Reconciliando razón, amor y justicia

Publicada el 29 de junio de 2013, Lumen Fidei fue la primera encíclica del papa Francisco, aunque en realidad tiene el estilo y la profundidad teológica de su predecesor, Benedicto XVI. Francisco mismo reconoció que “asumió y completó el precioso trabajo iniciado por Benedicto”, dando así al texto el carácter de puente entre dos estilos de pontificado y dos visiones eclesiales que, lejos de oponerse, se complementaron.

En un mundo herido por la desconfianza, el relativismo y la fragmentación, Lumen Fidei propuso una verdad sencilla pero potente: la fe es luz, y no oscuridad; ilumina la razón, no la suplanta; nace del amor, no del miedo. A diez años de su publicación, esta encíclica sigue interpelando a creyentes y escépticos por igual.

“Yo pensaba que la fe era un salto ciego. Lumen Fidei me mostró que es ver con los ojos de Cristo”, cuenta Carmen Hernández, teóloga laica de 34 años que redescubrió su vocación tras leer la encíclica en un grupo parroquial. “Lo que más me conmovió fue cuando dice que la fe no aísla, sino que une, que te hace vivir en comunidad. Fue como si alguien encendiera una lámpara en mi alma”.

La fe como luz compartida

Desde su introducción, la encíclica afirma que la fe no es un sentimiento subjetivo, sino una luz que nace del encuentro con Cristo resucitado. Es una luz antigua y siempre nueva, que se transmite “de generación en generación”, como una llama que no se apaga. Francisco recoge aquí la visión de Benedicto XVI sobre la fe como “memoria viva” de una verdad que salva.

Creer es amar: fe y caridad

El primer capítulo, “Hemos creído en el amor”, recuerda que el cristianismo no es ante todo una doctrina, sino una historia de amor: el amor de Dios manifestado en Jesús. La fe, dice el Papa, transforma el corazón y lo abre a los demás. Quien cree, ama; y quien ama, comunica la fe. Esta afirmación fue clave para revalorizar el papel de los laicos como transmisores cotidianos de la fe.

Ver con los ojos de Dios: fe y verdad

Frente a una cultura que sospecha de toda verdad absoluta, Lumen Fidei reafirma que la fe no está en contra de la razón, sino que la completa. “Si no creéis, no comprenderéis”, dice el profeta Isaías, y Francisco lo hace suyo para mostrar que la fe permite entender el sentido de la historia y de la vida. Para muchos intelectuales católicos, esta encíclica marcó un antes y un después en la discusión entre ciencia y religión.

La fe se transmite en comunidad

Otro gran aporte del documento fue su visión eclesial de la fe. No se cree solo, ni se llega a la fe por argumentos individuales. La Iglesia, como madre, transmite la fe a través de los sacramentos, la liturgia y el testimonio. “Transmito lo que he recibido”, dice san Pablo. La encíclica actualizó esta frase como lema de una fe vivida y compartida, encarnada en la historia.

La fe y el compromiso con el mundo

En su cuarto capítulo, Francisco retoma una de las ideas centrales de su magisterio: la fe debe transformar la sociedad. Inspirado en Hebreos 11, afirma que Dios prepara para los creyentes “una ciudad”, es decir, un mundo más justo, fraterno y solidario. La fe impulsa a luchar por el bien común, la justicia social y el cuidado del pobre. En este punto, Lumen Fidei anticipa los grandes temas que desarrollará después en Evangelii Gaudium y Fratelli Tutti.

Impacto global y controversias

A pesar de su profundidad, Lumen Fidei fue poco difundida en comparación con otras encíclicas. Algunos sectores progresistas la recibieron con tibieza, acusándola de un tono excesivamente doctrinal y de poca apertura a la pluralidad religiosa. Desde sectores conservadores, en cambio, fue celebrada como un retorno a la claridad dogmática, aunque algunos se inquietaron por su tono pastoral.

Sin embargo, académicos como el filósofo Jean-Luc Marion o la socióloga Mary Eberstadt destacaron su capacidad para reconciliar fe y razón, y para proponer una espiritualidad con implicaciones políticas y culturales.

Una luz aún encendida

Lumen Fidei fue más que un documento teológico: fue una afirmación de que la fe es razonable, transmitida y comprometida. Fue la primera piedra de un pontificado que, sin renunciar a la doctrina, ha sabido hablar al mundo contemporáneo con un lenguaje de misericordia, diálogo y esperanza.

En tiempos de polarización y oscuridad, esta encíclica sigue siendo una lámpara encendida para quienes buscan comprender su fe y vivirla en plenitud.

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