Cuando la dignidad humana es solo un eslogan

El discurso oficial: “la persona al centro”.

El Plan Nacional de Desarrollo (PND) del gobierno mexicano proclama, con tono solemne, que la dignidad humana es el eje rector de sus políticas. Asegura estar inspirado en un supuesto “Humanismo Mexicano”, comprometido con el bienestar de todos. Sin embargo, al revisar con atención su contenido, es inevitable advertir una distancia abismal entre el discurso y la realidad. La dignidad de la persona, que en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es fundamento y motor de toda acción social, aparece en el PND más como un ornamento conceptual que como un principio operativo real.

“Hablan de dignidad como si fuera un accesorio, pero cuando llevas a tu hijo a una clínica y no hay ni paracetamol, entiendes que no hay tal respeto”, denuncia Carmen Villanueva, madre de dos hijos y cuidadora de su padre enfermo en Iztapalapa. Su testimonio retrata la crudeza de un país que escucha promesas de bienestar mientras experimenta abandono estatal en lo más básico.

Educación: la base olvidada del desarrollo humano

Uno de los pilares que sustenta la verdadera dignidad de la persona es la educación integral y de calidad. La DSI entiende que formar a la persona implica ayudarla a desplegar todas sus dimensiones: intelectual, moral, espiritual, comunitaria. En cambio, el PND, aunque menciona el acceso educativo, elude los desafíos estructurales: baja cobertura, abandono escolar, deficiencias pedagógicas y precariedad en la formación docente.

Según datos del INEE, en 2022 solo el 54% de los estudiantes de secundaria alcanzaron niveles básicos de comprensión lectora. Más del 30% de los jóvenes de 15 a 17 años no asisten a la escuela, y México sigue entre los países con mayor desigualdad educativa de la OCDE.

Hablar de dignidad sin garantizar educación de calidad es, simplemente, demagogia.

Salud: dignidad que duele

En materia de salud, el contraste entre el discurso y la realidad se vuelve lacerante. El PND presume que la persona está en el centro de su política pública, pero millones de mexicanos enfrentan carencias críticas: medicamentos inexistentes, servicios colapsados y médicos que no llegan.

Un estudio de México Evalúa (2023) advierte que el 40% de los hogares mexicanos tuvo que pagar de su bolsillo por servicios médicos que debieron ser cubiertos por el Estado. El desmantelamiento del Seguro Popular y la ineficacia del INSABI agravaron aún más el acceso a la salud para los más vulnerables.

“No es justo que para que mi mamá tenga su tratamiento de cáncer tengamos que rifar una televisión en la colonia”, relata Mario, un joven de Nezahualcóyotl que ha visto a su familia endeudarse por la falta de apoyo institucional. ¿Dónde queda la dignidad que tanto predican?

Seguridad y justicia: promesas que no protegen

El PND habla de justicia social y equidad, pero los mexicanos viven con miedo. De acuerdo con el INEGI, más del 60% de la población considera insegura su ciudad, y los feminicidios aumentaron un 7% solo en 2023. La impunidad sigue rondando el 95%, y la confianza en las instituciones de justicia es mínima.

En este contexto, la proclamación de dignidad suena vacía. La DSI recuerda que la justicia no puede entenderse solo como legalidad, sino como una virtud arraigada en la verdad del ser humano, vinculada al amor, a la solidaridad concreta y a la erradicación del mal estructural. Nada de eso aparece en el PND.

¿Humanismo sin persona?

El término “Humanismo Mexicano” que enarbola el gobierno se queda en una etiqueta sin contenido. La Doctrina Social de la Iglesia, en cambio, profundiza en el carácter trascendente, libre y responsable de cada ser humano. Afirma que la persona no debe ser usada, manipulada ni comprada, sino respetada, formada y cuidada en todas sus dimensiones.

En este sentido, un verdadero plan de desarrollo nacional debería partir del reconocimiento del otro como sujeto y no como objeto, implicando políticas que garanticen libertad real, educación transformadora y salud digna, no como concesión sino como derecho.

Palabras sin sustancia

La aparente coincidencia entre el PND y la DSI en conceptos como “bien común”, “solidaridad” o “justicia” es, en realidad, superficial. El PND los menciona, pero no los encarna. No hay una visión clara de corresponsabilidad social, ni del papel de la comunidad, ni de la centralidad ética de la subsidiariedad. Es un plan que delega todo al Estado, sin activar la fuerza transformadora de la sociedad civil, las familias, las empresas o las comunidades.

Conclusión: de la retórica a la acción

Un verdadero modelo de desarrollo no puede construirse con frases vacías ni con estructuras populistas. Si de verdad queremos un país más justo, la persona debe ser el principio, el centro y el fin de toda política pública. Eso implica:

  • No manipular ni comprar votos, sino formar ciudadanos.
  • No prometer, sino educar con profundidad.
  • No improvisar, sino garantizar salud con dignidad.
  • No polarizar, sino construir justicia desde la verdad.

El reto no es solo político, es ético y cultural. Y comienza con dejar de usar la dignidad como consigna, para convertirla en compromiso.

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