El PAN a lo largo del tiempo se ha ido perdiendo en un laberinto que puede representar su final.
Además del conflicto de identidad sin resolver que viene arrastrando desde que se transformó en partido de poder y de gobierno, después de haber sido durante décadas una oposición meramente testimonial; además de fracasar en su intento de trasladar sus prácticas democráticas y su doctrina ética a la vida pública de México y, por el contrario, haber asumido en su vida interna las prácticas clientelares y caciquiles que combatió; además de las deserciones de valiosos panistas que en los últimos lustros lo han abandonado, entre ellos, dirigentes nacionales y presidentes de la República que pelearon por sus siglas; además de todo ello, el Partido Acción Nacional ha cargado con una especie de mal fario o fatalidad que ha hecho que destacadas personalidades hayan fallecido a edades tempranas o en pleno goce de su potencial político, en accidentes o por enfermedades inexorables. Adolfo Christlieb, Carlos Castillo Peraza, Carlos Abascal y Alonso Lujambio fueron víctimas de padecimientos implacables que acabaron con sus vidas en pleno uso de capacidades, experiencia, prestigio y con futuros todavía promisorios.
En el caso de Manuel Clouthier, José Ángel Conchello, Ramón Martín Huerta, Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake fueron graves accidentes los que terminaron con trayectorias relevantes y con liderazgos que tenían todavía mucho por aportar.
Christlieb, quien encabezó en los años sesenta una gestión que dejó huella histórica en su partido, sucumbe siendo aún su presidente. A Lujambio lo asalta la enfermedad como secretario de Educación del gobierno de Felipe Calderón, con fundadas aspiraciones de convertirse en candidato a la presidencia de la República por el PAN. A Castillo Peraza lo sorprende un ataque cardiaco recién había anunciado su salida formal del partido. Iba a incursionar en los círculos intelectuales y académicos, pero siendo él un panista ideológico y filosófico, seguiría defendiendo en dichos ámbitos esas ideas, donde tanta falta le hacía y le sigue haciendo a Acción Nacional dar la batalla. Carlos Abascal, quien, por el contrario, no había sido militante del PAN durante la mayor parte de su vida, se convierte en uno de los mejores, si no es que el mejor, funcionario del gobierno de Vicente Fox, como secretario del Trabajo primero y luego, como secretario de Gobernación. Después decide dedicar sus esfuerzos al Partido Acción Nacional, donde presidió la Fundación de Estudios Rafael Preciado Hernández. Cuando estaba enalteciendo los trabajos de esa institución a niveles a los que tristemente ya no regresó, fue sorprendido por un padecimiento terminal.
Los accidentes, por su parte, acabaron con trayectorias impresionantes como la del gran “Maquío”, del que no imaginamos todavía los alcances que hubiera tenido su heroica lucha, de no ser interrumpida por ese siniestro. José Ángel Conchello, pese a estar ya en la última parte de su vida política, murió como un senador debatiente y apasionado, siendo un liderazgo que le daba al PAN del D.F., especialmente, una personalidad opositora y combativa que después perdió por completo y que ya no logró recuperar. Ramón Martín Huerta, Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake Mora murieron como secretarios de Estado en funciones; de Seguridad Pública el primero y de Gobernación los dos siguientes, cargos ambos de suma trascendencia.
El reciente trágico final de Rafael Moreno Valle y de su esposa, dejan nuevamente a Acción Nacional con un grave vacío político difícil de llenar, como sucedió con los personajes antes mencionados. Con todas las aristas de su polémica personalidad y justificados cuestionamientos, Moreno Valle, como gobernador panista, dejó, sin duda, una marca de transformación y modernización en Puebla, difícil de negar incluso por sus opositores. Ante la complicada circunstancia que está enfrentando el PAN después de las recientes elecciones federales, Moreno Valle, como coordinador de su bancada en el Senado, y su esposa, como gobernadora de Puebla, le otorgaban fuerza y presencia política a un partido que parece morir por inanición. Era, además, la única personalidad que se perfilaba hasta ahora para poder competir por una candidatura presidencial con posibilidades para el 2024.
Tanto panistas destacados como militantes de a pie, decepcionados por no encontrar ya vías para transitar o progresar, continúan abandonando su partido, persistentemente, sin que aparezca un liderazgo atractivo que tenga la capacidad de unir, convocar y conjugar voluntades. ¿Qué queda en el PAN después de la ausencia de Moreno Valle? ¿Quiénes son las figuras fuertes que posee el PAN para dar la batalla ante la peligrosa situación política que vive el país? ¿Quién está para enfrentar con agudeza, valentía y firmeza las amenazas que se ciernen contra nuestro sistema democrático y contra las instituciones autónomas e independientes que tanto trabajo costó construir?: ¿Marko Cortés? ¿Jorge Romero?, la verdad, no creo. ¿Santiago Creel?, desgastado ya por tantas negociaciones, tampoco. ¿Miguel Ángel Yunes?, después de la aplastante derrota que sufrió por parte de Morena en Veracruz y sus polémicos antecedentes, no se percibe como el indicado. ¿Javier Corral?, aislado y marginado política y presupuestalmente en Chihuahua, no parece ser. ¿Javier Larios o Juan Carlos Romero Hicks?, aunque con trayectorias honestas son personalidades políticas débiles.
El PAN sigue en su laberinto y si no aparece una figura política atractiva y con los tamaños para sacar a este partido de su postración, como aquellas personalidades de las que hablamos al inicio de este texto y que desaparecieron prematura e inesperadamente; si no irrumpe alguien con liderazgo, solvencia ética, inteligencia, cultura y mucho valor; alguien que sepa ser oposición sin necesidad de aliarse al PRI, al PRD, o a otro mediocre partido. Si no emerge pronto alguien así, el PAN no sólo no saldrá de su laberinto, sino que ese laberinto se convertirá en precipicio.
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