El 5 de mayo de 1862, México vivió una jornada épica que ha sido contada en libros de texto, celebrada con desfiles y bailes, pero pocas veces comprendida en toda su complejidad. La victoria del general Ignacio Zaragoza sobre el ejército francés en Puebla no significó el fin de la guerra ni de la intervención extranjera, pero sí marcó un punto de inflexión simbólico y político en la historia de México. Hoy, más de 160 años después, esa batalla sigue resonando en un país que lucha, día con día, por su soberanía, justicia e identidad.
El contexto: deuda, intervención y un país quebrado
A mediados del siglo XIX, México era una nación fragmentada. Recién salía de una guerra de reforma (1857-1861) que había enfrentado a liberales y conservadores, arrastraba una deuda impagable con potencias europeas, y su infraestructura, economía e instituciones estaban colapsadas.
El presidente Benito Juárez decretó en 1861 la moratoria del pago de la deuda externa por dos años. Este acto, aunque legal y justificado en el desastre nacional, fue la excusa perfecta para que Francia, Inglaterra y España enviaran tropas a México. Las dos últimas retiraron sus fuerzas tras negociar con Juárez, pero Napoleón III —emperador de Francia— vio una oportunidad geopolítica: establecer un imperio latino-católico en América que contrarrestara la influencia de Estados Unidos.
La batalla: David contra Goliat, con rifle y machete
El 5 de mayo de 1862, unos 6,000 soldados franceses, comandados por el conde Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez, marcharon hacia Puebla con la intención de tomar la ciudad en un día. Les esperaba un ejército mexicano de apenas 4,000 hombres, mal armados, muchos sin uniforme, pero firmes bajo el liderazgo de Ignacio Zaragoza.
“Los franceses presumen de ser los primeros soldados del mundo, pero hoy han sido derrotados por el ejército mexicano”, escribió Zaragoza en un telegrama al presidente Juárez.
El enfrentamiento duró casi cinco horas. Los fuertes de Loreto y Guadalupe resistieron embates brutales, y fue la mezcla de estrategia, terreno favorable y la moral de los combatientes —muchos de ellos indígenas zacapoaxtlas y serranos— lo que inclinó la balanza. La batalla dejó entre 400 y 500 muertos del lado francés y alrededor de 80 del lado mexicano, según archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA).
Lo que no se cuenta: traiciones internas y batallas que siguieron
La victoria de Puebla fue un logro efímero. Al año siguiente, en 1863, los franceses regresaron con más refuerzos y ocuparon la capital. Instauraron el Segundo Imperio Mexicano con Maximiliano de Habsburgo como emperador, apoyado por sectores conservadores mexicanos.
Como señala la historiadora Erika Pani:
“Fue una guerra civil con intervención extranjera. Maximiliano no fue impuesto solo por Europa; muchos mexicanos lo recibieron con esperanza de orden, progreso y estabilidad” (UNAM, 2015).
Esta complejidad histórica suele ser omitida en los relatos escolares que prefieren el heroísmo puro. Pero entender que la lucha también fue entre mexicanos permite comprender mejor los dilemas actuales del país.
¿Por qué se celebra en Estados Unidos?
Contrario a lo que muchos creen, el 5 de mayo no es el Día de la Independencia de México (que es el 16 de septiembre). En Estados Unidos, sin embargo, se convirtió en un símbolo de orgullo étnico y resistencia para los migrantes mexicanos desde fines del siglo XIX.
David Hayes-Bautista, profesor de UCLA y autor de El Cinco de Mayo: An American Tradition, explica:
“Los mexicoamericanos que vivían en California y otros estados veían en Zaragoza un espejo de su lucha por derechos civiles. Celebrar el 5 de mayo era resistir la marginación social, política y cultural”.
Hoy en día, el “Cinco de Mayo” es una celebración popular en ciudades como Los Ángeles, Chicago o Houston, aunque a menudo desvirtuada por el marketing comercial. Genera más de 1,400 millones de dólares anuales en ventas, según un estudio de Nielsen (2022), pero líderes migrantes como la activista Carmen Ruíz advierten:
“Mientras las marcas venden cervezas con sombreros, nosotros recordamos que esa batalla representó la dignidad de nuestros abuelos, no un carnaval”.
Lecciones actuales: soberanía, justicia y organización popular
México enfrenta hoy sus propias batallas: violencia estructural, crimen organizado, desconfianza en las instituciones y polarización política. En este contexto, la Batalla de Puebla es más que un recuerdo: es un espejo.
“No luchamos con fusiles, pero sí con valores. Nuestra guerra hoy es contra la corrupción, la desigualdad y la impunidad”, afirma Carlos Morales, maestro de historia en una secundaria pública de Oaxaca. “Enseñar el 5 de mayo no es solo contar lo que pasó, sino hacer que los jóvenes entiendan que también son parte de la resistencia”.
Según datos del INEGI (2023), el 40% de los mexicanos considera que vive en un país donde “no hay justicia para todos”, y más del 60% cree que las élites “no respetan al pueblo”. Esa brecha es precisamente la que el ejército de campesinos de Zaragoza supo superar, al luchar unidos sin importar condición ni origen.
Un legado inconcluso
La Batalla de Puebla fue una victoria moral, no definitiva. Pero su resonancia ha atravesado generaciones como símbolo de lo que México puede lograr cuando se une en torno a la dignidad, la soberanía y la justicia. Hoy, recordar el 5 de mayo exige ir más allá del desfile o el taco conmemorativo. Exige preguntarnos: ¿cuáles son las batallas que aún debemos ganar?
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