El Vaticano, a través de los dicasterios para la Doctrina de la Fe y para la Cultura y la Educación, dieron a conocer la postura de la Iglesia católica con respecto a la inteligencia artificial que cada vez es más utilizada y cuyo uso ha sido motivo de discrepancias sobre si es una tecnología que pueda llegar a sustituir al ser humano.
El documento titulado en latín Antiqua et nova (Con antigua y nueva sabiduría), destaca que “la tradición cristiana considera que el don de la inteligencia es un aspecto esencial de la creación de los seres humanos ‘a imagen de Dios’”. Asimismo, subraya que ese don debería encontrar su expresión a través de un uso responsable de la racionalidad y de la capacidad técnica al servicio del mundo creado”.
La Iglesia indica que la IA marca una nueva y significativa fase en la relación de la humanidad con la tecnología, situándose en el centro de lo que el papa Francisco ha descrito como un “cambio de época”.
Resalta que la influencia de esta nueva tecnología se presenta en una amplia gama de sectores, incluidas las relaciones personales, la educación, el trabajo, el arte, la sanidad, el derecho, la guerra y las relaciones internacionales.
Debido a que la IA sigue avanzando rápidamente, la Iglesia considera la necesidad de reflexionar “no sólo mitigar los riesgos y prevenir los daños, sino también garantizar que sus aplicaciones se dirijan a promover el progreso humano y el bien común”.
Humanidad más allá de la tecnología
La nota hace notar que la IA “procesa y simula ciertas expresiones de la inteligencia” dentro de ámbito lógico-matemático, mientras que la inteligencia humana “se desarrolla continuamente de forma orgánica en el transcurso del crecimiento físico y psicológico de una persona y es moldeada por una miríada de experiencias vividas en el cuerpo”.
Añade que desde la concepción antropológica cristiana la dignidad es un factor diferencial entre ambas inteligencias, la artificial y la humana.
“Establecer una equivalencia demasiado fuerte entre la inteligencia humana y la IA conlleva el riesgo de sucumbir a una visión funcionalista, según la cual las personas son evaluadas en función de las tareas que pueden realizar. Sin embargo, el valor de una persona no depende de la posesión de capacidades singulares, logros cognitivos y tecnológicos o éxito individual, sino de su dignidad intrínseca basada en haber sido creada a imagen de Dios”, enfatiza.
Sofisticados espejismos
El documento señala que la IA puede ser incluso más seductora que los ídolos tradicionales ya que la IA puede “hablar”, o, al menos, dar la ilusión de hacerlo, sin embargo, no es más que un pálido reflejo de la humanidad, ya que ha sido producida por mentes humanas, entrenada a partir de material producido por seres humanos, predispuesta a estímulos humanos y sostenida por el trabajo humano.
“No puede tener muchas de las capacidades que son específicas de la vida humana, y también es falible. De ahí que al buscar en ella un ‘Otro’ más grande con quien compartir la propia existencia y responsabilidad, la humanidad corre el riesgo de crear un sustituto de Dios.
“En definitiva, no es la IA quien es divinizada y adorada, sino el ser humano, para convertirse, de este modo, en esclavo de su propia obra”, advierte la Iglesia.
En otro aspecto, el documento afirma que la sabiduría es el don que más necesita la humanidad para abordar los profundos interrogantes y desafíos éticos que plantea la IA, pues “sólo dotándonos de una mirada espiritual, sólo recuperando una sabiduría del corazón, podremos leer e interpretar la novedad de nuestro tiempo. Esta sabiduría del corazón es esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias. La humanidad no puede esperar esta sabiduría de las máquinas, en cuanto ella se deja encontrar por quien la busca y se deja ver por quien la ama; se anticipa a quien la desea y va en busca de quien es digno de ella.
En un mundo marcado por la IA, necesitamos la gracia del Espíritu Santo, que “permite ver las cosas con los ojos de Dios, comprender los vínculos, las situaciones, los acontecimientos y descubrir su sentido”, aclara la nota.
En este sentido añade que “lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que acumulen. El modo como se utilice la IA para incluir a los últimos, es decir, a los hermanos y las hermanas más débiles y necesitados, es la medida que revela nuestra humanidad.
“Esta sabiduría puede iluminar y guiar un uso de dicha tecnología centrado en el ser humano, que como tal puede ayudar a promover el bien común, a cuidar de la casa común, a avanzar en la búsqueda de la verdad, apoyar el desarrollo humano integral, favorecer la solidaridad y la fraternidad humana, para luego conducir a la humanidad a su fin último: la comunión feliz y plena con Dios.
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