Niños condenados por sus padres

Dentro de los centros penitenciarios, “los niños experimentan constantes momentos de estrés: no se cuenta con espacios o protocolos de atención especializados para promover su desarrollo integral”, señala la organización Reinserta, A.C.


Madre en la cárcel con su hijo / Padre en la cárcel en visita con su familia


La vida en prisión puede ser muy difícil para aquellas personas que por alguna razón –justa o injusta– están recluidas en algunos de los sistemas penitenciarios que existen en México. Uno de los aspectos que más pesa a las personas privadas de la libertad son los lazos familiares, en especial, los hijos.

En algunos casos, los hijos, sin deberla ni temerla son quienes también pagan las consecuencias de los actos de sus padres: quedan a la deriva con un porvenir incierto.

La relación entre padre, madre e hijos ya no vuelve a ser la misma. Acostumbrados a frecuentarse a diario, los involucrados deben aceptar que la situación ha cambiado y ahora sólo podrán convivir, por algunas horas, cada determinado tiempo, siempre y cuando existan los recursos financiero y legales.

Así, poco a poco, la relación se va desgastando, una de las partes involucradas se cansa y opta por desistir; en algunos otros la relación se mantiene a distancia; otros son olvidados y no saben nada de sus familia.

En ese sentido, uno de los desafíos para el sistema penitenciario es implementar medidas que garanticen el ejercicio de la maternidad y paternidad en prisión considerando el principio de interés superior de los niños, considera la organización Reinserta A.C. en su estudio Diagnóstico de maternidad y paternidad en prisión.

Y es que, en dicho informe, se denuncia que las cárceles no tienen condiciones aptas para que los niños menores de tres años vivan con sus madres, por lo que deben ser separados al momento de nacer: vulneran los derechos de las madres y los hijos. Y el ejercicio de paternidad es nulo.

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Mamá está en la cárcel

El ejercicio de la maternidad en las cárceles mexicanas está lejos de cumplir con los estándares nacionales e internacionales. Entre los principales problemas que afectan tanto a las mujeres como a los niños que viven con ellas en prisión, se detectó que hay deficientes servicios de salud, carencia de alimentación adecuada y falta de espacios para la educación inicial o de actividades laborales.

En ese sentido, en los casos en los que la mujer decide mantener a su hijo junto a ella en prisión es condenarlo a carencias, privaciones y abusos; sin embargo, al mantenerlo lejos de ella, la situación tampoco mejora en beneficio del niño o adolescente.

Aún así, la problemática se agrava en los niños que viven en prisión, ya que están expuestos al estrés desde el periodo fetal y la infancia temprana. Ante el estrés, en el sistema biológico del niño se produce un efecto tóxico que repercutirá en el futuro, se precisa en el estudio.

La cárcel no es un lugar apto para los niños, no se les brinda la atención adecuada.

“Cuando se me enferma no tengo para sus medicinas. Es difícil porque el centro no nos ayuda con nada para ellos y a veces nuestra familia tampoco puede mandarnos nada”, denuncia una presa de nombre Itzel de 31 años.

Por su parte, Fátima de 22 años, relató que parte de su experiencia como madre con bebé dentro de la cárcel es vivir con miedo.

“El otro día una de las chicas que consume droga se puso muy mal porque mi bebé no para de llorar, me amenazó con que si mi bebé no se callaba lo iba a matar. Me da miedo que algún día le haga algo”.

Pero los hijos de personas privadas de la libertad y que viven separados de sus padres, también sufren estrés tóxico, pues a menudo viven situaciones de vulnerabilidad –pobreza, inestabilidad social, económica y social– y bajo el estigma de ser hijo de “un delincuente”.

Muchas de las mujeres que se encuentran en prisión, intentan sostener a sus hijos que están afuera, pero en pocos casos lo logran; es más común que las personas que están afuera ayuden a las presas a solventar los gastos económicos.

Otro caso de la maternidad, son las mujeres embarazadas en prisión, que si bien reciben atención, no es la adecuada y oportuna. En la mayoría de los casos, los servicios durante el embarazo son limitados, y cuando hay atención, no es de calidad. Hay mujeres que pierden a sus bebés.

Con respecto a las cifras de mujeres embarazadas, 70% de éstas señaló que su embarazo se dio después de ingresar a la cárcel; mientras que 30% dijo haber ingresado embarazada.

En México hay 436 niños que viven en prisión con sus madres, de acuerdo con los datos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

En cada uno de los casos de las mujeres que presenta Reinserta, los niños fueron testigos de la –violenta– detención de su madre, según las relatoras. Algunas de las mujeres encuestadas desconocen el paradero de sus hijos.

Papá está en la cárcel

Las visitas de los hijos de Antonio –de 45 años que cumple una sentencia en un centro reinserción desde hace 10 años eran “muy tristes”; “no había un lugar apto para ellos, las horas que pasaban juntos eran en el área de visitas que sólo cuenta con mesas y asientos de metal, no había juguetes ni áreas destinadas a la convivencia familia”, relata en el Diagnóstico de maternidad y paternidad en prisión.

Ante la situación que vive el padre de familia en la que no puede proveer de las necesidades básicas a su esposa y a sus hijos, y con la carga de una sentencia de 80 años, ha tomado una decisión: le ha pedido a su pareja que rehaga su vida y no vuelva a visitarlo ni llevar a sus hijos.

“No es justo para ellos seguir viniendo a verme en estas situaciones”, expresó.

De acuerdo con los casos recopilados por la organización Reinserta en algún centro penitenciario los padres no pueden vivir una paternidad adecuada con sus hijos, su relación se limita a visitas, cartas y llamadas.

El estudio también informa sobre el estatus de patria potestad de los hijos que tiene: 9% de los casos están en una demanda legal por custodia de alguno de sus hijos; mientras que 24% ya ha perdido la patria potestad de alguno de sus descendientes.

“El sistema penitenciario no fomenta que los hombres privados de la libertad mantengan sus vínculos familiares”, se resalta en el estudio.

 

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