El pasado 6 de febrero, en el diario de circulación nacional para el que escribe, el ensayista y catedrático Jesús Silva-Herzog Márquez publicó un artículo denominado La Constitución de la ciudad, en el que analiza los desaciertos en que incurre la recién promulgada Constitución de la Ciudad de México, y en el que –bajo la primicia de que la Constitución de Cádiz es conocida como “la Pepa” por haber sido promulgada en el día de San José–, diserta sobre el apelativo con que podría ser conocido esta nueva normatividad capitalina.
Inclinándose por el mote de “La ilegítima”, por ser fruto de una grotesca maquinación que negó representatividad al Constituyente y por carecer de respaldo directo, el académico denuncia que no se pidió la ratificación popular para esta ley, cuando en la actualidad no existe ninguna constitución democrática que haya comenzado a regir sin el voto aprobatorio del electorado. “Se nos llama (únicamente) a acatarla –explica–. La deserción democrática no está solamente ahí, en su autoritaria promulgación. Su cuerpo redactor no fue una asamblea plenamente representativa, sino un cuerpo donde coexisten representantes y delegados. En la Constitución impuesta intervinieron diputados con un solo voto: el del Presidente de la República”.
Señala que si algo debe reconocerse en la integración de nueva Constitución, es que fue fiel a una tradición constitucional: la cursilería, que la vuelve en extremo empalagosa. En este sentido explica que uno de los constituyentes veía el documento como un trabajo de floricultura: hay que recoger las flores más hermosas para perfumar con la ley suprema los jardines de la nación. “Así se ha querido escribir y leer la Constitución: política vuelta perfumería. De ese modo se nos presenta la nueva ley capitalina: ‘Guardemos lealtad al eco de la antigua palabra, cuidemos nuestra casa común y restauremos, por la obra laboriosa y la conducta solidaria de sus hijas e hijos, la transparencia de esta comarca emanada del agua. Espejo en el que se mire la República, digna capital de todas las mexicanas y los mexicanos y orgullo universal de nuestras raíces’”.
Silva-Herzog asegura que el documento está lleno de expresiones inútiles, de declaraciones jurídicamente inservibles, de homenajes, de elogios a grupos sociales: a las mujeres, a los indígenas, a los trabajadores, a los migrantes. “Sería absurdo negar las aportaciones de cada grupo al desarrollo común, pero, ¿es la nueva constitución un lugar para el halago?”, pregunta.
Además refiere que en la nueva Constitución se incluyen decisiones que escapan a las competencias de la capital, al asentar, por ejemplo, que las autoridades capitalinas deberán promover “condiciones para el pleno empleo, el salario remunerador, el aumento de los ingresos reales”. “¿Cuentan con instrumentos para lograrlo? Puestos en esas, ¿por qué no llamarlos a promover condiciones para la paz universal?
Finalmente, señala que el estilo oratorio, el desorden, la torpeza técnica y la demagogia no son buen fundamento para una norma, de manera que, si se conmemora el centenario de la Constitución de 1917 con la promulgación de este documento, se dejará testimonio de un siglo de ignorancia. “Cien años empeñados en no aprender que la Constitución debe ser la ley que sujeta al poder, no el proyecto de quienes lo detentan”.
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