Cambio de régimen

Después de las elecciones presidenciales de 1988, Carlos Salinas de Gortari, entonces candidato del PRI a la presidencia de México dijo en su mensaje, donde se declaró ganador, que había finalizado el régimen de “partido prácticamente único”. Y en efecto, así fue; a partir de entonces los partidos de oposición empezaron a ganar espacios de gobierno, primero importantes alcaldías, después algunos estados, y finalmente, la presidencia de la República.

Pues bien, los próximos 40 días marcarán un momento crucial en nuestra historia, pues todo indica que, de las reformas que impulsa el aún presidente López Obrador, resurgirá un cambio de régimen, justo el regreso al partido “prácticamente único”, un partido hegemónico que busca instalar en todos los niveles de gobierno: el municipal, estatal y federal, su visión de país. A través de mecanismos que contienen los viejos elementos del clientelismo político, el uso de los programas sociales, la compra de votos, el férreo control territorial y la amenaza o descalificación a los que disientan de ese modelo.

En los hechos, desaparecería la vieja aspiración de tener un equilibrio de poderes, el establecimiento de pesos y contrapesos, que establece en la constitución, con un Poder Ejecutivo, un Poder Legislativo y un Poder Judicial; sin embargo, con las reformas que se establecerían en los próximos días, le darían a la presidencia el poder de ser la gran legisladora y la gran proveedora de la justicia. Todos los poderes concentrados en una sola persona. Resurgiría así el PRI con otro color, pero con un mayor aprendizaje para quedarse por más tiempo en el poder.

Como toda revolución que altera un sistema, primero inicia de manera moderada, sumando a varias corrientes de distintas tendencias para alcanzar el poder; por ejemplo, en Nicaragua, los sandinistas sumaron a corrientes empresariales y a religiosas como los jesuitas, sólo para que estos religiosos se quedaran sorprendidos cuando hasta su Universidad les expropiaron años después. De esa primera etapa se pasa a una segunda donde las medidas se radicalizan a través de modificaciones a la ley que transforman profundamente la cara jurídica de una nación.

Y como tercera etapa, se aprietan aún más los mecanismos de control, donde cualquier disidencia es sometida por las buenas o por las malas. Esa conducta fue muy bien resumida por el empresario chino Zenli ye Ghon: “me dijeron copela o cuello”. Como ya se percibe en el actuar de Pablo Gómez, que muy al estilo de un burócrata de la KGB (el servicio de espionaje soviético), exhibe, señala y amenaza a los que se han atrevido a criticar o a disentir.

Claro, el modelo funciona perfectamente hasta que se va agotando el dinero de los trabajadores y las personas que producen; y como lo vemos ahora en Venezuela o en Cuba, después de décadas de ese modelo, se empieza a notar la destrucción y la pobreza creciente, y para entonces, sus ciudadanos tienen que librar una heroica batalla durante muchos años, para intentar sacudirse de sus tiranías, tal como ocurrió en el siglo XX con muchos países de Europa del Este, antes de que la Unión Soviética colapsara por su desastre económico. La realidad siempre termina por imponerse.

Por ahora se ve difícil que desde los partidos de oposición de México se pueda frenar esta ola reformadora con éxito. Sus líderes han hecho posicionamientos que reflejan más pánico, que estrategia. Como se dice: “chango viejo no aprende maroma nueva”, los dirigentes opositores seguirán actuando como lo han hecho siempre, protegiendo su pequeña parcela que les garantice tener acceso a recursos públicos, sin rendir cuentas. Y como lo hemos visto, ni siquiera en sus procesos internos se practica la democracia.

Afortunadamente, los anticuerpos de una sociedad civil responsable e informada se pueden activar ante la apatía de las grandes elites políticas, o de los empresarios que han amasado sus fortunas al amparo de poder en turno, sin alcanzar a ver que, tarde o temprano, el desastre los puede alcanzar de maneras tan sorprendentes como lo hemos visto en la historia.

Y cómo además México no es una isla, el freno a ese deseo de poder absoluto nos ha venido de afuera, porque a veces los intereses del vecino se ven afectados ante el insaciable deseo de más y más poder sin importar los medios.

Los afanes humanos siempre enfrentan adversidades, que nacen de los intereses afectados o de nuestras propias debilidades que no vemos.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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