A las 7:35 a.m. hora de Roma, el mundo despertó con la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. Pero en México, el eco de esta noticia no es solo eclesial. Es visceral. Porque su paso por esta tierra, entre el 12 y el 17 de febrero de 2016, no fue un acto de protocolo: fue una experiencia de conmoción colectiva. Una especie de reconfiguración moral que sembró esperanza donde solo había cicatrices.
“Vengo como hijo que quiere rendir homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe”, dijo desde el Palacio Nacional. Desde entonces, cada uno de sus gestos, palabras y silencios marcaron la historia reciente del país.
Una radiografía moral del país
Desde el principio, Francisco no rehuyó la realidad. En su primer discurso oficial, ante el entonces presidente Enrique Peña Nieto y el cuerpo diplomático, fue frontal:
“Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos… la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión… el secuestro y la muerte”.
En su histórico discurso a los obispos mexicanos, les exigió:
“No se necesitan ‘príncipes’, sino una comunidad de testigos del Señor… México tiene necesidad de obispos servidores”.
Y añadió, con fuerza evangélica:
“¡Ay de nosotros, pastores, si dejamos vagar a la Esposa del Señor porque en la tienda que nos hicimos, el Esposo no se encuentra!”
Guadalupe, el corazón palpitante
La misa en la Basílica de Guadalupe fue el corazón espiritual del viaje. Allí, Francisco dijo:
“María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas tierras… especialmente a aquellos que como Juan Diego sienten que no valen nada”.
El poeta Javier Sicilia escribió entonces: “Francisco no solo vino a ver a la Virgen, vino a decirnos que ella sigue caminando por los barrancos de este país con nosotros. Que no estamos solos, ni abandonados.”
Ciudad Juárez: Misericordia en la frontera del mundo
Ciudad Juárez fue el clímax social y profético de la visita. Ahí, el Papa se paró frente al desierto, los migrantes y los olvidados del sistema. En su misa en la frontera, exclamó:
“Esta tragedia humana que representa la migración forzada… queremos medirla por nombres, por historias, por familias”.
En un acto sin precedentes, bendijo a los miles reunidos en el estadio Sun Bowl de El Paso, Texas, al otro lado del muro:
“Gracias, hermanos y hermanas de El Paso, por hacernos sentir una sola familia. Ninguna frontera podrá impedirnos compartir este amor misericordioso”.
Su mensaje no fue solo geopolítico. Fue profundamente espiritual:
“La misericordia entra en el mal para transformarlo. Pidamos juntos el don de las lágrimas. Son las lágrimas las que pueden abrirnos a la conversión.”
A los pies del muro, Francisco se convirtió en símbolo de la ternura como rebeldía.
Morelia: el grito de esperanza a los jóvenes
Morelia, herida por la violencia del narco y la desesperanza, fue testigo del mensaje más apasionado del Papa a su gran amor: la juventud.
“Ustedes, jóvenes, son la riqueza de esta tierra. Pero ojo: no son el futuro, son el presente. ¡No se dejen excluir!”
En el estadio José María Morelos, ante miles de muchachos que coreaban su nombre, Francisco les gritó:
“¡No permitan que los usen para fines oscuros! ¡No se acostumbren a la violencia! ¡No dejen que les roben la esperanza!”
A los jóvenes les pedía no resignarse a la precariedad moral ni a la marginación económica. “No son desechables”, insistió. “Son soñadores. Y México necesita que sueñen alto.”
El periodista Carlos Loret de Mola escribió ese día: “Francisco no solo les habló a los jóvenes. Les recordó que este país es de ellos, y que si no lo toman, nadie lo salvará.”
Una ternura profética para los descartados
Francisco no esquivó el dolor. Lo buscó. Visitó el hospital infantil Federico Gómez y conmovió al país:
“Una caricia puede ayudar más que un medicamento”, dijo a los niños enfermos.
En el penal CERESO 3, su frase quedó grabada en la conciencia nacional:
“Cada vez que entro a una cárcel me pregunto: ¿Por qué ellos y no yo? Ese es un misterio de misericordia divina”.
Y añadió:
“No se puede celebrar el jubileo sin mirar al que sufre, sin romper los círculos de violencia y descarte. La reinserción comienza fuera, en las calles.”
Con los trabajadores: una doctrina social urgente
En Ciudad Juárez también tuvo lugar uno de sus discursos más potentes sobre justicia social. A empresarios y obreros, Francisco les pidió construir una economía con alma:
“Dios pedirá cuentas a los esclavistas de nuestros días. El flujo del capital no puede determinar la vida de las personas”.
“El trabajo no puede ser una forma de exclusión o sometimiento. Es tiempo de diálogo, de perder un poco cada uno para ganar todos.”
Francisco comunicador: palabras que curan
La cobertura mediática fue masiva. Pero hubo algo en Francisco que excedió los titulares. Su lenguaje era el del Evangelio: directo, compasivo y radical. Valentina Alazraki, veterana corresponsal vaticana, lo dijo así:
“Francisco habló en el idioma de los que no tienen voz. No vino a dictar dogmas, vino a consolar y a gritar la verdad.”
La despedida que hoy se hace eternidad
En su último mensaje, el Papa citó a Octavio Paz:
“Soy hombre: duro poco y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben… y en este mismo instante alguien me deletrea”.
Y cerró con una frase que hoy resuena con lágrimas:
“He visto mucha esperanza en este pueblo tan sufrido. México no se entiende sin la Virgen de Guadalupe. Y Ella no se entiende sin ustedes.”
Epílogo: Un legado para construir el porvenir
Francisco amó a México como pocos pastores lo han hecho. Le habló a su alma indígena, a sus hijos migrantes, a sus mujeres olvidadas, a sus jóvenes impacientes, a sus pastores necesitados de conversión.
Hoy, tras su muerte, su legado se convierte en urgencia histórica:
- Un llamado al bien común sobre el lucro.
- Un grito por la dignidad de toda vida.
- Un rezo por una Iglesia de puertas abiertas.
- Y una certeza: la ternura salva.
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