“La luz del escenario no jugó a favor de ninguno, pero en especial, el maquillaje de López Obrador era malo y muy evidente”. Esto y más nos explica en este artículo Pilar Rebollo, consultora de Imagen Personal y Política y fundadora de la agencia Macadamia.
En lo personal, esperaba que la imagen de los cuatro candidatos presidenciales para el segundo debate, mostrara un lenguaje más accesible, es decir, no tan tradicional (corbata, en algunos casos institucional, y traje obscuro).
Por la dinámica de diálogo ciudadano, hubiera sido oportunidad para mostrarse menos rígido. Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, con su típica guayabera; y los demás sin corbata, Quizá “El Bronco” con el estilo que viste en sus encuentros con la gente. Pero no arriesgaron, se fueron a la segura y se presentaron como uniformados, en igualdad de condiciones, sin distinguirse ninguno. Desconozco si se les convoca con algún código de vestimenta, aunque lo dudo.
Ahora, siendo estrictos en el modo de portar el traje, quien lo hizo más acertadamente fue José Antonio Meade. Largo de saco y pantalón adecuados, además de cuidar su peso, mantiene al día su talla.
Después de Meade, Ricardo Anaya casi atinó, pero el largo de sus mangas no fue el correcto. Estaban demasiado largas.
López Obrador y Jaime Rodríguez portaban un traje que no era de su talla, les quedaba grande en todos los sentidos. Por los motivos que hayan sido, lucían menos pulidos que los otros dos candidatos.
Lenguaje No Verbal:
Andrés Manuel López Obrador: se mostró incómodo o molesto cuando escuchó las preguntas, y claro, aún más las confrontaciones. Apretaba la mandíbula, se aferraba al micrófono con fuerza o tomándolo con las dos manos.
Mostró la misma soberbia que le hemos visto en otras ocasiones, al levantar la barbilla y echar el cuerpo hacia atrás, incluso cuando los ciudadanos preguntaban.
Le cuesta esbozar una sonrisa, que se nota forzada o poco convincente, incluso dando su propio mensaje inspirador.
Tiene una gran habilidad para conectar con su público enojado, sus descalificaciones o adjetivos son anclas para ellos y esas ocurrencias son las que más permanecen en el colectivo de la audiencia.
Ricardo Anaya Cortés: Responde y conecta con el público presente. Se acerca a ellos, lo que personaliza su respuesta, aunque descuido al demás público y la audiencia.
Mantuvo su sonrisa segura e irónica, sobre todo al escuchar los comentarios o réplicas de sus contrincantes..
Tuvo más confrontación, sobre todo “cuerpo a cuerpo” con López Obrador.
Dejó un poco de lado lo intelectual, los números y los términos técnicos, para hacer uso del enojo, el hartazgo, palabras coloquiales como “carajo”. El costal que mostró movió más emociones que todas sus pruebas, cifras o términos que solemos escuchar.
José Antonio Meade: Hiló mucho mejor su discurso, se desplazó por casi todo el panel, conectando con el público presente. Mostró su habilidad para intervenir, su experiencia política y conocimiento del terreno gubernamental.
De momento se veía tímido por la posición de sus manos, tipo “T-Rex”, es decir, retraídas en el pecho. Es innegable que “lo suyo, lo suyo”, no son las presentaciones histriónicas sino las muestras de conocimiento.
Jaime Rodríguez Calderón: Tuvo mucho menos intervenciones brillantes, como en el primer debate, pero no perdió oportunidad para evidenciar a sus oponentes, que se enfocaban en atacarse mutuamente, aunque eso también mostraba lo desapercibido que estaba pasando.
Su entonación en este debate fue más la de un político de los noventas, pausada y algo tediosa, tal vez cuidándose de no hacer declaraciones tan controversiales como las que lo caracterizan.
No estuvo tan cómodo en esta edición. En varias ocasiones apretó los labios y dientes, dejando ver que las preguntas lo molestaban o no sabía qué contestar.
La luz del escenario no jugó a favor de ninguno, pero en especial, el maquillaje de López Obrador era malo y muy evidente. Lo hizo lucir enfermo, pálido o algo demacrado. Parecía bloqueador mal aplicado.
Aunque este formato de debate les dio más libertad de movimiento, al parecer no logró su objetivo de “ciudadanizarlo”, pues resultó más confuso y fácil de evadir.
En cuestión de imagen y análisis, los debates son una buena oportunidad para “conocer” más a los candidatos, pues están expuestos a un escenario menos controlado, como spots o sus mítines. Ojalá en la siguiente y última edición no perdamos de vista eso, cómo reacciona cada uno, cómo improvisan y cómo es su personalidad, en vivo y a todo color.