El asesinato político y lo que no muere

Los asesinos políticos, en su obsesión de eliminar al enemigo estorboso, se olvidan que las causas, ideológicas principalmente, no son intrínsecas al líder asesinado, sino que rebasan a su persona.



A través del tiempo, gente que vislumbra un horizonte de desventaja, inferioridad o impotencia ante la figura de un líder, ha decidido que la única vía para quitarlo de en medio es matarlo. Dentro de las debilidades humanas en la lucha por el poder, el asesinato político es una mancha repetitiva en la historia. Veamos.

El asesinato político tiene diferentes causas y fines. Generalmente se trata de un adversario al que no se puede vencer, que es una gran molestia, más que “una piedra en el zapato”; pero a veces hasta es esa “razón”, algo insignificante.

Otras veces no se asesina al enemigo, sino al líder prominente, del mismo bando, que ocupa una posición de poder a la cual el asesino intelectual –o hasta material– aspira. Pero mientras viva el líder invencible, o hasta que se acabe su tiempo de mando, el suspirante dispuesto a todo está en segundo plano, más abajo, y su frustración lo lleva a matar para allanar el camino al poder.

Pero también asesinan los segundos de abordo de ese líder frustrado, o hasta algún simpatizante, que mata sin buscar nada para sí mismo. En estos casos, los asesinos intelectuales o materiales ni siquiera son personas cercanas al heredero –real o potencial– a la silla a quedar vacante. El beneficiario directo del asesinato, cuando de sucesión al mando se trata, es completamente ajeno al crimen.

Hay asesinatos políticos que lo son no por lucha del poder, sino por antagonismos políticos, ideológicos o religiosos. La muerte del líder poderoso no deja al asesino más que la satisfacción de quitar del camino al enemigo de su propia causa.

En otras ocasiones, se asesina políticamente no por acceso al poder, sino por causas de diverso tipo, antagónicas de la gente en el poder o con altas posibilidades de llegar al poder (matar al candidato). Estas causas pueden ser de fondo político, es decir de uso del poder –público o privado–, corrientes de pensamiento, religión, odios raciales, luchas tribales o regionalistas y otras menos significativas. “¿Por qué lo mataste?” “porque me caía mal”; razón de taberna.

Tampoco es siempre el líder el asesinado, también se mata a sus seguidores cercanos, a sus familiares o amigos, para quebrarle su voluntad y que se vaya, o que decida terminar sus luchas o políticas de derecho o de facto.

Muchas veces, sin embargo, los asesinos políticos, en su obsesión de eliminar al enemigo estorboso, se olvidan que las causas, ideológicas principalmente, no son intrínsecas al líder asesinado, sino que rebasan a su persona. El pensamiento, los ideales compartidos no mueren con el líder caído, en mucho reverdecen.

Las ideas sobreviven a sus defensores. Así, la muerte del líder provoca, en la furia de los simpatizantes y hasta en el deseo de venganza, una energía, una sinergia, que logran lo que en vida no pudo conseguir el mártir: el triunfo de su causa.

La historia está llena de ejemplos. Martin Luther King, fue asesinado por la alarma que creaba su exitoso proselitismo contra la discriminación racial. ¿Murió con él su movimiento? No, por el contrario, el sueño de su más famoso discurso, conocido así: “I have a dream…” y otros de profundo valor moral, fueron ganando más terreno tras su asesinato que en su vida.

Sin duda que, en muchos casos, cuando se trata de líderes carismáticos, que no comparten el poder o la influencia, cuyo reino es tan vitalicio como su propia vida, matarlo es una solución efectiva para sus enemigos. Por eso los líderes sociales y religiosos deben hacer escuela; de otra forma su vida vale todo, y será un blanco deseable del dueño del arma que habrá de matarlo.

Hay un caso excepcional de asesinato político, pero en grado de tentativa. Que se sepa, nadie ha pasado tantos intentos de matarlo como Fidel Castro Ruz. Pero allí siguió, y fue su propia decadencia física la que lo llevó a la muerte. ¿Qué pasó con el castrismo tras su muerte? Continuó con la sucesión de su hermano Raúl, y como fuerza política, el castrismo, no Fidel, sigue allí en Cuba e influye en otros medios.

La lista de asesinatos políticos es muy larga, y la pluma espera, lamentablemente, a los que siguen para alargarla más todavía. La humanidad no aprende, y si quitar la vida es crimen o pecado muy grave, lo es más cuando se priva a los movimientos sociales de sus líderes.

Ganar la batalla política y/o ideológica por el asesinato no es aceptable: el fin no justifica los medios. Esas batallas deben ganarse no con el crimen, sino con el proselitismo efectivo.

Los enemigos de Jesús de Nazaret lograron que los romanos le dieran muerte, les irritaba sobremanera su liderazgo, que los exhibiera como los tituló: sepulcros blanqueados. Y con su resurrección, su doctrina, en vez de caer en la nada, ha dado la vuelta al mundo.

Así, hay muchos casos en que, para frustración de los asesinos de líderes políticos o de movimientos sociales, de los que impactan la vida político-social, la acción criminal, en vez de anular dichos movimientos ideológicos, los hace florecer: el cadáver del mártir es fuente de vida. Las palabras sabias, el pensamiento humanista, los ideales trascendentes, esos… no mueren con sus creadores.

 

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