México es un país acogedor y buen anfitrión pero, en ocasiones, ha demostrado ser un verdadero representador de violencia.
En ocasiones podemos escuchar que los mexicanos somos buenos anfitriones, gente pacífica y alegre; sin embargo no es infrecuente leer que en algún pueblo los habitantes lincharon a un ladrón, que en otro lugar los pobladores se enfrentaron a la policía y que los maestros cerraron carreteras, etc.
En las ciudades vemos que los conductores manejan agresivamente, en los hogares frecuentemente se ven problemas de violencia intrafamiliar, en las escuelas es común el fenómeno del “bullying”… Ahora bien, vemos que las redes sociales se han convertido en jaulas de “full combat”, sobre todo en tiempos políticos donde los “chairos” y los “fifís” se enfrentan sin moderación. Quisiera apuntar que precisamente ese tipo de expresiones son manejadas por algunos dividiendo a los mexicanos en dos grupos rivales, los pobres, gente del pueblo sin medios económicos ni cultura, y los ricos con piel blanca, estudios universitarios, sueldos de diez mil pesos o más, con coche propio, bilingües, etc.
El uso de este tipo de estereotipos es sumamente peligroso, pues estamos creando dos Méxicos enfrentados entre sí, lejos del ideal de ser una nación fuerte, estamos echando gasolina al fuego siendo cómplices de la violencia que esto pudiera llegar a provocar.
Arriba menciono algo innegable: los mexicanos somos pacíficos mientras no nos sintamos agredidos, pues las razas que nos dieron origen, las de los europeos y las de los indígenas, tienen en común cierto gusto por una violencia que suele permanecer dormida, pero cuando despierta es sumamente peligrosa.
Claro está que todos tenemos derecho a tener nuestras muy personales ideas políticas y todos tenemos derecho a que se nos respete nuestro criterio personal, pero dividir a los mexicanos en grupos opuestos, esto se llama armar ejércitos; es escupir para arriba, y las consecuencias pueden ser desastrosas, no sólo para los adultos, podemos polarizar la actitud de los niños en las escuelas y en las universidades, y convertirnos en fomentadores de la violencia, lo cual es muy imprudente.
En estos temas nos sobran ejemplos de países en toda Latinoamérica. Aprendamos en cabeza ajena.
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