José N, recién llegó de su patria, Venezuela, hace una semana, es un joven sacerdote católico que estudia teología en México. “La situación de mi país es mucho peor de lo que aparece en las noticias, dijo, gente que busca restos de comida entre la basura…” dijo entre otras cosas.
Durante varios meses, desde enero al menos, estuvo pidiendo a los feligreses dos cosas, medicinas para llevar y dinero para su viaje. Tenía que viajar en junio a Venezuela para obtener el permiso de su nuevo obispo para continuar sus estudios de doctorado en México. Pero su pretensión era llegar haciendo escalas para arribar a un aeropuerto menos a Venezuela, en donde podría ingresar al país las medicinas que lograra juntar y llevar, con ayuda de un alma buena.
Como sabemos, la dictadura venezolana no solamente no provee de medicamentos e insumos médicos críticos para el sistema de salud, público y privado, sino que impide su importación. En el extranjero hay beneficencia por millones de dólares en esos productos listos para ser llevados a ese país, pero su gobierno se opone.
Esa buena intención la comentó el padre José a través de meses en sus homilías en la capilla de Cuicuilco. Pero esta vez, ya de regreso, reportó una triste experiencia: el setenta por ciento de las medicinas que llevaba le fueron decomisadas en la aduana, se perdieron pues, y muchas personas que pudieron encontrar alivio no lo tuvieron.
Esta es la lucha del bien, de la caridad, de un esfuerzo de mucha gente y de un decidido sacerdote venezolano, que se estrelló contra la terrible maldad de un gobierno dictatorial, al que los derechos humanos no le importan.
Oremos por el pueblo venezolano y por la conversión de sus gobernantes, así lo pidió en su homilía y lo pido yo también. Le ofrecí escribir esto y así lo he hecho. Que el Señor tenga misericordia y mueva los corazones.
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