rendirse! Si les enseñáramos a buscar la forma de solucionar sus problemas y a analizar sus metas. Si nos enseñáramos nosotros mismos a planear nuestros esfuerzos, presupuestando nuestros errores y fracasos… Gracias a Dios, en la actualidad, termino cayendo en las reconfortantes palabras de San Juan Pablo II: No tengan miedo”.
Los jóvenes están actualmente saturados de información, pero no son pocos a los que les falta formación en virtudes como la reflexión, la fortaleza, la constancia, la paciencia, la ecuanimidad, la sinceridad, la lealtad, la prudencia y otras tan necesarias en la vida. Por lo mismo, corren el peligro de caer en alguna de estas dos desgracias: o ser amorfos o terminar deformados. Esto se nota en la tendencia que tienen algunos hacia el alcohol, cuando no a las drogas.
Quizás detrás de esta conducta se esconda un miedo a todo lo que cuesta; a lo que significa compromiso y no produce placer, como, también, a ser rechazados por sus amigos. Con cierta frecuencia, cuando se les cuestiona en estos casos: ¿Para qué tomas? Suelen responder: “No lo sé”. Lo cual es sumamente preocupante.
Que algunos jóvenes no tengan algún proyecto de vida, que no tengan ideales, que vivan con miedo a un futuro incierto puede deberse a que están vacíos, es decir, que los mayores no hemos sabido presentar ideales por los que valga la pena vivir esforzadamente.
La violencia, las crisis económicas, la discordancia familiar, las exigencias profesionales, las responsabilidades de todo tipo han de enfrentarse con ánimo positivo y decisión, superando la comodidad y el miedo. Y los que vamos por delante en edad, también hemos de enseñar el camino con el ejemplo para no ser como los carteles de las carreteras que señalan el destino, pero ellos se quedan en su lugar.
Es cierto que la vida no es fácil, y por eso mismo la educación a los menores ha de estar marcada por el empeño en formar un carácter decidido y fundamentado en ideales claros y sólidos, es decir, en proyectos por los que valga la pena dar la vida y no en pasarlo lo más cómodo y divertido que sea posible.
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