Y Jesús, de madrugada, se fue a orar ¿y nosotros?

No basta orar intensamente en momentos de crisis, como en enfermedades o peligros, sino también cuando estamos en paz, agradeciendo por ello al Señor. Orar es pedir y dar gracias, ambas cosas.


La enseñanza de Jesús a orar


Nos cuenta San Marcos en su evangelio (I,35): “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario. Allí se puso a orar”. La vida pública de Jesús era más que intensa, en tres años dejaría enseñanzas y testimonios para el futuro de la historia. Pero constantemente, los evangelios nos narran que Jesús oraba, como lo hizo cuarenta días antes de iniciar esa vida pública. En las últimas horas de su vida, el Jueves Santo, fue a orar antes de dar su vida por nosotros.

No solamente oraba mucho Jesús, Dios en la Escritura, por sus profetas, y en sus diálogos con los santos, han insistido en la oración. Su Madre ha hecho lo mismo con los videntes. Muchos de nuestros santos se distinguieron por su dedicación a la oración, a rezar, y estaban “muy ocupados”. La Iglesia siempre nos está urgiendo que debemos orar.

La oración es algo a lo que debemos dedicar mucho de nuestro tiempo. Pero, caray, tenemos tanto que hacer, que luego nos sirve de excusa decirnos “ahora no tengo tiempo de orar, ya luego buscaré ese tiempo”, que después, en general, no buscamos. Y la oración se va quedando pendiente. Se dice que, en cierta ocasión, Martin Luther King dijo: “Mañana planeo trabajar y trabajar desde temprano hasta tarde. En realidad, tengo tanto que hacer que pasaré las tres primeras horas en oración”.

He reflexionado varias veces sobre esto de orar, dedicar tiempo a orar frente a nuestras ocupaciones, y pienso que si el papa, responsable de toda la Iglesia, se da tiempo, diariamente, para orar, bien podemos hacerlo todos.

¿Por qué al Señor no le basta que de cuando en cuando le digamos “Diosito ¡ayúdame!” y ya? Él lo sabe, y creo que hay de fondo la necesidad de que estemos en contacto con Dios constantemente, y eso se hace con la oración. Orar es un diálogo, y como dialogamos en familia, entre padres e hijos, así podemos también disfrutarlo dialogando con nuestro Padre Dios. Dialogar en común es como el diálogo familiar entre hermanos.

Orar en solitud, yo con Dios, es importante, nos da paz interior, nos permite reflexionar. Pero también rezar en común es necesario y agrada al Señor, nos lo pide, y bien nos ofreció acompañarnos cuando oramos, y que el Padre atenderá nuestros ruegos. “Asimismo yo les digo: si en la tierra dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir alguna cosa, mi Padre Celestial se lo concederá. Pues donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mt 18, 19-20).

Muchas veces, nuestras oraciones personales no son solamente un monólogo nuestro hacia Dios, sino que, de alguna manera, Él nos responde, nos aconseja, nos hace pensar, reflexionar, para irnos manejando en la vida diaria conforme a Su Palabra.

No basta orar intensamente en momentos de crisis, como en enfermedades o peligros, sino también cuando estamos en paz, agradeciendo por ello al Señor. Orar es pedir y dar gracias, ambas cosas.

Hay que separar tiempo para orar, ya que, si tenemos muchas “cosas importantes” que hacer, muchas responsabilidades que cumplir, y que debemos darles tiempo, sobre todo ello debemos estar conscientes, muy conscientes, de que nuestra mayor tarea en la vida, es estar en contacto con nuestro Dios. Dialogar con Él, darle gracias y sobre lo que necesitamos en lo personal, en lo familiar y en comunidad, y eso se hace orando. Oremos, como Jesús oraba a su Padre, oremos en solitud y en comunidad, dos o más reunidos en Su nombre. Seremos escuchados y tendremos paz interior.

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