El obispo Rodrigo Aguilar encabeza la delegación mexicana para el Encuentro Mundial de las Familias, compuesta por 76 personas entre obispos, sacerdotes, matrimonios y laicos.
Este martes en Dublín, Irlanda, la Iglesia Católica llevará a cabo el Encuentro Mundial de las Familias, bajo el lema “El Evangelio de las Familias: Alegría del Mundo”.
El Papa Francisco participará en este evento los días 25 y 26. El Encuentro es toda una fiesta que incluye exhibiciones, eventos culturales y conciertos; además de celebraciones litúrgicas, oraciones, testimonios y acciones de solidaridad.
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Rodrigo Aguilar, obispo titular de San Cristóbal de las Casas y presidente de la Comisión de Familia, Vida, Jóvenes, Adolescentes y Laicos de la Conferencia del Episcopado Mexicano, encabezará la delegación mexicana, compuesta de 76 personas.
Horas antes de emprender el viaje a Irlanda, respondió estas preguntas para Yo Influyo.
Excelencia, muchas gracias por su concedernos esta entrevista ¿Qué le parece el lema del Encuentro?
¡Magnífico! Y va en armonía con la palabra y el testimonio del Papa Francisco. Veamos, por ejemplo, el titulo de varios de sus documentos: “La alegría del Evangelio”, “la alegría del amor”, “Alégrense y regocíjense”. Se podría sumar la “Laudato si” (Alabado seas), de modo que la alegría es un tema recurrente en el Papa Francisco.
También ha hecho énfasis en la familia, lo que constatamos en la convocación a dos Sínodos en dos años seguidos bajo el tema de la familia, encuadrados en consultas a la Iglesia Universal, que fue verdaderamente en espíritu sinodal. De modo que me parece una lógica consecuencia dicho lema del Encuentro Mundial de las Familias en Dublín y que estamos por iniciar.
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En una carta con motivo de este Encuentro, el Papa Francisco aseguraba que la Familia sigue siendo una buena noticia para el mundo de hoy.
Así es. No obstante que muchos se vuelvan en contra de la familia natural, o que hagan tan elástico el concepto que incluyan variadas realidades o tipos de familias, la familia, como la presenta la Iglesia católica y la asume el Papa Francisco, sigue siendo una aspiración de millones de personas y, desde luego, de familias, que les ha dado plenitud y anhelan que siga siendo una buena y gozosa noticia para muchos más.
En la misma misiva, Francisco invita a las Familias católicas a reflexionar y profundizar en su Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, que en su momento causó revuelo por un capítulo en el que trataba el delicado tema de los divorciados y su vinculación con la Iglesia. No obstante, se trata de un documento imprescindible para las familias católicas ¿Podría hablarnos un poco más de esto?
El documento ha sido muy discutido en algunos párrafos, sobre todo del capítulo octavo. Es algo que el mismo Papa ya indicaba desde un principio, especificando “la necesidad de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales”.
Pero también ha habido una amplia aceptación del documento: por ejemplo, ha agradado a muchos su lenguaje accesible, muy humano, sin dejar de ser muy espiritual. Un estilo también muy sugerente, integrando los contenidos bíblicos-teológicos-canónicos, por ejemplo, con perspectivas psicopedagógicas.
Quien pretenda murmurar y rechazar, encuentra suficientes motivos para ello; pero también los encuentra quien busca mejorar en su capacidad y vivencia de amor en la relación conyugal y familiar.
En diversas ocasiones, el Papa ha pedido a las iglesias particulares que apliquen la enseñanza de Amoris Laetitia en sus territorios. ¿En México ya se está haciendo?
Sí, se ha procurado comentar Amoris Laetitia en reuniones a diferente nivel, sea nacional, provincial, diocesano o parroquial; también en centros de estudio o movimientos de familia.
Ya contamos con una serie de publicaciones en libros y folletería divulgativa. Mucho se ha hecho y han participado diversos especialistas, pero también mucho nos falta por seguir haciendo.
¿Cuál es el diagnóstico del Episcopado Mexicano respecto a la situación de la familia en México?
Con todo y que soy el presidente de la Comisión de Familia, Vida, Adolescentes, Jóvenes y Laicos, no puedo asumir una voz que diga representar a todo el Episcopado Mexicano. Pero sí comento algunos aspectos.
Ya dije algo anteriormente: tenemos suficientes ejemplos de una realidad difícil en relación a la familia en nuestra patria -o en el mundo entero y que influye en nuestra patria- y que nos puede hacer caer en pesimismo e impotencia. Ciertamente va creciendo el número y el porcentaje de las parejas en unión libre, de divorcios y nuevas nupcias por el civil, de mentalidad y ejercicio de anticonceptivos y abortivos, por ejemplo, en la búsqueda de lo fácil y placentero, sin compromisos duraderos.
Pero también es verdad la gran cantidad de familias que crecen gozando la belleza del bien y de la unión con Dios, que les da paz y unidad, pero ésta es una estabilidad que no hace demasiado ruido.
El Mal Espíritu goza cuando se inflan desmedidamente los aspectos negativos y se minimizan los positivos. Pero Jesucristo nos da ejemplo de no haberse dejado llevar por la opinión pública de su tiempo, sino por la fidelidad a su Padre, que incluía el paso por la muerte en cruz para darnos vida. La felicidad honda y duradera en la familia vendrá en la medida que sepamos entrar en el proceso de la cruz y la resurrección.
Francisco reflexionó sobre la importancia de la formación de los novios para el matrimonio, y pidió “un verdadero catecumenado para el sacramento del matrimonio, y no hacer la preparación con dos o tres reuniones y luego marcharse”. ¿La Iglesia en México ha tomado nota de esto?
Ya hay subsidios elaborados por algunas Diócesis concretas. Nos falta actualizar algunos subsidios, aprovechando valiosas sugerencias de Amoris Laetitia.
Desde luego que es necesario que, en cada Diócesis, todo esto aterrice en las parroquias, con los sacerdotes y los agentes de pastoral que colaboran en la preparación de los novios al matrimonio. El matrimonio es una vocación específica y requiere un tiempo prolongado de discernimiento y formación vocacional.
Mientras más ayudemos a que los novios y prometidos se conozcan, acepten y dialoguen en su preparación al posible sacramento, más disminuiremos los riesgos de futura separación y más aumentaremos la esperanza de crecer en el amor como vínculo, con la perspectiva de que cada día vayan tejiendo la historia de su amor fundamentada en Dios, que los ama, y en un amor mutuo que se vaya consolidando y transmitiendo a nuevas generaciones, empezando por los hijos.
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