Migajas del PAN

El PAN no supo canalizar el antipriísmo en el país, antes bien desató la rebatinga por el control al interior del partido.



El proceso de elección del próximo dirigente panista deja clara una cosa: el PAN está convertido en migajas. Son migajas lo que ofrecen y son migajas lo que pelean. Como la decadencia es un proceso que puede no tener freno, el panismo ahonda su debacle exponiéndose públicamente como una institución que no atina a saber qué puede hacer para reinventarse ante los ciudadanos. Que el nieto del fundador esté en la contienda para encabezar ese partido, y que vaya a perder, es también una muestra de que los que pensaban que hay que rescatar el pasado no tienen mucho qué hacer en ese lugar.

Si los partidos políticos estaban convertidos en un estorbo carísimo para los ciudadanos, las elecciones resolvieron el problema mandando a los partidos al bote de la basura, de donde se ve difícil que puedan salir en el mediano plazo. Concretamente el PAN no supo canalizar el antipriismo que se apoderó de los electores desde el segundo año de este gobierno. El triunfo en varios estados hace un par de años no revivió el mensaje del panismo, sino que desató la rebatinga por las posiciones al interior del partido, trasladó una parte del poder a los nuevos gobernadores, se reafirmó la cúpula en el control del padrón, se afianzaron las mañas del nefasto maderato de la inmoralidad que dirigió ese partido y se hundieron nuevamente en el dinero público. De todos los gobernadores, destacó Javier Corral por su coqueteo con el perredismo y la creación del Frente, que terminó abandonando a su suerte, pero fuera de él los demás no cuentan en el ámbito nacional.

Nada ha pasado destacado de ese partido y su relación con la ciudadanía. En algo que no había sucedido en la vida política nacional, el candidato a la presidencia de ese partido ha optado por desaparecer de la escena sin explicación alguna. Los legisladores no parecen contar ante el apabullante número del que será partido oficial a partir del 1 de diciembre. El debate realizado hace unos días de los candidatos a la presidencia panista no interesó a nadie. Según cifras, el evento fue visto en YouTube por 2 mil personas. El destino del panismo no parece interesarle a nadie, ni siquiera a la propia militancia –supuestamente compuesta por más de 280 mil miembros que no quisieron ver el intercambio entre sus candidatos. Las notas mediáticas pasaron desapercibidas para la mayoría. Hubo acusaciones que revelan lo que hay adentro de ese partido: que uno puso una calle con su nombre y recibió decenas de millones de pesos; que el otro está involucrado con una empresa señalada por lavar dinero. Lo esperable.

En sus entrevistas, hablan de recuperar principios y doctrina. Hace tiempo que los principios están embodegados y la doctrina no parece ser del conocimiento de sus principales líderes. Los planteamientos son pobres, las personalidades son grises. Ha destacado muy poco que Gómez Morín le dijo “muchacho estúpido” a Anaya, y que Marko (sí, con K) Cortés se peleó con Anaya y con su equipo. Mientras tanto, Rebeca Clouthier, panista de Nuevo León, denuncia que su partido es una cueva de ladrones y que funcionan como delincuencia organizada. Así las cosas.

Nadie habla de cómo vincularse mejor con los ciudadanos ni propone cambios radicales que sí necesita el partido para poder ser una oposición decorosa y creíble. Es un alejamiento que lleva muchos años, y en estos momentos en que más necesitábamos una oposición con ideas, arrojo y talento, el panismo se ve el ombligo, reparte sus migajas y cuenta sus miserias.

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