En México hay un millón 292 mil 201 de personas con limitaciones para ver, de acuerdo con el último registro del Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
A diario son ignorados y maltratados. En el ajetreo de una gran urbe como la Ciudad de México, su presencia es mínima, apenas perceptible. Tal parece que ni la sociedad ni los gobernantes quieren voltear a verlos y ayudarles, pero ahí están y seguirán en la espera de oportunidades, en lo mientras, ellos mismos luchan por sus propias fuerzas.
“¿Qué estación sigue?”, pregunta un señor al interior de un vagón de la línea 2 del Sistema de Transporte Colectivo. No hay respuesta. “¿Qué estación sigue?”, insiste. Sin respuesta: la mayoría de las personas que lo rodean están concentradas en su dispositivo móvil, otras parecen estar en cuerpo ahí, pero no en atención. Lo intenta una vez más pero con voz más fuerte, “¿Qué estación sigue?”. Una mujer voltea, se da cuenta de sus lentes negros y del bastón blanco –que identifica y sirve de guía a las personas ciegas– y responde “Zócalo”. “Gracias”, contesta.
La anterior situación es tan sólo una probadita de lo que las personas con ceguera o debilidad visual enfrentan en su día a día en el traslado a diferentes puntos de la ciudad, ya sea para trabajar o estudiar. Y es que, aunque existan señalizaciones e instalaciones para facilitar su traslado, los usuarios no las respetan e incluso las obstruyen.
El escenario en la calle, no es muy diferente. A pesar de que existen zonas de la metrópoli que se han adaptado para las personas con discapacidad, ya sea con rampas, guías en el suelo o semáforos con sonidos, no son suficientes para su asistencia.
Además, dichas señalizaciones no están en toda la ciudad, sólo en las zonas céntricas o concurridas. En ese sentido, el panorama del lugar en donde habitan cambia drásticamente: no hay guías en el piso ni rampas, las banquetas y el pavimento muestran grietas o están mal construidas, a veces son obstruidas con puestos ambulantes, carros mal estacionados, basura u otros objetos.
En lo que respecta a los semáforos peatonales, en ocasiones no los hay o no sirven. Su vida queda a la deriva hasta que alguien que detenga su caminar y les ayude a cruzar las avenidas.
A decir de las personas con debilidad visual, el problema no es el camino pues ya se lo saben de memoria, sino los obstáculos nuevos con los que se atraviesan, lo que causa distracción e inseguridad ante lo desconocido.
No son sólo las calles, también son las personas
El problema no sólo es la infraestructura de la ciudad que no está adaptada para que todos pudiesen transitar en ella, sino la falta de educación y la indiferencia de las personas que pasan de largo sin atreverse a mirar a quien tienen al lado y está pidiendo ayuda.
Aunado a lo anterior, los invidentes denuncian que los maltratos son parte de su rutina diaria. “Ya no vale la pena enojarse”, indica Hugo César Rodríguez que se tiene que desplazar de su casa ubicada en el Estado de México hacia el centro de la capital para continuar con sus estudios de bachillerato.
“Cuando voy caminando hay gente que me patea el bastón, me empuja, hay quien me ofende, quien me dice de cosas, ¿para que discutir?”, expresa el joven que es acompañado por su mamá.
Su madre, María de la Luz Casados, se muestra molesta por la falta de cultura y consideración de la mayoría de las personas. “Hay que detenerse y ponerse a pensar que a todos nos puede suceder”, haciendo referencia a que su hijo perdió la vista por el avance de la diabetes.
Asimismo, la señora hace notar que en la ciudad no está hecha para las personas con algunas discapacidad: ni las señalizaciones son suficientes y no las hay en todos los lugares, reitera.
Por su parte, Carlos Tejeda Navarro, también invidente, indica que percibe una pérdida de valores e inclusive, deshumanización por parte de las personas hacia su prójimo. “Si la gente que es normal necesita ayuda, con más razón nosotros con alguna discapacidad”, señala.
Pero él, con una sonrisa en el rostro mantiene el optimismo: “Siempre hay alguna persona que nos ayuda”, expresa.
Educación para ciegos desde hace 149 años
En contraste con la situación de indiferencia de las personas, hoy recordamos que hace 149 años fue fundada la Escuela Nacional para Ciegos. Fue el 20 de septiembre de 1870 cuando Ignacio Trigueros, político y filántropo, inspirado en la Escuela Municipal de Sordomudos que cuatro años atrás ayudó a fundar por sugerencia de un profesor sordo, buscó la apertura de un espacio de educación para invidentes.
Se cuenta que uno de los principales obstáculos a los que se enfrentó fue la falta de financiamiento y de personal especializado en México para atender a las personas con debilidad visual, por lo que decidió aprender a leer y escribir con el sistema Braille para posteriormente transmitir sus conocimientos a los demás.
Actualmente, la Escuela Nacional para Ciego depende de la Secretaría de Educación Pública y se ubica en el mismo lugar en el que se inició, en la calle de Mixcalco, número 6 en la colonia Cuauhtémoc, en la Ciudad de México. La escuela lleva el nombre de su fundador “Lic. Ignacio Trigueros”.
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