El presidente cada vez más cae en contradicciones. Veremos con el paso del tiempo cómo se redobla su seguridad, cómo la logística se impondrá sobre sus pasos.
¿Es malo tener chequera? Bueno, de entrada ya es algo que casi no se usa, pero para el presidente López Obrador tenerla es sinónimo de riqueza, ambición, a avaricia, de gusto por el dinero y, por lo tanto, ausencia de principios. Todo indica que el presidente tiene un concepto muy pobre del trabajo y, por lo tanto, del dinero ganado por esa vía. ¿De qué ha vivido López Obrador? Se preguntan muchos de sus críticos. Ellos saben la respuesta: de la política, de hacer política, Andrés Manuel López Obrador es un político profesional y es un terreno en el que destaca por encima de casi todos sus competidores. Los políticos en México, los que se dedican a la labor partidista, viven del dinero público, del financiamiento que reciben sus organizaciones (por supuesto, muchos se “acompletan” con moches y extorsiones). De eso ha vivido el presidente, no hay que preguntárselo una y otra vez: ha vivido, y vive, del dinero público.
La política es una vocación y está bien que se financie con dinero público. También me parece sano que se reciba dinero privado, siempre y cuando esto se haga de manera transparente. Pero vivir del dinero público a López Obrador le parece un crimen y un abuso, lo que resulta una contradicción porque o vive de ese dinero o alguien le ha pagado todos estos años sin que sepamos quien es el mecenas de quien es presidente de la República (aunque no creo que sea el caso). El presidente ha presumido de nada más cargar doscientos pesos en su cartera –hoy en día no necesitaría siquiera cargar cartera– como una manera de mostrar su sencillez y su alejamiento de las cosas materiales. Quien no ha tenido que competir nunca por un puesto, un empleo, o vender algo, no sabe lo difícil que es conquistar y mantener lo ganado. Quien no sabe eso no sabe el valor del dinero. Es lo que pasa con el presidente, lo que necesite –poco o mucho– se le solventa sin necesidad de hacer algún esfuerzo. Por eso no tiene tarjetas, ni cuentas y seguramente no ha pagado impuestos por muchos años al vivir del efectivo que sacaba de los partidos que presidió. No tiene idea del costo del dinero, por eso cree que se puede vivir sin pagar por las cosas; por eso desprecia el dinero, porque no se lo ha tenido que ganar, su austeridad no es fruto del sacrificio sino de la comodidad de siempre recibir lo que necesita.
Una de las contradicciones del presidente es el asunto de su residencia. Con el discurso de acabar con lujos y excesos, cerró la residencia oficial de los presidentes y la “abrió al pueblo”. Será un predio que no tardará en entrar en descomposición y quizá hasta en el olvido. Acabar con ese lujo, con ese “exceso”, lo llevó a la “modesta” decisión de vivir en Palacio Nacional, ni más ni menos. El presidente vive ahora en un museo. Ahí se llevará a vivir a su familia (ni modo que no lo haga). La modestia quedó atrás: el hombre se siente un personaje digno de un palacio. Vive donde Benito Juárez y seguramente desearía morir en Palacio, “entregando” el alma a la patria. Hace unos meses dijo que iba a rentar un departamento por la zona, pero ya se aclimató y se sintió a gusto en Palacio. Así es el poder. Es como dijera Juan Carlos Onetti de la cama y la mentira: la primera vez da pena pero después se le toma el gusto.
El presidente cada vez más cae en contradicciones. Veremos con el paso del tiempo cómo se redobla su seguridad, cómo la logística se impondrá sobre sus pasos. Las mentiras y exageraciones propias de una campaña no tienen cabida como presidente. Sus medidas de austeridad están resultando más costosas que los gastos de antes. Es el caso del avión presidencial, de la suspensión de la obra del aeropuerto, y de su lugar de residencia. Es el resultado de no saber el valor del dinero.
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