Cuando hablamos de ropa sucia, normalmente nos referimos a la propia, la de los nuestros, amigos o adversarios, pero los nuestros; los de nuestro partido o grupo político. Pero también podemos hablar de la ropa sucia de los demás, al menos para señalar la suciedad que pueda haber en ella. ¿Qué debemos dignamente hacer al respecto?
Si estamos inconformes con las actitudes y acciones de los políticos en el poder, o pretendiendo llegar al poder, ¿debemos quedarnos callados, o debemos ventilar nuestras opiniones? ¿Lo haremos en privado o en público? Creo que no está bien el quedarnos callados, pero hay más sobre el tema.
¿Es cierto que la ropa sucia se lava en casa, siempre? Hay diversas opiniones al respecto. Pienso que no es así, que cuando las fallas, errores y omisiones no han salido del recinto, probablemente lo mejor sea tratarlas dentro de la organización, pero no siempre. ¿De qué depende? De la forma en que afectan a la organización (el partido). Depende también de la posible corrección de los hechos y de las sanciones.
Cuando no se tiene la esperanza de que la denuncia interna tenga al menos probabilidad de éxito, o cuyo estudio y decisiones se queden en la nada, la denuncia pública nos da la oportunidad de que algo o mucho se corrijan, y de que se sancione a los culpables, y hasta se les separe del cargo.
Hay casos diferentes. Cuando lo malo se conoce ya públicamente, en todo o en parte, es legítimo “lavar la ropa en público”, porque el daño es ya público. En este caso, probablemente la única esperanza de que las cosas se corrijan y los culpables sean sancionados es la denuncia pública, para que las cosas no queden en casa y eventualmente se oculten.
Finalmente, aparte la importancia de racionalizar caso por caso está la forma de hacerlo. Depende en mucho del lenguaje usado, correcto, elegante, mordaz, injuriante, vulgar o hasta falso, calumnioso o difamatorio. Del lenguaje depende el éxito o fracaso de nuestro intento de denuncia y corrección.
En la comunicación humana verbal, el lenguaje es toral, tanto por su sentido literal como por lo que implica, según se interprete. También es importante su uso para señalar algo, para distinguirlo frente al uso para denostar, para degradar, para insultar. En el diálogo político la diferencia es definitiva, no es lo mismo denunciar que agredir. Lo malo es que, bajo el influjo de las cargas emocionales y estados de ánimo, se confunden ambos casos.
Es muy común, demasiado, diría, el recurrir al lenguaje ofensivo, abyecto, para no realmente denunciar al corrupto o abusador del poder, sino para echar fuera la furia interna insultándolo, exagerando o abiertamente mintiendo. O también para hacer afirmaciones sin conocimiento de causa, en base a chismes o rumores no confirmados. Esta práctica de afirmar lo que para nada consta, aunque la base de sospecha de su certidumbre sea muy fuerte, es no sólo inaceptable sino, desgraciadamente, demasiado común.
Insultar, descalificar sin certidumbre, no es lo propio de una persona respetable. La agresión y la denostación sirven solamente para echar fuera el enojo, pero no resuelven nada. Es extraño cómo la gente piensa que con actitudes y lenguaje ofensivo, humillante, se pueden ganar adeptos a la causa o convencer a otros de que tenemos razón. En general, sólo sirven para que otros compartan nuestro enojo, nuestras frustraciones, por legítimas que sean, pero no ganan adeptos.
Así, todo “lavado de ropa sucia”, nuestra o ajena, debe hacerse con certeza y dignidad, pues esta actitud nos califica a nosotros, a los críticos, no a los señalados. Dime como hablas de los demás y te diré cómo eres. Si no eres capaz de dar buenas razones y de justificar tus denuncias, o de calificar con los adjetivos correctos en vez de insultar e injuriar ¿qué clase de personas demuestras ser?
Si nos molesta y mucho que injurien e insulten a los nuestros, y hasta lo reclamamos, ¿cómo podemos justificar nuestros propios insultos hacia quienes vemos como enemigos?
La prudencia, la sagacidad, las buenas razones, o el buen lenguaje, nos califican para tener calidad moral ante los ojos de los demás, de esos “demás” que piensan y reflexionan, y que pueden compartir nuestras denuncias y participar en nuestros intentos por limpiar la casa, sacando y lavando la tal “ropa sucia” … y a los dueños de dicha ropa.
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