Es fácil amar al prójimo, pero amar al enemigo es algo complicado.
Y el segundo (mandamiento), nos dijo Jesús, es “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y si nos amamos a nosotros mismos, lo que más deseamos es la salvación eterna. Amarnos en esta vida es pues ganarnos el cielo. Y esto significa que, si amamos a nuestro próximo de la misma manera, le desearemos que se gane el cielo, y no el infierno.
Esto viene a cuento cuando vemos personas, a veces con mucho poder, cuyos actos van directamente en contra de los mandamientos de Dios, que persiguen, agreden gravemente, que asesinan a su prójimo, que atentan contra Dios, blasfeman, que van contra la vida, persiguen a su Pueblo, que profanan hostias consagradas, eso y mucho más.
¿Qué provocan dichos pecadores entre los fieles al Señor? Repulsión, y hasta odio… ¡que se mueran y condenen en el peor de los infiernos!, dicen muchos. Pero eso no es amor al prójimo, desearle el peor de los males, la eterna condenación. Pedir que los parta un rayo y caigan derechito en el infierno, no es amor, es odio.
¿Qué debemos hacer entonces? Orar al Señor por la conversión de esos enemigos suyos (que eso son). Ésta es la mayor muestra de amor ¡pedir por su conversión! Y que puedan dejar de pecar contra Dios y su Pueblo, detener sus ofensas y tratar de corregirlas. Para que tengan oportunidad de llegar al cielo.
Así, por ejemplo, ha habido graves abortistas o promotores de esa ofensa, dar muerte a los seres más indefensos e inocentes, un pecado calificado como abominable. Pero algunos han iluminado sus mentes, se han arrepentido y se convierten en defensores de la vida. ¿Resultado de pedir por ellos? Sin duda.
Frente al Señor, hay de pecadores a pecadores, de enemigos a enemigos. Casi todos pueden ser objetos del perdón, y para eso se necesita su arrepentimiento. ¿Quiénes no serán perdonados? Los que pecan contra el Espíritu Santo, también nos enseñó Jesús. Pero también se pueden arrepentir a tiempo, y no llevarse esos pecados en su muerte.
Hubo un pecador que se dedicó a perseguir a los seguidores de Jesús hasta que Éste lo tumbó de su caballo al suelo, y al preguntarle Saulo: “Señor, ¿quién eres?” Él le responde: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Y de allí se convierte en uno de los grandes apóstoles del cristianismo, San Pablo. Era uno de los escogidos. Y esta conversión de Saulo de Tarso lo fue por eso, pero algo más pudo suceder, que Jesús atendiera las oraciones de los primeros cristianos por la conversión de sus enemigos.
¿Por qué no desear que, como resultado de nuestros cristianos ruegos, ruegos de muchos miles de fieles, se ilumine la mente y el corazón de los enemigos de Jesús? Amemos a nuestros enemigos rogando por sus almas, sobre todo los que lo son porque son enemigos de Dios, pidiendo por su conversión, en vez de desearles el peor de los infiernos. Eso, es amor a Dios, amando al prójimo.
Ahora bien, nuestros ruegos harán que el Señor les ofrezca la oportunidad de arrepentirse, y amarlo con su prójimo. Pero Dios respeta la voluntad personal, y si uno de esos enemigos suyos en el mundo quiere o no reconocerlo y arrepentirse, dejar de atacarlo, ya es su decisión. Nuestra parte, y la de Dios, es ponerles el amor frente a sus corazones, y cada uno dirá si lo acepta o rechaza. Pero nosotros habremos puesto nuestra parte: pedir por sus almas.
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