En el segundo semestre de este 2024, se deben renovar, bueno, votar, los cargos de los comités nacional y locales de Acción Nacional, lo cual es un tema crítico para la vida y futuro, próximo y lejano del partido, y de allí, por razones conocidas, del también futuro de la política mexicana.
Y por supuesto el caso de la presidencia nacional es el más crítico de todos, que conlleva no solamente la elección de una persona por tres años para dirigir al PAN, sino de todo un equipo de colaboradores, y de relaciones de poder y trabajo con los comités regional y estatales. Es decir que, como nadie gobierna solo, es importante no solo el candidato sino lo que representa como grupo, corriente de opinión y de acción, y ejercicio del poder interno y frente a la población en general, pero en especial frente a gobiernos, legislaturas, partidos y organizaciones políticas, medios de difusión, academia, “sociedad civil” y hasta en medios políticos internacionales.
No es necesario abundar en la problemática y crisis de la política nacional en estas fechas (y lo que se viene), y en particular dentro del propio Acción Nacional. Y en esta crítica situación, la elección de la presidencia nacional panista es importante, tanto para quienes internamente pueden participar en la misma, como para la militancia en general, la que tiene derecho a elegir si se respeta la opción de que sea la militancia la que elija y no organismos internos limitados, identificados y en mucho controlados por quienes ejercen el poder partidario.
Pero el interés panista es que, no hay vuelta, es renovarse o caer en un proceso de agonía (remember el PRD) que vuelva al PAN incapaz de ejercer su auténtico papel de fuerza política en busca del bien común. No solamente los desastrosos resultados del pasado 2 de junio, sino muchos otros eventos y ausencias de los últimos años del partido indican sin lugar a dudas que las cosas se han hecho mal o se han dejado de hacer en la dirección política interna y externa del PAN. Y por eso hablar de renovarse o irse muriendo es completamente una reflexión válida para quienes se consideran y demuestran ser “buenos panistas”, también llamados “doctrinarios”, es decir apegados en pensamiento y acción a la doctrina de valor trascendente del panismo, esa que dio lugar a su fundación.
Y hasta ahora, solamente tres panistas han levantado la mano para decir “yo quiero” ser presidente, Jorge Romero, Damián Zepeda y Adriana Dávila. Solamente que, se vea con los ojos que sean, los dos primeros son, de acuerdo a su trayectoria, identidad de grupo, red de amistades y de compromisos: “más de los mismo”. Es innegable, sobre todo en el caso de Jorge Romero, como parte importantísima del grupo que integra Marko Cortés.
El apoyo de Marko a Jorge no es ningún secreto, es vox populi dentro y fuera del PAN. No es secreto que hay la abierta intención de heredarle el puesto, de tal manera que el grupo del que forman parte siga manejando al CEN y al PAN en general. Una presidencia nacional de Romero aseguraría a Marko la coordinación del grupo parlamentario panista en la Cámara de Senadores, un cargo de poder más que importante. ¿Que Marko busca eso? No está mal, tiene derecho, salvo por el medio que se valga para conseguirlo, que es el arreglo para que su sucesor sea precisamente Romero.
La verdad, sin faltarle ni al respeto ni caer en denigración, Jorge Romero ha tenido y tiene mucho poder en el partido; en particular lo ha tenido y tiene, haya sido formal o informalmente, en la Ciudad de México. Sin embargo, ha tenido más poder formal o “detrás del trono” que como líder de la militancia. De hecho, y perdón que lo diga, pues es fácil confirmarlo, más que poder y cierta popularidad, Jorge no ha dado muestras de ser verdadero líder. Y el panismo nacional, no local, necesita como mucho ha tenido a través de su historia, ser encabezado por un auténtico líder, no solamente de un personaje empoderado formalmente. Dentro los líderes que ha tenido el PAN a través de los años, uno de verdad fue Carlos Castillo Peraza. Carlos había manifestado su carisma de líder desde que se desempeñó en la ACJM. Si llegó al poder fue precisamente por su calidad de líder.
¿Y Damián Zepeda? Un hombre que ha demostrado ser inteligente, preparado, y en muchos casos bueno para debatir en lo legislativo, pero la verdad demasiado identificado con quienes ahora, y desde los últimos años, manejan la política interna de Acción Nacional. Y su acceso al Senado fue con la misma trampa legal pero ilegítima de Marko Cortés. Y eso es una tacha. ¿Liderazgo personal de Damián ante la militancia? Todavía está pendiente de ver. ¿Buena carrera dentro del PAN? Sí.
En algo deseo insistir: no se trata de denigrar a nadie, sino señalar hechos conocidos al reflexionar sobre estas personalidades y lo que podemos esperar.
Y entonces ¿Adriana Dávila? Sí, su persona, su trayectoria, sus valores doctrinales demostrados en favor de la autenticidad del panismo son los que comparten muchos panistas “de verdad”, que desean y luchan porque Acción Nacional se apegue a su papel de liderazgo político en favor del bien común, de la vida, de la familia, de la solidaridad y la subsidiariedad, de la democracia tanto civil como interna, ésta que tan despreciada ha sido durante muchos años recientes en el PAN. Adriana representa lo que significa la auténtica participación ciudadana en la política nacional. Y por eso, sí: Adriana Dávila, para que el PAN no se reinvente, sino que vuelva a sus orígenes y a su trayectoria democrática y pro bien común de muchos, muchos años.
Pero hay un problema: Adriana se enfrenta a una enorme y bien aceitada maquinaria a favor de Jorge Romero, ante la cual el mismo Damián la lleva perdida. ¿Alguien más dirá “yo quiero”? Hay tiempo, pero no se ve probable entre distinguidos panistas que pudieran levantarse como reconocidos líderes en la elección del CEN, como los exgobernadores.
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