El grito del papa que sacudió al mundo

El 24 de mayo de 2015, el papa Francisco dio a conocer una encíclica que no solo impactó a creyentes, sino que conmovió a científicos, activistas, políticos y empresarios: Laudato Si’, “Alabado seas”, inspirada en el cántico de San Francisco de Asís. Por primera vez, un documento papal abordaba la crisis ambiental de forma integral, conectando la devastación ecológica con la injusticia social y el vacío espiritual contemporáneo.

Laudato Si’ se convirtió en un hito: no solo por su diagnóstico preciso, sino por su llamado urgente a una “conversión ecológica” personal y colectiva. Un texto que, a una década de distancia, sigue influyendo en agendas internacionales, modelos empresariales, currículos escolares y movimientos ciudadanos. ¿Qué dijo realmente el Papa en esta carta al mundo? ¿Y qué efectos ha tenido?

El clamor de la tierra y de los pobres

En su primer capítulo, Francisco no se anduvo con eufemismos: “Nuestra casa común está en ruinas”. Denunció la contaminación, la escasez de agua, el colapso climático y la pérdida de biodiversidad. Pero más allá de los datos, el Papa puso rostro humano al desastre: “Los más pobres son los que más sufren”.

La crítica fue feroz, no solo hacia los sistemas económicos que privilegian la ganancia sobre la vida, sino también hacia la tibieza de la política internacional. “Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla”, escribió sobre la relación del ser humano con la naturaleza.

Una visión teológica: la creación como don

Francisco retomó la tradición judeocristiana para enmarcar la creación como obra de amor de Dios, y al ser humano como su custodio, no su dueño. Advirtió contra el “antropocentrismo desviado” que ha legitimado abusos al medio ambiente y propuso una lectura espiritual de la ecología: todo está interconectado y tiene valor propio ante Dios.

El pecado, dice el Papa, no solo es ruptura con el prójimo o con Dios, sino también con la tierra.

La raíz del problema: técnica sin alma y consumismo sin freno

Uno de los análisis más agudos se encuentra en el tercer capítulo. Francisco denuncia lo que llama “paradigma tecnocrático”: una confianza ciega en la tecnología como salvadora, desligada de la ética. Añade una crítica demoledora al consumismo global: “La obsesión por un estilo de vida insostenible es parte del problema”.

En este punto, conecta con muchos movimientos sociales, indígenas y ambientales que desde hace décadas denuncian la destrucción de culturas locales y formas de vida por intereses económicos globales.

Ecología integral: un nuevo paradigma

La propuesta de fondo es audaz: una “ecología integral” que entrelace lo ambiental, lo social, lo cultural y lo espiritual. “No puede haber justicia ambiental sin justicia social”, escribe. La encíclica propone cambiar desde cómo se diseña una ciudad hasta cómo se organiza la economía.

Lo ecológico no es un tema de élites, sino de vida cotidiana: vivienda digna, acceso al agua, transporte humano, espacios públicos, diálogo intercultural. El Papa articula una visión ética de la economía y pide una nueva mirada hacia el bien común.

Líneas de acción: política, educación y conversión

En el capítulo cinco, Francisco llama a un diálogo transversal: entre ciencia y fe, entre culturas, entre generaciones. Pide valentía a los líderes políticos para asumir cambios estructurales, y compromiso a las comunidades para modificar sus estilos de vida.

Subraya la urgencia de educar en responsabilidad ecológica, y de promover una “conversión ecológica” que transforme los hábitos desde la raíz: desde cómo se consume hasta cómo se reza. “La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora”, afirma.

Espiritualidad ecológica: del asombro al cuidado

La encíclica culmina con una propuesta profundamente espiritual: redescubrir el vínculo con la naturaleza como lugar de encuentro con Dios. Invita a la oración, al asombro, a la gratitud y a la contemplación.

La figura de San Francisco de Asís, patrono de la ecología, recorre el texto como ejemplo de un amor que abraza a todas las criaturas. El Papa termina con dos oraciones: una para creyentes de todas las religiones, otra específicamente cristiana. Ambas expresan un mismo anhelo: reconciliarnos con la tierra y con el Creador.


Impacto global: de París a las parroquias

Laudato Si’ fue recibida con entusiasmo en la cumbre climática de París (COP21), celebrada meses después de su publicación. El entonces secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, la calificó como “una contribución moral decisiva”.

Desde entonces, ha sido citada en acuerdos internacionales, foros económicos y hasta por activistas seculares como Greta Thunberg. Movimientos como el Movimiento Laudato Si’ han surgido para ponerla en práctica. La red de universidades católicas la ha incorporado en programas curriculares, y muchas diócesis han creado planes pastorales ecológicos.

En palabras de Christiana Figueres, ex secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático: “Esta encíclica cambió el tono del debate climático. Nos recordó que estábamos hablando de personas, no solo de cifras”.

Testimonio: un misionero en el Amazonas

“Cuando leí Laudato Si’, sentí que por fin alguien en Roma entendía lo que nosotros vivimos a diario”, cuenta el padre Paulo Diniz, misionero en la región brasileña del Tapajós. “Los pueblos indígenas con los que vivo lloran por la deforestación y por los ríos contaminados. Esta carta del Papa nos dio voz, nos animó a resistir y a cuidar lo que nos queda”.

Una profecía vigente

Una década después, Laudato Si’ no ha perdido vigencia. En un mundo donde los incendios, las sequías y las migraciones forzadas por el clima son cada vez más frecuentes, su mensaje sigue siendo necesario. Francisco no solo escribió una encíclica ecológica, sino un llamado a una nueva civilización: la del cuidado, la justicia y la fraternidad planetaria.

Como él mismo resumió en su oración final: “Enseñanos a descubrir el valor de cada cosa, a contemplar, a reconocernos profundamente unidos con todas las criaturas”. Porque al final, como dijo al presentar este documento histórico: “El clima es un bien común, de todos y para todos”.

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