Para quienes alguna vez decidimos ingresar al Partido Acción Nacional convencidos de que era la mejor opción para participar en política en México, es muy triste ver lo que está sucediendo en su interior y la imagen que está dando hacia afuera. El PAN, desde su fundación, fue una institución sui generis, especialmente en México. Un partido político que se formó, no para triunfar, sino para dar testimonio de que la política podía ejercerse con principios y guiada por altos valores. En el que ganar elecciones u obtener el poder a cualquier costo no era el fin principal, sino donde el cómo y el para qué, eran más importantes que la victoria misma. Un partido que durante décadas estuvo conformado por hombres y mujeres que ofrecieron su tiempo, su patrimonio y hasta su vida a cambio prácticamente de nada; de nada tangible, pero sí a cambio de la satisfacción de crear ciudadanía y formar conciencia democrática en un país que lo requería tanto, en fin, convencidos de estar cumpliendo con un deber patrio.
El partido, en esa etapa romántica, vivió realmente una época dorada, pues por él transitaron personas y personajes, tanto en su dirigencia, como en su militancia, de una calidad humana y de una integridad ética, que ahora, sólo como fruto de una alucinación podríamos imaginarlos inmersos en las altas esferas de la vida pública o en la práctica política. A partir de que el PAN se fue convirtiendo en una real alternativa de gobierno en México, y que sus triunfos electorales fueron creciendo en los ámbitos locales, y finalmente federales, el partido fue perdiendo esa esencia y esa identidad que le permitió sobrevivir durante décadas a todo tipo de amenazas e intentos de desaparecerlo del escenario político. El PAN, formado en un sistema antidemocrático y autoritario, y construido a lo largo de años en que no tenía acceso al poder, ya no supo cómo ser después de la transición democrática, cuando ya tuvo acceso a todos los cargos de gobierno. No supo encontrarse ni redefinirse ante esas nuevas circunstancias y esa nueva etapa histórica que enfrentaba. Perdió rumbo y los rasgos y las características que lo definían fueron borrándose y desapareciendo, como a una estatua de arena cuando la marea la alcanza y la va cubriendo, hasta hacerla perder su antigua forma.
¿Por qué sucedió eso?, ¿fue algo obligado por las circunstancias o fue producto de la decisión de personas concretas?, ¿era algo inevitable o hubo responsabilidad de sus miembros y dirigentes? Todas estas preguntas, realmente no tiene mucho sentido intentar contestarlas ahora, salvo para hacer una crónica histórica de esta etapa de su vida como institución, que algún día deberá escribirse.
De hecho, el problema no es tanto haber perdido su antigua personalidad, sino el no haber logrado crear una nueva. Quizá ya no era posible seguir siendo lo que era ante las nuevas realidades del país, pero respetando su esencia, su trayectoria y su doctrina, pudo haber renovado su rostro y definido un rumbo. Pero no hizo ninguna de esas dos cosas. El asunto es que no quiso, o no supo, cómo reconstruirse como partido de poder y en el ejercicio de gobierno, pues como partido de oposición lo supo ser y hacer durante muchos años. Irónicamente, siendo un partido mucho más grande con muchos más miembros, con muchas más posiciones públicas y con muchos más recursos, creo que ahora está en mayor riesgo de desaparecer que entonces.
Asaltado por lo que algunos, ingenuamente, llamaron “la onda grupera”, es decir, la creación de diversos grupos internos, en realidad el partido acabó tomado, o quizá sea más adecuado decir “secuestrado” por jefes políticos, verdaderos caciques en diversas regiones del país. Esto ha matado su vida interna, que era una de sus principales riquezas, especialmente la discusión y el debate en sus instancias de decisión, las cuales, ahora viven en la parálisis, o lo que es peor, en la mera simulación. Su militancia que durante décadas no fue muy numerosa, era de convicción, preparada y participativa. Ahora es mucho mayor, pero en gran medida es oportunista y clientelar. El partido, con mucho más presupuesto, no ha sabido comunicar qué país quiere, qué tipo de nación propone para el siglo XXI; quizá porque no lo sabe, porque no se ha detenido a estudiar, a discutir y a definir una postura propia ante los grandes problemas nacionales y ante la diversidad de problemas mundiales que pueden afectar al país. Muy probablemente por estar entretenido en el sinnúmero de elecciones municipales, estatales, federales, de poder legislativo y de poder ejecutivo que se libran, constantemente, cada año, en todo el territorio nacional.
El problema es que el PAN dejó de ser ese partido de ideas, de propuestas fundamentadas e inteligentes y de gran vitalidad interna, pero tampoco se volvió esa gran maquinaria electoral, de fuerte estructura, de movilización de masas y contingentes en lo que algunos intentaron convertirlo para poder competir en un terreno en el que son mucho mejores otros partidos. Ni una cosa, ni la otra.
Esa pérdida de identidad y no encontrar su propio rumbo, tristemente se está reflejando con claridad en la actual refriega política con miras a la próxima elección presidencial. Hay algunos que ven que el futuro o “salvación” del partido sólo está en aliarse con los partidos de izquierda, sus adversarios doctrinarios e ideológicos. Y otros, tanto militantes como destacados liderazgos, que se están haciendo la ilusión de que José Antonio Meade es en realidad un candidato “panista”, sin ver que es sólo la cara amable que representa a las más añejas estructuras mafiosas de poder que sostienen al PRI. Sí, el PRI, el adversario histórico y cultural de Acción Nacional desde su origen.
Como panista sólo me queda el recurso de la nostalgia, tomar un libro y releer los discursos de González Luna, de Christlieb y de Castillo Peraza, y pensar que eso tan valioso que existió, no puede morir de nada.
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