Un último debate presidencial de cara a la debilidad de los mexicanos; el mundial. Un debate en martes por la noche, pesado y controlado ¡Felicidades a los que terminaron de verlo hasta el final!
Como lo habíamos dicho en los anteriores análisis, un debate es la oportunidad para el público de conocer al candidato y conectar con él. No es la ventana adecuada para enlistar y entender todas sus propuestas.
Un debate requiere de altibajos, de encuentros y confrontaciones entre los exponentes. Intentar controlar cada intervención para que sea apegado a la teoría hace casi imposible que los indecisos, neófitos y curiosos vean algún atractivo o defecto nuevo en los candidatos.
Como dice el doctor Álvaro Gordoa, un debate centrado en propuestas resulta plano y aburrido porque, entonces, no busca ser un motor de emociones.
El tercer debate presidencial, nos deja poco margen para analizar, tras una mesa que sirvió de ancla para todos, para guardar la calma y mantener seguridad en la mayoría de los momentos, excepto a Ricardo Anaya, que iba desbordado de cartulinas para mostrar y se perdía en ellas mientras los demás recargaban los codos sobre la mesa.
Al no asistir de guayabera por “común” acuerdo, todos portaron traje azul, el código formal para entornos cálidos o primaverales, como es Mérida.
Anaya y López Obrador repitieron sus colores y códigos de corbata, evitando distracciones en su vestimenta.
En cambio, Meade y “El Bronco” supieron potencializar su imagen con el color de las corbatas.
Andrés Manuel López Obrador
Llamó demasiado la atención el tono de bronceado que mostró. Muchos lo justificarán por sus constantes giras por el país, pero muestra que su equipo no lo cuida con un buen protector solar… o él no se deja cuidar.
La primera mitad del debate vimos un candidato muy seguro, tranquilo y confiado de su lugar en la contienda.
Conforme quemó su carta de acabar con la corrupción y las preguntas se fueron especializando perdió su sonrisa segura, su postura firme y el semblante tranquilo. Lo vimos hacer más gesticulaciones que nadie y que nunca.
Los temas que desconoce lo hacen tartamudear, hablar aún más lento o desviar la conversación.
Cuando otros le cuestionaron algo o atacaban directamente no disimuló sus ojos de desprecio. Procuró darle la espalda a Ricardo Anaya como muestra de desdén o berrinche corporal.
En su cierre intentó volver a estar seguro, confiado y triunfador, pero mostró tensión, por no decir que desveló algo de autoritarismo en sus consignas de despedida.
Ricardo Anaya Cortés
Recibimos a un Ricardo Anaya menos concentrado que en los otros dos debates, evidentemente cansado o desencajado por los ataques de los recientes días. En mi opinión iba sobreequipado de material, lo cual lo distraía.
A la inversa de Andrés Manuel, conforme avanzó el debate, vimos al orador articulado y provocador que conocíamos, en la medida que los moderadores se lo permitieron, pues los candidatos fueron más contenidos que en los anteriores debates.
De los cuatro candidatos, es el que mejor postura mantuvo, cuando no estuvo buscando algún papel. Hablar pausado le ayuda y aparenta no estar fuera de sus casillas en ningún momento.
Su cierre fue lo más emocional que le he visto, con mensajes conciliadores. Ese Anaya racional supo cerrar con el estómago y hablar al corazón de la audiencia, ahí donde se gana la mayoría de los votos.
José Antonio Meade
La mesa de diálogo le fue de muchísima utilidad para minimizar o eliminar los nervios, pero no como trampolín para brillar.
Fluyó espontáneo, seguro, pero no como si fuera su último debate y oportunidad. Recordemos que esta semana arranca el Mundial de futbol, lo que desviará la atención de los votantes.
No sólo desaprovechó muchas oportunidades sino que desperdició preguntas básicas, como la primera que le formularon sobre las mujeres, tomando el tiempo para desear suerte y felicitar a la selección VARONIL antes del mundial.
Su estilo natural lo traicionó y jamás abandonó su “cómoda” postura, recargado en la mesa y encorvado hacía delante, que mantuvo incluso cuando tomó la palabra. Al principio del debate, confundí su mala postura con un mensaje derrotista, o resignado, más tarde comprendí que sí tenía cosas que decir y seguridad para decirlas, pero la mala postura no reforzó sus palabras.
Su cierre no puedo ni recordarlo, fue de poco impacto y no mostró un candidato con ganas de distinguirse.
Jaime Rodríguez Calderón
“El Bronco” nos mostró un personaje sin la energía y la gracia que venía proyectando en su campaña y anteriores debates. Un aspirante resignado, mas no derrotado.
Mantuvo su seguridad, carácter y sus propuestas sin ser atacado. Puede haberle quedado pequeño el set, por lo que a veces se relajaba y perdía la postura.
Recobró energía durante el cierre, en el que vimos al Bronco temerario y emocional que conocíamos, sin posibilidades, pero con ímpetu.