Los virus, troyanos, programas espías en equipos de cómputo y teléfonos “inteligentes” no se instalan solos ni un hacker lo hace, quien los instala es el propio dueño de ellos. Y lo hace por no seguir las reiteradas advertencias de empresas antivirus y de expertos independientes. Dichas advertencias están siempre presentes en medios, pero la mayor parte de las personas, como en otros casos de advertencias sobre riesgos, simplemente no les hacen caso.
¿Cómo sucede esto? Pues la presunta víctima recibe un mensaje que le llama la atención, le intriga, le alarma, le preocupa, y cae en el garlito. Simplemente hace clic en donde es invitado sin reflexión alguna. Sí, la gente sencillamente se niega a aprender a cuidarse del mundo digital, del Internet. Sí hay más atención a otro tipo de consejos de seguridad muy obvios, como cerrar bien su casa, no lucir dinero y joyas en malos barrios, etcétera.
Y por ese elemental descuido se alarman o se cuestionan al recibir mensajes de falsas direcciones de correo-e por ejemplo, en que un “banco” (con el que hasta ni siquiera tienen cuentas) les dice que hay problemas con su cuenta o que una operación (de miles de dólares) requiere que sigan una liga (link) o enlace y claro, hacen el clic solicitado, y así les hacen cargos en sus cuentas o roban su identidad (delito en gran crecimiento por descuido del robado). Hay también “avisos” presuntamente de empresas de mensajería pidiendo abrir enlaces sobre algún paquete que deben recibir, y la gente obedece.
Ahora hay quejas de que políticos, periodistas y defensores de derechos humanos por ejemplo, tienen sistemas espías en sus celulares, pero insisto ¡ellos los instalaron! Y lo hicieron por el famoso clic a mensajes “raros” recibidos. Y las advertencias de los expertos siempre han sido muy específicas: no dar clic a ligas sospechosas, y son sospechosas por no tener sentido o tener procedencia desconocida.
Pero la curiosidad mató a un gato. Y la curiosidad infectó computadoras y celulares. Claro que también pudo un “amigo” perverso, abusando de nuestra confianza instalar programas maliciosos en nuestros equipos, pero este caso es muy raro.
Hace tiempo, hubo una cierta plaga en Facebook de envíos de material pornográfico de personas que no eran adictas a esa basura, y así, de pronto sus “contactos” o “amigos” recibían la pornografía en general en grupos (aunque ellos no lo percibían así). Y de allí empezaron los “avisos” de que las cuentas habían sido hackeadas, o que podrían ser hackeadas para enviar pornografía, que ellos no la enviaban. Nunca hubo tales hackers, era el interesado el que echaba a andar el proceso de envío por lo mismo: la curiosidad que mata gatos y emproblema personas.
¿Cómo pasaba esto? Pues una persona recibía una invitación a ver algo pornográfico, con alguna imagen adecuada. Y “por curiosidad” hacían el mentado clic, para poder verla y claro, no pasaba nada. Pero en ese momento habían caído en la trampa, y el propio mensaje invitando a ver pornografía se enviaba a sus contactos o amigos, y también la propia pornografía.
A mis amigos escandalizados porque un hacker enviaba porno a sus amigos les hacía notar lo que he escrito: su curiosidad malsana de mirar algo indebido fue el origen del envío porno, ellos eran, sin saberlo, sus propios hackers, instalando “por su curiosidad” el programa malicioso (así se les llama).
Otro caso es el de las cuentas robadas de correo electrónico, en especial de Hotmail, en que con amenaza de cerrar cuentas, se pedía al dueño de una que diera todos sus datos y contraseñas… y lo hacían obedientemente. Luego sus cuentas se utilizaban para fines ilícitos, y tenían que cerrarlas. ¡Los hackers! No… los propios descuidos.
A fin de cuentas volvemos al origen: las repetidas y vueltas a repetir advertencias de no hacer caso ni seguir ligas “extrañas” en sus mensajes recibidos. Cada periodista o activista que tiene o ha tenido (ya descubierto) el tal programa espía Pegasus ¡lo instaló él mismo!
Hay políticos, periodistas o activistas cuyos teléfonos celulares han sido estudiados por expertos que han encontrado tres cosas: nada malo, un programa tipo Pegasus bien activo (que además no se puede borrar) o bien un mensaje “raro” que nunca abrieron y así se salvaron. Un empresario en particular se preocupó de no hacer caso de esos mensajitos y nunca se le instaló el Pegasus: Juan Pardinas y que debe servir de ejemplo.
Otro caso diferente, pero que también implica descuido, es el de instalar en celulares o computadoras programas gratuitos, que funcionan, sí, pero que también instalan programas maliciosos, en general para fines comerciales ilegales, como obtener listas de contactos o de correos electrónicos o para información de “mercadotecnia”. La recomendación persistente: no lo hagan sin informarse antes sobre dichos programas, siempre hay donde consultar.
En todos los casos que cito hay una falla elemental: la emoción de lo desconocido, lo intrigante… y lo gratuito. El descuido, pues.
Una última aclaración: no todas las intervenciones de teléfonos provienen de programas maliciosos en nuestros equipos, computadoras, teléfonos fijos o móviles, pues hay otras maneras de intervenirlos, y muchas agencias de gobiernos (el propio y extranjeros) intervienen la telefonía, graban las conversaciones o hasta tienen un escucha directo asignado.
Y así, insisto, aplica lo repetido: la curiosidad simple o malsana, incauta o atemorizada sin razón, es la causa de lo causado: programas espías instalados y de otros daños como robo de identidad. No seamos “gatos” curiosos… no es que nos maten pero sí pueden causarnos grandes daños.
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