Renunciar a un partido político no es algo simple, pues hay muchas razones posibles para ello. No se puede juzgar o calificar a tabla rasa a quienes dejan un partido. En Acción Nacional, personajes importantes han renunciado por congruencia con su pensamiento, más que nada con su concepción de la praxis, la forma de llevar adelante la acción política, interna y externa. Quienes renuncian ofreciendo razones congruentes con su fidelidad a los principios que guían su quehacer político, no pueden ser estigmatizados.
Al PAN renunciaron en su momento distinguidos dirigentes y fundadores, por no estar de acuerdo con la forma de hacer política en ciertos momentos, o por estar en desacuerdo con la manera en que las dirigencias han interpretado la esencia del partido. Y se van a su casa. Para no mencionar a notables de muchos años atrás o de estos tiempos, podemos ejemplificar con Carlos Castillo Peraza.
Otros se van del partido porque no estuvieron o no están en ese momento, completamente de acuerdo con su quehacer político, se desilusionan y buscan otros medios en donde su pensamiento y actuar políticos se acerquen más a lo suyo. Se van, pero buscan continuar en otra parte lo que creen. Mismos ideales, diferentes caminos.
Pero hay otros que no renuncian por esas razones u otras que para ellos sean legítimas. Se van porque no consiguieron lo que buscaban como privilegios personales, en particular candidaturas o puestos de poder administrativo en gobiernos del panismo. Ahora tenemos dos casos que ejemplifican lo mejor posible este tipo de renuncias. Javier Lozano y Gabriela Cuevas.
Ambos alegan descontento con lo que se hace en el partido que abandonan, hablan de imposiciones y falta de democracia, por ejemplo. Pero si esas fueran sus verdaderas razones, no se irían volando a lo que criticaron y condenaron vehementemente. Su incorporación instantánea a partidos que denunciaron, que descalificaron, cuyas doctrinas condenaron, cuyos líderes denunciaron, es la prueba fehaciente de que mintieron en sus causales de renuncia.
Cuando Javier Lozano, quien esperaba ser el futuro gobernador de su natal Puebla no obtuvo lo que deseaba (es la mejor interpretación), de pronto se va a su origen, al PRI, volvió a casa. Y no como simple soldado revolucionario institucional, sino a un puesto clave en el equipo del precandidato Meade. Y esos hechos no se dan mágica e instantáneamente, se acuerdan y se calendarizan. No es posible aceptar las “razones” de Javier: “por sus hechos los conoceréis”.
El caso de Gabriela Cuevas es peor. Se va alegando causas que pueden parecer o ser ciertas, que le hicieron alejarse de lo que ya no es el partido de su larga militancia exitosa. No, no es creíble que por eso se vaya, si cierto fuera, habría buscado acomodo en un medio político que a su juicio estuviera cercano al ideario panista. No, se incorpora sin un mínimo de pudor al mal político que siempre señaló con índice de fuego como corrupto y otras lindezas. Se va al partido cuya praxis es la más alejada de la doctrina de Acción Nacional, que ha dejado.
Estos casos, de dejar un medio al que eran (o fingían ser) leales, para huir, para fugarse a lo que es ideológica y/o pragmáticamente contrario, es el de quienes tienen el triste y bien ganado mote de tránsfugas. La deslealtad a sí mismos es la marca de su huida. Peor que ser desleales al partido que abandonan son desleales a sí mismos, siempre y cuando su lealtad haya sido honesta. Aunque bien puede ser que nunca hayan tenido auténtica lealtad, y participaban buscando provecho, como buenos oportunistas.
La ciudadanía ya no se chupa el dedo, y los tránsfugas no dejan de serlo por más razones que aleguen, cuando su conducta, inmediata por lo demás, contradice sus declaraciones de pureza y congruencia ideológica.
Hace tiempo escribí sobre lo que es un “líder natural”, diciendo que si un alumno quería que ejemplificara, podía mencionar a don Clemente Serna Martínez, empresario de increíble liderazgo. Y si ahora un joven me pregunta y pide que ejemplifique a los tránsfugas, tengo en Lozano y Cuevas excelentes ejemplos. Lástima por ellos, no por el partido del que se han fugado.
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