No, no, no, ¡no! no se trata de que ahondemos en las implicaciones jurídicas de que se haya izado, al revés, el lábaro patrio el día de su celebración ni tampoco de sumirnos hasta las orejas en elucubraciones políticas de todo tipo, a cual más peregrina; en lo absoluto.
Es algo más terrible y de fondo; me explico: No sé cuántas personas había en la ceremonia entre militares de todo rango, oficiales incluidos, y servidores públicos de la administración de todos los niveles, con el Presidente de la República a la cabeza. En el video que circuló en las redes se ve que son cientos.
Pues entre esas decenas de individuos de la más variada procedencia, no hubo una sola persona, una sola, del soldado de condición más ramplona hasta el oficial de más alta graduación ni funcionario de la más alta investidura hasta la más pinchurrienta, que detuviera el asunto porque, simplemente, no marchaba.
Asumir, como lo hicieron muchos, que se trata de un asunto más bien baladí o que fue solamente un fallo técnico sin ninguna consecuencia constituye un craso error de perspectiva; en efecto, el hecho en sí es nimio, vacuo casi; sin embargo, la significación del mismo, es relevante y trascendente porque como estado, como nación, como sociedad, como país, nos dibuja de cuerpo entero; izar al revés una banderota de quién sabe cuántos metros cuadrados de superficie, que se supone que simboliza y resume nuestra historia patria, en el mero “Día de la Bandera” y verla ascender a lo más alto del mástil sin conmovernos, sin detener la ceremonia y reponerla porque esa cosa que está subiendo no es la bandera, sino un trapo inútil carente de significado, nos refleja en lo que somos: valen más la faramalla y la alharaca que el contenido; es más meritoria la forma que el fondo; cuentan más las intenciones que los hechos en sí.
Era necesario que el Presidente —o cualquiera de sus generalotes— hubiera detenido la ceremonia para pedir, se hubieren tardado lo que se hubieren tardado, que repusieran el numerito. Conste que se podría haber hecho entre risas, sin necesidad de fusilar a nadie ni cortar cabezas; era tan fácil como admitir un error humano, corregirlo y a lo que le sigue; pero no, impávidos, los presentes asistieron hasta el final a ese acto de simulación sin precedentes que, de anécdota divertida, debe quedar en baldón para las instituciones por su incapacidad de hacer lo correcto en aquellos casos en que “lo correcto” es simple y sencillo, sin trámites; si actuamos de ese modo en algo tan trivial pero de hondo significado, imagínense cómo hemos de desempeñarnos en lo difícil, en lo complicado, en aquello que demanda cerebro y pantalones.
Permea tanto esa visión de las cosas, es tan contagioso ese deterioro de las relaciones institucionales y el respeto que nos merecen ciertos símbolos, es tanta la mediocridad y es tan evidente la ramplonería, tan inocultables la ignorancia y la cortedad de miras, que en el Poder Judicial del Estado de Chihuahua se izó la bandera no al revés pero a media asta.
Querrámoslo o no, eso somos y en esas estamos.
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com