El día en que el amor fue clavado en la Cruz

Cada año, millones de personas detienen su rutina para recordar un hecho tan brutal como profundamente espiritual: la ejecución de un hombre inocente, clavado en una cruz, acusado por los poderosos y abandonado por casi todos. Ese hombre era Jesús de Nazaret, y su muerte, ocurrida un viernes hace más de dos mil años, partió la historia en dos.

El Viernes Santo es sólo una fecha en la que se conmemora un acontecimiento profundamente religioso, es el día en que el amor fue sentenciado a muerte y colgado de un madero, en un sacrificio en el que el Dios hecho hombre entregó su vida como ofrenda al Padre, Jesús cargó con los pecados de la humanidad de todos los tiempos a fin de conseguir la redención de la humanidad que no hubiera podido conseguirse de ninguna otra manera y de esta manera las puertas del cielo quedaron abiertas.

El juicio más injusto de la historia

Según los Evangelios, Jesús fue arrestado tras ser traicionado por uno de los suyos. Fue llevado de un tribunal a otro: del Sanedrín judío al gobernador romano Poncio Pilato, pasando por Herodes. ¿Su crimen? Decir la verdad, incomodar al poder y proponer una revolución interior: amar a los enemigos, servir en lugar de dominar, perdonar sin medida.

El resultado fue una condena sin defensa. Lo azotaron, lo humillaron, lo cargaron con una cruz y lo llevaron al Calvario. Lo ejecutaron como a un delincuente más. Murió a las tres de la tarde, en medio de burlas y abandono. Solo un puñado de fieles, en su mayoría mujeres, lo acompañó hasta el último aliento.

El Viernes Santo es el único día del año en que no hay misa. ¿Por qué? Porque Jesús —la figura central de la Eucaristía— ha muerto. En su lugar, se realiza una liturgia sobria y contundente en la que se adora la Cruz.

En el acto litúrgico se proclama la Pasión según San Juan, se adora la cruz, se comulga con hostias consagradas el día anterior. El altar está desnudo. No hay flores ni cantos de alegría. Sólo silencio y recogimiento.

Los sacerdotes visten de rojo, no por fiesta, sino por la sangre. La sangre del inocente. La sangre de Dios hecho hombre, derramada hasta la última gota.

Los católicos están llamados a ayunar y abstenerse de carne este día. No es un capricho: es una forma concreta de decir “esto importa”. Es el recordatorio de que algo radical sucedió, y no se puede pasar como si fuera un día más. El ayuno es símbolo de duelo, pero también de protesta: ante la violencia, el egoísmo, la indiferencia.

Muchas ciudades organizan procesiones del Silencio. No se grita, no se canta. Sólo se camina. Con pasos lentos. Con lágrimas contenidas. Con una certeza compartida: no se puede seguir igual después de mirar de frente la cruz.

Representación de la Pasión

En México, la conmemoración del Viernes Santo alcanza su máxima expresión en Iztapalapa, al oriente de la Ciudad de México. Cada año, cientos de actores recrean la Pasión de Cristo ante una multitud que supera el millón de asistentes. No es teatro: es fe encarnada en el asfalto, polvo, sangre falsa y devoción verdadera.

Desde hace más de 180 años, esta representación se ha convertido en una forma de decir: aquí no olvidamos. Aquí la muerte de Cristo se revive como si ocurriera hoy. Porque, de alguna forma, sigue ocurriendo.

Más allá de la tradición, el Viernes Santo lanza preguntas incómodas. ¿Por qué murió Jesús? ¿Por qué lo dejaron solo? ¿Quiénes fueron los verdaderos culpables? ¿Y qué tiene que ver su muerte con nosotros, aquí y ahora?

Para los cristianos, Jesús murió por amor. Por un amor tan incomprensible que aceptó el sufrimiento más humillante. Y lo hizo por todos, incluso por los que lo traicionaron, por los que se lavaron las manos, por los que hoy siguen eligiendo el egoísmo antes que la justicia.

El Papa Francisco ha dicho que “la cruz no es un adorno religioso. Es el precio del amor”. Y ese amor exige respuesta. El Viernes Santo no es un ritual más: es un espejo. Un grito. Un llamado a despertar.

Más allá de su carga religiosa, el mensaje del Viernes Santo continúa vigente en un mundo marcado por la violencia, la desigualdad y la pérdida de sentido. El Papa Francisco ha insistido repetidamente en que “la cruz de Cristo es el signo del amor que vence al odio y de la vida que supera a la muerte”.

El silencio del Viernes Santo anticipa la esperanza del Domingo de Pascua. Es una pausa en la historia, una herida que invita a mirar el dolor del mundo con compasión y a renovar el compromiso con los valores del Evangelio: amor, justicia, perdón y servicio.

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