El Plan Nacional de Desarrollo (PND) del actual gobierno mexicano afirma, con solemnidad, que la persona está en el centro de su visión de país. Sin embargo, cuando observamos el estado de la educación, encontramos un panorama alarmante, no solo por los indicadores de aprendizaje, sino por el uso político y reduccionista del sistema educativo. En lugar de formar ciudadanos libres, críticos y responsables, se está configurando un modelo que adoctrina, improvisa y margina.
Los datos del fracaso
La última evaluación de la prueba PISA 2022 de la OCDE reveló un retroceso histórico para México:
- 66% de los estudiantes de 15 años no comprenden lo que leen.
- 70% no logra resolver problemas básicos de matemáticas.
- 55% mostró un bajo desempeño en ciencias.
El propio INEGI complementa este diagnóstico: en 2023, más de 5 millones de estudiantes abandonaron la escuela y el 35% de los planteles públicos no cuentan con servicios sanitarios funcionales.
Según el estudio “La Escuela que Queremos” de Mexicanos Primero, solo el 4% de las escuelas cumple con condiciones básicas de infraestructura, materiales didácticos, conectividad y personal capacitado.
Por su parte, el informe de Educación con Rumbo señala que los aprendizajes esenciales se han desplomado en la educación básica, y que el 42% de los estudiantes de secundaria no logra redactar una idea con coherencia.
La red MUxED denuncia que la propuesta curricular impulsada por la SEP está cargada de imprecisiones ideológicas, baja exigencia académica y escasa fundamentación científica. “La escuela está dejando de enseñar a pensar, para dedicarse a repetir eslóganes”, apunta su vocero, Carlos Aguirre.
RED-ED, red de organizaciones por la educación, advierte que la SEP ha eliminado más de 20 programas de formación y mejora continua, debilitando las capacidades docentes y dejando a los maestros sin herramientas de actualización.
El recorte presupuestal tampoco ayuda. Según el análisis de Suma por la Educación, el gasto federal educativo cayó 13.5% en términos reales entre 2018 y 2023, con especial afectación en infraestructura y formación docente.
Testimonio: una voz desde el aula
Silvia Ramos, maestra rural en la Sierra de Guerrero, es testigo de este deterioro:
“Nos prometieron una educación que libere, pero ahora quieren que repitamos consignas. Mis alumnos comparten libros mal impresos, sin mapas, sin ejercicios, y yo no he recibido capacitación en dos años. Quieren que adoctrine, no que forme conciencia.”
Su testimonio resume lo que las cifras frías no alcanzan a transmitir: una generación que pierde la oportunidad de crecer con criterio, con lógica, con libertad.
Educación: herramienta de liberación, no de poder
La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) nos recuerda que educar es un acto profundamente humano, que parte del reconocimiento de la persona como ser libre, racional y moral. Una educación que respeta la dignidad es aquella que forma para el discernimiento, la responsabilidad y el compromiso con la verdad.
El modelo que hoy promueve el Estado, con su enfoque centralista, ideologizado y asistencialista, viola ese principio. Pretende usar la educación para consolidar poder político y no para emancipar al ciudadano. Confunde inclusión con uniformidad, pensamiento crítico con deslealtad, formación con adoctrinamiento.
Un país que habla de dignidad pero no enseña a sus hijos a leer con profundidad, a razonar con claridad y a actuar con libertad, está traicionando su futuro. No bastan los discursos grandilocuentes ni los eslóganes de “humanismo mexicano”; necesitamos una política educativa coherente con el valor de la persona.
Educar es liberar. Y liberar es formar. El verdadero desarrollo comienza por allí. Porque no hay nación más pobre que aquella que condena a sus niños a la ignorancia disfrazada de ideología.
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