Tres principios deben guiar a todo periodista, junto con su testimonio personal de vida, indicó Monseñor John Patrick Foley, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, en un discurso en marzo de 2004, siempre vigentes.
Éstos son: la verdad, la dignidad del individuo y el bien común. “Si todos los comunicadores se guiaran siempre por estos tres principios, nuestro mundo sería un lugar más feliz”, indicó Mons. Foley.
Defender la verdad
Si damos prioridad a la verdad, no habrá justificación para contar mentiras, de acuerdo a Monseñor Foley. Veamos: gran parte del problema de la comunicación de noticias en el mundo y del periodismo de opinión, tiene que ver con el apego o desapego a la verdad, ya que, por intereses diversos, deficiente formación profesional o simple descuido, abundan las comunicaciones que faltan a la verdad, la distorsionan o la evaden.
Para el receptor de las comunicaciones, distinguir cuándo una información es verídica, o cuándo una opinión es auténtica es cuestión permanente. Al comparar la presentación de los mismos hechos, declaraciones o datos, un lector queda confundido por las contradicciones en los diversos medios informativos, y la pregunta es: ¿en dónde está, quién dice la verdad?
Una forma tristemente común de faltar a la verdad, es la mezcla dolosa de información y opinión del comunicador, de forma tal que el receptor difícilmente sabe dónde termina la información y dónde comienza la opinión, de tal manera que él pueda formarse la propia, considerando los hechos y por separado las opiniones expresadas sobre los mismos por los llamados “formadores de la opinión pública”.
Acrecentar la dignidad del individuo
Respecto al segundo principio, dice también Monseñor Foley a los comunicadores que nuestras comunicaciones deben acrecentar y no disminuir nuestra innata dignidad humana. Cuántas veces hemos visto cómo comunicadores deshonestos destruyen con difamaciones y calumnias la honra de personas y organizaciones. Cómo se privilegia el morbo sobre la dignidad humana; cómo se explotan hechos denigrantes para las personas; cómo las debilidades y faltas humanas merecen mayor difusión que las virtudes y fortalezas del hombre.
Acrecentar la dignidad humana implica no festinar el delito o la inmoralidad sobre la legalidad y la ética. Defender el derecho a la vida, a la familia, a la educación, a la salud y al trabajo, así como a la participación en la vida cívico-política, es una forma de lucha en favor de la dignidad humana, que un comunicador está en posición privilegiada de llevar a cabo.
Qué diferencia tan grande hay entre el periodista digno que se resiste al soborno y enfrenta el intento de extorsión y las amenazas, que defiende su dignidad humana de fidelidad a sus principios, del periodista indigno que se rebaja a la sumisión, al soborno y al poder económico, religioso y/o político que intenta manipular su trabajo.
Contribuir al bien común
Nuestras comunicaciones deben también contribuir al bien de la comunidad y no dañarla moralmente o de algún otro modo, especifica el Arzobispo Foley. El bien común es obra a construir por todos los miembros de una comunidad: gobernantes, funcionarios públicos, líderes sociales, religiosos, políticos y académicos, hasta incluir al más modesto “hombre de la calle”.
No puede, por tanto, quien ejerce el delicado e influyente oficio de comunicador, quedar fuera de esta gran tarea, la construcción del bien común; no solamente por ser una actividad profesional, sino porque tiene la capacidad de influir, para bien o para mal, en el pensamiento y la voluntad de quienes reciben sus comunicaciones, sean verbales, escritas o electrónicas.
En la promoción de obras comunitarias, como en casos de desastres, guerras o actos antisociales o terroristas, el rol del comunicador es muy importante para orientar a la población al trabajo comunitario a favor de todos, pero especialmente de los menos privilegiados. La forma en que se trate la información y la opinión expresada o transcrita, puede inducir a lectores, “internautas”, radioescuchas o teleauditorio, a actuar en favor del bien común o del egoísmo personal o de grupo.
Sobre el bien común, el documento “Ética en la Publicidad”, del mismo Consejo Pontificio, dice: “La indirecta, pero poderosa, influencia ejercida por la publicidad sobre los medios de comunicación social que dependen de ingresos que proceden de esta fuente, hace nacer otra clase de preocupación cultural. En la lucha por atraer la mejor y más grande audiencia y ponerla a disposición de los publicistas, los comunicadores se pueden encontrar tentados -de hecho presionados, sutilmente o no tan sutilmente- a dejar de lado las normas artísticas y morales y a caer en la superficialidad, mal gusto y miseria moral”.
Dar testimonio y autenticidad
En su discurso en el Congreso “Vida consagrada y cultura de la comunicación”, el 26 de marzo de 2004, Monseñor Foley concluyó afirmando que: “nuestra credibilidad dependerá de nuestro auténtico testimonio de nuestra fe y del amor por Jesucristo”. Este principio de autenticidad testimoniada, como medida de credibilidad, es válida para cualquier religión e ideología de un comunicador, no sólo del cristiano. Lo importante, para ser creíble, es la autenticidad que el público pueda observar de cada comunicador en su labor comunicadora.
Valor de los principios del comunicador
Vale la pena reflexionar sobre esta directriz, sea en el papel de comunicador o de receptor de la comunicación; y es que esta profesión debe buscar la verdad, defender la dignidad humana y colaborar al bien común, junto con el testimonio de vida auténtica de la propia fe e ideología del comunicador.
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