La Casa Blanca anunció que el 31 de enero se reunirán los presidentes de México, Enrique Peña Nieto, y de Estados Unidos, Donald Trump. Aviso rápido que contrasta con la serie de ataques por distintos flancos que el insolente magnate ha propinado a México y a nuestros indocumentados.
¿Esa rapidez y que el mandatario mexicano sea el segundo que reciba el 45 presidente de Estados Unidos, sólo después de la primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May, puede hacernos concebir esperanzas a los mexicanos en que Trump enmiende su antimexicanismo? O ¿es una simple puntada?
De cualquier manera, indica la importancia que el sátrapa que arrebató el poder en el norte da a la relación con México, que ojalá se traduzca en un efectivo acercamiento, pues Trump debe ponderar que nuestras suertes están demasiado imbricadas.
Si dijo que Estados Unidos es lo primero para él, no debe sorprender, pues es su patria y él está para impulsar su crecimiento y grandeza; mas por eso precisamente tiene que ver que si le va mal a México no le irá del todo bien a su país.
Si decae nuestra economía, crecerá el número de paisanos que se vayan al norte, y está comprobado que no hay muros que los detengan cuando se trata de luchar por su supervivencia y la de sus familias.
El ignorante y arbitrario empresario verá que propiciará eso, si insiste en llevarse armadoras de automóviles y otras empresas estadounidenses que generan muchos empleos para los mexicanos: los directos y los de las productoras y proveedoras de insumos.
Si debilita nuestra economía, le compraremos menos a Estados Unidos, y somos su segundo mercado más importante.
No se trata nada más de demostrar que sólo truenan los chicharrones del sátrapa, porque las reglas económicas, la interrelación y el libre comercio no pueden quebrantarse por mera puntada.
Trump, además, debe ver que tiene que bajarle a su belicismo contra todo y contra todos. Las manifestaciones multitudinarias de mujeres en Washington, muchos estados de su país y muchas ciudades del mundo indican la enorme oposición que ocasionó su toma de posesión.
Nada desechables además son los 3 millones de votos directos o populares con que Hilary Clinton le ganó. Él triunfó en los colegios electorales, según el peculiar sistema político de EU; pero usó artimaña y media para ello, incluso la intromisión de Rusia. Esto agravió mucho a los estadounidenses y, tarde o temprano, se lo cobrarán.
No faltan quienes quisieron otear una luz de esperanza en la invitación que Trump hizo al mexicano Carlos Slim a platicar en uno de sus lujosos hoteles en Miami. ¿Fue sólo un intercambio de opiniones entre dos magnates? ¿Negociaron sólo para sus intereses? ¿Slim hizo recapacitar a su anfitrión sobre la rapacidad que aplica a nuestro país?
No sabemos. ¿Se manifestará en la charla con Peña Nieto, o desde la reunión del equipo trumpista con el canciller Videgaray y el secretario de Comercio Guajardo a fines de esta semana? Hay que cruzar los dedos o hacer changuitos, como dicen en el pueblo.
El hecho es que Trump no desaprovechó su discurso inaugural y se lanzó de nuevo contra México, sus migrantes e insistió en que hará a México pagar el muro fronterizo.
Eso dice que está montado en su macho. ¿O saldrá con que su invectiva antimexicana es un simple petate del muerto y disminuirá la presión, y los presidentes llegarán a acuerdos al menos no tan perjudiciales para ambas partes?
México puede ofrecer, por ejemplo, que luchará por menguar la corriente de migrantes centroamericanos que cruzan su territorio hacia EU, y este país comprometerse a ayudar a bajar la presión, daños y perjuicios que causan en nuestra frontera norte los que exigen que EU les abra la puerta.
Es sólo uno de los múltiples puntos de cooperación entre las dos naciones; lo que no se logra con gritos, ni acusaciones sin razón ni sentido.
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