México: potencia agrícola amenazada por el cambio climático y la inseguridad

México es reconocido como uno de los países con mayor biodiversidad del planeta. Su diversidad de ecosistemas, extensión territorial y condiciones climáticas privilegiadas han permitido el desarrollo de una agroindustria rica y variada, posicionando al país como líder en América Latina. De hecho, México es el principal productor de hortalizas en la región y el segundo en frutas, solo detrás de Brasil. Esta fortaleza agrícola representa alrededor del 2% del Producto Interno Bruto nacional, y en 2024 atrajo más de 170 millones de dólares en inversión extranjera directa.

Esta relevancia se explica no solo por la variedad de cultivos —que van desde aguacates, jitomates y berries, hasta caña de azúcar, café y mango— sino también por el entramado productivo que involucra a millones de familias campesinas, cooperativas, agroexportadoras y grandes empresas. La agricultura mexicana no solo alimenta al país, sino que también lo conecta con los principales mercados del mundo, especialmente Estados Unidos, Europa y Asia.

Sin embargo, este motor económico enfrenta desafíos críticos. En Sinaloa, uno de los estados históricamente más productivos del país, la sequía ha encendido las alarmas. La falta de lluvias ha mermado la disponibilidad de agua para el riego, afectando cultivos clave como maíz, tomate y frijol. Esta situación ha puesto en evidencia una debilidad estructural del campo sinaloense: la lenta adopción de tecnologías agroindustriales capaces de hacer más eficiente el uso del agua, como los sistemas de riego tecnificado, sensores de humedad y modelos predictivos basados en inteligencia artificial.

A esta crisis ambiental se suma un problema aún más complejo: la inseguridad provocada por la delincuencia organizada. Muchos productores enfrentan extorsiones, robos y amenazas, lo que no solo pone en riesgo su integridad, sino también la continuidad de las cadenas de producción y exportación. Este fenómeno ha obligado a algunos agricultores a reducir sus actividades o incluso abandonar sus tierras, lo que impacta en el empleo rural, el abastecimiento local y la estabilidad económica de la región.

La realidad que vive Sinaloa es una advertencia para el resto del país. México tiene el potencial de ser una potencia agroalimentaria global, pero para lograrlo debe invertir decididamente en innovación tecnológica, infraestructura hídrica y estrategias de seguridad que protejan al campo. De no hacerlo, el país corre el riesgo de que su gran biodiversidad y riqueza agrícola se vean mermadas por los efectos del cambio climático y la violencia.

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